LAS PATERAS TAMBIÉN LLEGARON A VIC
Artículo de Valentí Puig en “ABC” del 19 de enero de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
Las políticas
de inmigración laxistas y permisivas han ido haciendo crecer en las urnas el
voto de la extrema derecha de una punta a otra de Europa. Casi todos los
modelos han naufragado, unos por multiculturalistas,
otros por negar la diversidad y otros por buscar el contento de la población
inmigrada a costa de la insatisfacción de la población autóctona. Así es como
hoy hemos llegado a situar el empadronamiento de Vic en el centro de un debate
poblado de nieblas, de eufemismos y sesgos políticos. Vic entra en escena
después de los fracasos de Holanda, el Reino Unido, de las asperezas en
Francia, Dinamarca y Suiza, hasta los disturbios en la Calabria italiana. En
general, la evidencia es que, por lo que respecta a la inmigración, nadie había
dibujado un plan B.
En el
caso de Vic, ¿se puede empadronar a los inmigrantes sin papeles? Es más, ¿hay
que empadronarlos? Una sociedad desemboca en esas perplejidades -a veces tan
hipócritas- cuando los políticos y las instituciones públicas no han hecho
previamente el trabajo de análisis y prospección que les correspondía. También
ha existido en España un tabú mediático que impedía tratar con realismo racional
la cuestión inmigratoria, especialmente la ilegal. El «papeles para todos» es
una de las recientes insensateces más perjudiciales para la cohesión del «modus
vivendi» que la sociedad española busca a tientas y a ciegas. A falta de un
debate de conceptos y estrategias públicas, topamos, como de repente, con el
lío de Vic. Muchos miran para otro lado y no pocos intentan pasarle la patata
caliente a otro, con un manifiesto predominio socialista.
Como en
otras zonas de España, en Vic el nivel de saturación inmigratoria sobrepasa la
capacidad asimiladora. Por encima de tal nivel de saturación, no es infrecuente
el conflicto. Hasta ahora, una sociedad española, embebida de crisis económica,
no ha visto saltar los fusibles de la inconexión. Pero cualquiera sabe que una
sobrecarga de tensión puede tener su origen en formas disfuncionales de
inmigración no asimilada. Es lo que busca en Vic -con 40.000 habitantes y un 25
por ciento de inmigrantes- la candidatura municipal anti-inmigración de Anglada -deseosa de expandirse en las próximas elecciones
autonómicas- y lo que pretenden desactivar los otros partidos políticos, con
notable retraso y confusión más que evidente. Nadie quiere haber provocado el
efecto llamada.
Con un
gobierno que restringe al problema de la inmigración al orden público, en
Italia los disturbios en Calabria han revelado el significado que alcanza para
un país pasar de ser emisor a receptor de inmigrantes, como es el caso de
España. Son casi 600.000 sin papeles en Italia, aunque la afluencia es menor
desde los acuerdos con Libia. En España, el caudal de pateras se ha visto
reducido -según el Ministerio de Interior-, pero sigue el tráfico intenso por
las rutas pirenaicas nocturnas. Vemos que, por no ser cómoda la inclusión de la
inmigración en la agenda política en tiempos de bonanza económica, luego
aparece sin tapujos en fase de recesión.
Las microtensiones en incremento llevan a la cuestión más
amplia de la integración. Es ese el problema del Euro-Islam aunque no conste en
las estipulaciones del Tratado de Lisboa. Giovanni Sartori
ha argumentado en «Corriere della Sera» que el
pluralismo valora la diversidad, mientras que el multiculturalismo ideológico
produce la fragmentación y la segregación de guetos étnico-culturales. Ya acabó
el plazo para sugerir que los sin papeles de hoy son el conflicto de mañana.