ZP SE HUNDE, EL PAÍS AMENAZA RUINA Y EL REY, ¿DÓNDE ESTÁ EL REY?

 

Artículo de Federico Quevedo  en “El Confidencial” del 18 de septiembre de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Miércoles, primera hora de la mañana. En los pasillos de un conocido centro comercial me encuentro con el director gerente del mismo que me saluda afectuoso. Tras las cuatro frases de rigor -el verano, el tiempo, etc-, le entro sin compasión: “¿Cómo va la vuelta de las vacaciones?”. Y él responde sin dudar: “Horrible, peor que nunca. El consumo se ha hundido. La gente solo compra productos básicos, y a ser posible marcas blancas. No habíamos tenido un mes de septiembre peor que éste, ni siquiera en lo que llevamos de crisis, y nuestros competidores están todavía peor que nosotros”. Me deja de piedra, porque le veo realmente preocupado.

 

Si uno hace caso -yo hace tiempo que me de di de baja- de lo que dice el Gobierno, aparentemente las cosas habrían empezado a mejorar. Pero la realidad es justo la contraria y nos estamos enfrentando a lo que probablemente sea algo más que una simple recaída, como quieren hacernos ver las estadísticas oficiales, algo parecido a lo que ya les anuncié una vez, no recuerdo cuando: hemos atravesado el ojo del huracán, un espacio de calma, incluso de cierta recuperación, y ahora viene lo peor de la tormenta, lo peor porque, además, ha cogido fuerza y nos embiste con una virulencia desconocida. No lo digo yo, son, no diré muchos pero si unos cuantos, expertos que analizan los indicadores y, sobre todo, hacen un trabajo de prospectiva, los que se están asustando por la intensidad de la crisis que se nos viene encima.

 

De hecho, se están empezando a producir situaciones propias de un estado de conflicto o catástrofe, es decir, gente que acude a las grandes superficies a hacer acopio de productos básicos no perecederos y guardarlos, no por que nadie piense que vaya a haber escasez de los mismos, sino porque lo que teme quien lo hace es quedarse sin trabajo y no disponer de dinero para alimentar a su familia. Si les digo que la situación está empezando a ser dramática, no les exagero nada. No voy a negar que, aparentemente, hemos conseguido superar la fase de desconfianza hacia nuestra deuda, pero también es cierto que eso ha sido posible gracias a que la UE y el FMI han cuantificado en más de 700.000 millones de euros el fondo de rescate que estarían dispuestos a aportar si España quiebra.

 

Mientras exista ese aval los mercados van a seguir estando encantados comprando deuda del Reino de España a unos tipos de interés de lo más suculentos. Y nadie nos asegura que el riesgo de quiebra haya desaparecido, entre otras cosas porque existe una sospecha cada vez más creciente de que el Ejecutivo está maquillando las cifras de déficit, es decir, cayendo en el mismo error en el que cayó Grecia. Pero volvamos a la economía real, la de la calle: el grifo de los bancos está más cerrado que nunca, al tiempo que la morosidad crece como la espuma. La gente no llega a fin de mes, no puede pagar los colegios -las bajas en centros privados derivadas a concertados y públicos ha batido records este curso-, y el malestar social empieza a ser muy preocupante.

 

Pruebas de esto la estamos teniendo en cada una de las concentraciones con las que las centrales sindicales calientan la jornada de huelga general del próximo día 29. A Méndez y Toxo se les ha ido de las manos, y lo que iba a ser una huelga general de compromiso, medio pactada con el Gobierno, se está convirtiendo en una expresión del cabreo colectivo. “¡Zapatero, dimisión!” es el grito más coreado, y con una intensidad desconocida hasta ahora por la rabia que acumulan las gargantas que lo gritan. Rodríguez se hunde en las encuestas, su popularidad está bajo mínimos y ya son mayoría en los sondeos los que quieren elecciones anticipadas y que este presidente se largue de una vez. La huelga general puede acabar siendo lo que nadie, ni Gobierno ni sindicatos, querían que fuera: una manifestación multitudinaria de malestar y cabreo contra Rodríguez e, incluso, contra quienes han convocado la misma por su compadreo hasta hace dos días con él. La situación es tan grave que la amenaza de conflictividad social empieza a ser cierta y, me consta, que el Ejecutivo lo sabe y está sometiendo a una vigilancia muy estrecha las zonas menos favorecidas, los casi guetos de las grandes ciudades para evitar reacciones violentas. ¿A dónde nos conduce todo esto? ¿A dónde nos ha llevado Rodríguez?

 

El país amenaza ruina. Y no solo económica, ya lo saben ustedes. Todo está en entredicho, no hay ni una sola institución del Estado que se salve de la sospecha de corrupción o de sometimiento al poder Ejecutivo. El edificio que levantamos en la Transición se desmorona como si un terremoto hubiera sacudido sus cimientos, los cimientos del consenso, la concordia, el esfuerzo, la fe en nosotros mismos y en la Nación, y la Monarquía. Sí, la Monarquía es, probablemente, la institución que estos días acumula más ansiedad y mayores sospechas. Nadie sabe qué se piensa en la Casa real de lo que ocurre en este país, entre otras cosas porque desde hace días nadie sabe donde está el Rey, y cual es el verdadero alcance de la situación personal que lo mantiene alejado de la actividad pública, aunque hay bastantes sospechas, yo diría que certezas, de que se trata de algo grave. Se diga lo que se diga, e independientemente de las ideologías de unos y de otros y del aprecio o no que se le tenga a la Monarquía, hay un hecho evidente y es que, hasta ahora, ha actuado de nexo de unión para todos y es el único asidero que nos queda si queremos mantener vivo el espíritu de la Transición. Ahora bien, ¿es posible que la Monarquía siga ejerciendo ese papel más allá de Don Juan Carlos? Ahí es donde surgen las dudas, y esa es una de las razones que hacen de este momento uno de los más graves de nuestra historia reciente, y que al mismo tiempo exige mayores dosis de responsabilidad y sentido común. Dos virtudes de las que carece, sin lugar a dudas, Rodríguez Zapatero, razón por la que se hace imprescindible su salida del Gobierno para poder afrontar con el acuerdo de todos el camino que, inevitablemente, ya hemos iniciado hacia una II Transición.