PACTO DE PERDÓN Y NO DE OLVIDO

Artículo de Valentí Puig en “ABC” del 22 de abril de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

¿Quién no anda harto de ver representado el pasado de la España moderna como una cuestión de buenos y malos, de vencedores y vencidos? Editoriales publicadas por «The New York Times» y el «Financial Times» en defensa del juez Garzón son ilustrativos de un nuevo desentendimiento respecto al proceso que llevó a España del régimen autoritario de Franco a la plena democracia. Es complementario que, durante años, baluartes de la buena información como la BBC se negasen a presentar a ETA como un grupo terrorista.

Lo que se colige de las críticas de medios internacionales al encausamiento de Baltasar Garzón es que una España todavía secuestrada por los demonios del franquismo ha querido negar su más negro pasado y que finalmente ha aparecido un juez con la misión de rescatar del olvido a las víctimas. Pintoresca suposición: la Historia escrita desde los años sesenta para acá sería una manipulación del régimen franquista, como si desde entonces no se hubiese investigado todo lo que había por investigar. Es más: podría decirse que en los años intensos de la Transición la mayor parte de la historia publicada tuvo un tono más antifranquista que pro franquista.

El consenso constitucional de 1978 fue un pacto para la concordia y el perdón, no para la desmemoria o el olvido. A nadie se le pidió que encerrase en el armario los cadáveres de la guerra civil, ni que dejase de honrar la memoria de sus muertos en aquella infausta catástrofe civil. Podrá argüirse que desde la posición de vencedor el franquismo enalteció a sus muertos mientras que los muertos de la República permanecían en el más trágico de los limbos. Y también es cierto que para los muertos en zona republicana, ya muertos, la soledad era la misma, y el desconsuelo de las familias también. Ni los mayores agasajos hubiesen podido resucitar a aquellas víctimas de la intolerancia y, en no pocos casos, de la represión religiosa. Todo eso quedó entendido casi a la perfección. Fue metabolizado. Se promulgaron las leyes de amnistía y una mayoría abrumadora votó a favor de la Ley para la Reforma Política. Las Cortes franquistas se autodisolvieron. Lo comprendieron muy bien los viejos exiliados cuando regresaron a la muerte de Franco y dieron su respaldo a la Corona y a la reconciliación.

En ejercicio de su soberanía y de su experiencia intransferible de la Historia, cada país tiene derecho a cerrar sus heridas como cree más adecuado y toda familia tiene el derecho inalienable a honrar y enterrar a sus muertos. En verdad, el modelo de Transición española inspiró otros procesos similares. Fue analizada como transcurso histórico-político sólido y efectivo. Y es ahora, con Zapatero en el poder, cuando la prensa internacional vuelve a confundir la concordia con el olvido.

¿Cambio generacional en los despachos del editorialismo? Sobre todo, irresponsabilidad del presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero. Él ha alimentado unas percepciones tan desviadas, a costa de polarizar y dividir. Pudiendo hacerlo, el PSOE no se ha negado a retroalimentar el maniqueísmo de Garzón. ¿Es postulable que se deba a un simple desconocimiento de la Historia o a una revisión heroica en la que sólo la izquierda tiene derecho a ostentar la legitimidad moral de la vivencia colectiva? Para sus críticos más frontales, se trata de una manipulación elemental sin mayor horizonte que el electoralista. Como sea, lo más grave es que la Transición democrática, antes considerada mundialmente como paradigma de concordia, se reformule como otra impostura de Caín.

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