DAMOS PASOS HACIA ATRÁS

Artículo de Valentí Puig en “ABC” del 08.04.08

El formateado es mío (L. B.-B.)

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Las sociedades y las naciones no toman una dirección u otra en sentido uniforme, pero los consensos de opinión y de estabilidad política generan cierto rumbo. Lo que no hace una sociedad consciente de sus intereses es hacerse la zancadilla, ni se queda aturdida en la esquina sin saber qué autobús tomar. Al levantarse cada mañana, sabe al menos qué jornada tiene por delante. En España, incluso después del hecho decisorio de unas elecciones generales, la sensación no es esa: más bien es como si estuviéramos a punto de dar pasos para atrás, por dejadez, por carencia de sentido del interés general o por flojera en los lideratos. El problema del agua es aparatoso y triste. Ahora va a resultar que en la etapa autoritaria de Primo de Rivera o durante el régimen de Franco las cosas del agua se hicieron mejor que en lo que llevamos de retorno a la democracia. En 2008 seguimos existencialmente pendientes de las sequías. Somos un país hidráulicamente poco articulado.

Ni los regeneracionistas de visión más sombría hubiesen podido pensar que, a inicios del siglo XXI, España tendría problemas de agua por imprevisión total. Es más: el trasvase de agua del Ebro a tierras levantinas y del sur fue anulado por Zapatero al llegar a la Moncloa en 2004, después del 11-M, para marcar distancias drásticas y simbólicas con el gobierno de centro-derecha que había concebido el plan. Era un plan indudablemente perfectible, como todos, pero tenía fundamento histórico y actual, con no poco parecido con el que concibiera José Borrell cuando fue ministro en el último gobierno felipista. Luego el gobierno socialista ha dejado pasar cuatro años sin cumplir con todo lo que prometió al derogar el Plan Hidrológico Nacional. Joaquín Costa decía: «Regar es gobernar». Actualmente, sucede al revés: la voluntad política no se condensa para solventar los grandes problemas, sino que, por aspersión, se desintegra en la aparente respuesta a cuestiones que son de naturaleza irreal, como la Memoria Histórica. Zapatero es un dispersor de energías. Su horizonte es la irrealidad.

Hoy ni tan siquiera queda claro el abastecimiento de agua para la ciudad de Barcelona, después de los socavones del AVE, del caos de los trenes de cercanías y del aeropuerto de Llobregat. La Generalitat está en un estado manifiesto de inopia: trasvasar del Segre, comprar agua y llevarla en tren o en barco, cambiar al consejero del ramo, acudir al Ródano, recomendar fluidos alternativos incluso para las abluciones matinales. En su caso, el gobierno de España en funciones tampoco da soluciones. De hecho, consintió abiertamente que en las revisiones estatutarias contase de forma explícita el blindaje autonómico de los cauces fluviales. Surgió entonces la instrumentación milagrosa de las plantas desalinizadoras. La izquierda catalana se opuso al trasvase del Ebro porque buscaba el voto verde; ahora está en la Generalitat en busca de agua para Barcelona, como sea. Por lo habitual todavía sirve citar a Joaquín Costa: «Dar de beber al pueblo sediento es más que una obra de misericordia, una obra de justicia, porque no debe dársenos el agua como limosna, sino como derecho; porque el programa de un partido progresivo debe encerrarse en esto: regar es gobernar». El regeneracionismo siempre fue obstinado.

Un joven Ortega dijo en una conferencia en la Casa del Partido Socialista madrileño: «Como veis, siendo anti-algo no se llega nunca ser algo». Que haya socialistas en la Moncloa y socialistas en la Generalitat no garantiza la buena coordinación de políticas de Estado, sino al contrario. El agua es un ejemplo. Así no se llega a algo. Lo que sí se quiso coordinar en el pasado fue la oposición al Plan Hidrológico Nacional que había sido aprobado en el segundo mandato de Aznar. Años antes, un socialista de otro talante, Indalecio Prieto, propuso el trasvase del Tajo al Segura. Una política sin la fibra vital de un sentido de Estado acaba por no saber si está dando pasos adelante o atrás. En realidad, eso importa poco. Además, se contagia de forma rápida, según es deducible de la política del agua. Si este va a convertirse en el tono del segundo mandato de Zapatero, lamentaremos tener que hablar de atraso histórico mientras el poder gobernante sigue invocando la modernidad.