EL HUNDIMIENTO: ¿CUÁNTO MÁS
NOS VA A MENTIR ESTE GOBIERNO?
Artículo de Federico Quevedo en “El Confidencial” del 27 de noviembre de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Muchos de ustedes habrán visto esa magnífica película alemana que relata los días finales del nazismo. Hay una escena, probablemente la más crucial de todo el film, en la que Hitler se encuentra en su despacho del búnker en Berlín con sus oficiales y escucha de éstos como los aliados han cercado la ciudad. Hitler confía, sin embargo, en la misión que ha encargado al general Steiner para dar la vuelta a la situación, pero uno de sus oficiales le informa, tembloroso, de que Steiner no ha podido cumplirla porque no ha conseguido reunir suficientes hombres para llevarla a cabo. El Führer, consciente en ese momento de que todo había terminado, se quita con mano temblorosa sus lentes de los ojos, pide que salga todo el mundo del despacho salvo cuatro de sus oficiales, y comienza entonces a desatar toda su cólera sobre ellos y sobre sus generales, de los que considera que le han traicionado -“los generales son la escoria de los alemanes”, llega a decir-, y a los que echa toda la culpa de su caída hasta el punto de afirmar que “lo que tenía que haber hecho es liquidarlos, como hizo Stalin”. Tras vanagloriarse de sí mismo -“nunca asistí a una academia y sin embargo he conquistado toda Europa”- y asegurar que los traidores pagarán “con su propia sangre”, Hitler sentencia el final: “Bajo estas circunstancias no soy capaz de seguir dirigiendo. Se acabó. La guerra está perdida, pero caballeros, si creen que dejaré Berlín, están muy equivocados: antes me pegaría un tiro en la cabeza”.
Habrá quienes me odien por la comparación pero,
francamente, resulta muy aleccionadora, y en el fondo entre ambos personajes
hay una similitud de caracteres, de exagerada autoestima y de enfermiza
autoconfianza. Hace tiempo que vengo diciendo que Rodríguez está políticamente
muerto, y lo ocurrido esta semana, añadido a lo que va a pasar este domingo en
Cataluña, no hace más que confirmar esa sentencia, por más que el presidente se
comporte como un zombie
empeñado en seguir viviendo, aunque para ello deba morder a todo el mundo y
extender su mal. La similitud es, francamente, notable: el Gobierno se encuentra
cercado, todas las encuestas dicen que va a perder y su caída es imparable, la
presión de los mercados es insostenible y las apuestas que se cruzan ya no se
refieren a si España será o no intervenida, sino a cuándo ocurrirá tal cosa.
En esas circunstancias Rodríguez había puesto toda su
confianza en Rubalcaba, pero lejos de cumplir su misión el todopoderoso
vicepresidente no encuentra suficientes aliados para llevarla a cabo y a estas
alturas ha perdido ya el fuelle con el que había llegado a ocupar su puesto de
salvavidas de lo insalvable. Rodríguez sabe que todo está perdido, que esto se
acabó, pero en lugar de asumir su responsabilidad en el hundimiento de su país
le echa la culpa a la oposición, a la que señala como fuente de todos sus
males, y lejos de abandonar y convocar elecciones amenaza con continuar hasta
la derrota total.
El Gobierno se encuentra cercado, todas las encuestas
dicen que va a perder, la presión de los mercados es insostenible y las
apuestas que se cruzan ya no se refieren a si España será o no intervenida,
sino a cuándo ocurrirá tal cosa
¿Qué
hace Rodríguez cuando se ve cercado, acorralado, acosado por unas
circunstancias que no puede controlar
y que
amenazan directamente su poder? Descargar toda su furia contra la oposición,
culparla de una situación que ha creado él, y solo él, intentando que la
opinión pública vea al PP como un partido oportunista que busca sacar provecho
de su declive. Pero, realmente, la oposición hace su papel: criticar al
Gobierno y proponerse como tabla de salvación. ¿Cabe esperar otra cosa? No, y
mucho menos cuando es el propio Rodríguez el que de manera sistemática y
sectaria ha rechazado cualquier posibilidad de acuerdo o pacto con el PP para
salir de la crisis y trasladar un mensaje de confianza a los mercados
internacionales. Un mensaje que hoy ya es imposible, porque el problema de
España y el problema del euro, como ya señalan medios tan poco sospechosos de
ser la quintacolumna
del PP como The
New York Times y The Economist, se llama Rodríguez Zapatero.
La única alternativa para que el país empiece a recuperar algo de confianza y
estima internacional es que se celebraran elecciones generales anticipadas y se
produjera un cambio de gobierno. Pero Rodríguez ha dicho que no, que él se va a
quedar hasta el último minuto.
Detrás de esa amenaza no hay sino un autoengaño. No es
solo que Rodríguez nos haya mentido a los españoles, haya mentido a sus socios
europeos y a los mercados internacionales. Es que se está engañando a sí mismo
y no es capaz de reconocer sus propios errores y su absoluta incapacidad para
resolver la situación. Cuando hasta el propio vicepresidente de la Comisión
Europea y destacado dirigente socialista, Joaquín Almunia, pone en duda la
credibilidad de nuestro Gobierno tanto a la hora de afrontar las reformas
pendientes como en la información que sobre la situación de España ha
trasladado a los demás, lo que se está poniendo de manifiesto es la
esquizofrenia en la que vive este sujeto que responde al apellido de Rodríguez
Zapatero: todo su aval político se asienta sobre una permanente y constante
mentira, y cuando eso es así solo cabe pensar que igual que nos ha mentido a
los españoles, que se ha mentido a sí mismo, también habrá mentido a quienes
tienen en su mano la decisión de actuar o no en ese controvertido rescate a
España.
Más allá de lo que Rodríguez pueda decir o afirmar, lo
cierto es que en adelante lo que se nos viene encima es una pesada cruz en
forma de mayores recortes, de ajuste brutal, exactamente lo mismo a lo que se
está obligando a otros países de nuestro entorno por circunstancias parecidas a
la nuestra, pero el Gobierno se empeña en ocultarnos esa realidad, en no
decirnos la verdad de lo que está pasando y de lo que va a pasar.
Pocas veces se nos había prestado tanta atención, y
eso es porque Rodríguez ha conseguido conquistar los sueños, ya no de Europa,
sino del mundo, pero para convertirlos en una verdadera pesadilla porque, por
desgracia, del mismo modo que nos hemos vuelto un país insignificante en el
concierto de las decisiones mundiales, seguimos teniendo un peso económico lo
suficientemente importante como para poner en riesgo, no ya el euro, sino la
misma recuperación de la economía mundial. O, ¿por qué creen que se nos presta
tanta atención al otro lado del Atlántico?