Artículo
de Valentí Puig en “ABC” del 15 de
diciembre de 2009
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
La recesión
económica se suma a una crisis política que de por sí ya arrastra una crisis de
confianza. Sube la línea métrica de saturación. No era frecuente tener en un
fin de semana una manifestación de sindicalistas contra los empresarios y un miniconato de consulta independentista ilegal en Cataluña
mientras una disidente saharaui hace huelga de hambre en Lanzarote. En tal
punto críticamente álgido para el zapaterismo, salta
«Le Monde» para insinuar que Herman Van Rompuy, nuevo
presidente permanente de la Unión Europea, va a acercarse a Madrid para
explicarle a Zapatero quién manda en lo sucesivo. Es que, con la aprobación del
Tratado de Lisboa, las presidencias semestrales de la UE pierden mucho
contenido. Un vaho de decepción empaña el escaparate internacional del que
Zapatero esperaba tantos réditos electorales para remontar los efectos de la
crisis económica, de las crisis en general.
Incluso
la nostalgia por períodos de crecimiento y estabilidad de más confianza de poco
sirven como proyecto cuando un país como España está en crisis. Hacen falta dosis ingentes de voluntad colectiva para reinvertir
el proceso y alzar de nuevo el vuelo. La prudencia, la ecuanimidad, las
reformas razonables son una buena alternativa, pero los impulsos morales de una
sociedad se catalizan mejor desde un gran proyecto: regresar a la Política con
mayúscula, a la España grande. Pudiera ser el proyecto de una nueva generación
y de otras elites que reconsideren tantos callejones sin salida en la España
actual.
De
todos los errores de Zapatero, al final el más grave puede ser haber
infravalorado el significado y vigencia de los consensos de la Transición. Ha
buscado impulsar una segunda transición que fuera de raíz rupturista frente a
todo el legado reformista, precisamente cuando incluso en el acervo del PSOE ya
había calado sustancialmente el espíritu de aquella Transición, cuya máxima
materialización es la arquitectura constitucional de 1978.
Si la
perspectiva son unas elecciones generales en 2012, ¿cuál será para entonces el
calado intrínseco de las crisis? Previsiblemente, habrá que medirlas con
criterios que vayan más allá de su impacto electoral. Hoy mismo ya requieren de
un análisis en términos de estabilidad, cohesión y valores públicos. Ha sido
involucrada de modo frívolo la dimensión del Estado. Pueden ser alteradas
pautas morales que pertenecían a un consenso de mínimos suficientemente
sedimentado.
Son
crisis que precisarían de alternativas propias de una política regeneradora.
Desde luego, es condición «sine qua non» desembarazarse de cualquier lastre
fatalista. Al considerar el desbarajuste político en Cataluña y sus estrépitos,
conviene tener presente que ni los más optimistas hubiesen previsto una
solución estabilizadora como es la que se ha dado a sí misma la sociedad vasca
al generar una aritmética parlamentaria nueva con el pacto PSOE-PP. Las grandes
polvaredas inquietan por su impresionismo aparatoso, pero luego se remansan, en
virtud de una fatiga, un acierto político o una recurrencia cíclica. Eso es lo que
posiblemente va a pasar en Cataluña. Y no será porque Zapatero no sea uno de
los agentes más eminentes de la polvareda. El desperfecto constitucional del «Estatut» tal vez hará necesario el dique seco y, sobre
todo, la recuperación de consensos vitales. Incluso conflictos insolubles por
su carga histórica necesitan de una intensa capacidad de entendimiento. Cuesta
ya creer que, en fases semejantes, Zapatero esté en disposición de aportar
algo.