LOS POLÍTICOS EN ESTANFLACIÓN

 

 Artículo de Valentí Puig en “ABC” del 15.11.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

La coincidencia de una fase de lideratos linfáticos con un período intenso de turbulencia política exterior e interior añade riesgo a una vida pública española bajo sospecha de estanflación. Es decir, en un período inflacionario y recesivo a la vez, políticamente hablando. Hay demasiada política y demasiada mala política. Se atribuye a la hegemonía de los partidos que el clima sea crispado. En realidad, lo que sucede es que carecemos de minorías selectas con suficiente peso como para despojar a la política de sus excesos de mediocridad. Una opinión pública muy frágil no tiene mucho interés en arbitrar estas situaciones. Eso algo tiene que ver con las sedimentaciones estancas en los partidos, con la falta de movilidad interna, con un concepto de partido jerárquico y no de red, con una inercia de resultados esterilizantes. Quizá también tenga que ver con la carga excesiva que implica un sistema de reputación y promoción política basado en franjas de poder municipal, provincial o autonómico. Una cosa es aprovechar la experiencia y otra muy distinta abrazar el escalafón.

En su reciente ensayo «La antipolítica», Roland Hureaux aplica a la clase política francesa el principio de entropía, constatando cómo ha bajado el nivel de los políticos de Francia en los últimos quince años. Es un declive que no sólo se da en Francia y que corresponde analógicamente -dice Hureaux- a lo que los físicos llaman la entropía de los sistemas cerrados. Hay un momento en que la clase política se autorrecluta y asume de modo exclusivista su propia renovación. Es un proceso de naturaleza autista. Así ocurre que el nivel general baja a causa de que «el grado de organización de un sistema cerrado tiende a degradarse con el tiempo», al igual que en el segundo principio de termodinámica. En España, como ocurre en Francia, quizás el incremento de los feudos locales -municipales, provinciales, autonómicos- en no poca medida contribuye a esa menor excelencia de la clase política. Afecta también a las clases dirigentes en su más amplia acepción. Si en el pasado eran los líderes nacionales quienes imponían sus candidatos locales, ahora son los líderes con poder local -los barones regionales- quienes determinan los equipos de los líderes nacionales, las listas de candidatos en las elecciones legislativas y, en otra medida, incluso las condiciones totales y excluyentes para el acceso al liderato nacional. Es una deformación de los modos representativos.

Esa extrapolación política del principio de entropía no tiene solución, al menos a corto plazo. Las excepciones son contadas porque la clase política también recela de la meritocracia. Dice Hureaux que a veces el barón regional coopta un sucesor tan cualificado como él; más a menudo lo prefiere menos cualificado y, desde luego, nunca más cualificado. Al prolongarse en la vida política este sistema, el nivel de calidad selectiva baja de forma irremediable. De tal manera se llega a la estanflación. Hemos visto cómo la mediocridad de las organizaciones políticas tiene un poder decisivo a la hora de marginar individualidades de calidad. Todo eso da prioridad al arribismo, a los aventureros, a los mediocres, al trepa y al jeta.

Las leyendas del zapaterismo abundan en el relato de la formación de un gobierno con cupos ministeriales sugeridos por los barones regionales. Esa leyenda suele contarse con nombres concretos. Para el caso, la anécdota es lo de menos: lo diagnosticable es que los motivos por los que un barón regional propone nombres de ministros no siempre son altruistas, y que por querer quitarse un estorbo de delante trasladan a la vida nacional los desastres que incubaban en su gobierno autonómico. Así, antipolítica y estanflación cooperan al modo de sistemas parasitarios. De la calidad de la vida pública depende -como dice Pérez Díaz- que el país no se sienta involucrado en la realización de modelo normativo alguno y, simplemente, dé por sentado que quiere vivir en paz, ser próspero y feliz, pero con los menores costes posibles; y llama a esto ser moderno. Como en las situaciones de estanflación económica, el perjuicio de la estanflación política lo pagan los ciudadanos en forma de líneas ferroviarias con socavones o dislates museísticos.