¡¡GRITA LIBERTAD!!

 

 Artículo de Federico Quevedo  en  “El Confidencial.Com” del 06.04.2006

 

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 El formateado es mío (L. B.-B.)

Pues estamos como siempre. En cuanto uno sube un poquito el tono, la caterva de sectarios saca a pasear el manual de insultos. Que si fascista, que si reaccionario, que si cavernario, que si anti-todo, que si a la cárcel con él, que si mejor no escriba, que si vaya panfleto, que si... los más subidos de tono no los transcribo porque no pienso hacerles publicidad a quienes solo saben utilizar la parte del diccionario de la Real Academia destinada a la ofensa y el oprobio. No se crean que me importa. Hombre, me fastidia porque yo nunca me he metido con la madre de nadie, pero otros que predican ejemplo de progresía, aunque sea a la catalana, sí... Ni he dado en comparar a nadie con el macho cabrío –y no todos los progres pueden decir lo mismo-... Ni siquiera he tenido a bien, ahora que estamos en primavera, en dar rienda suelta a los floridos capullos que otros esgrimen como armas sediciosas. Pero en cuanto uno transgrede los límites de lo políticamente correcto le ponen de vuelta y media, de chupa de dómine, a bajar de un burro... En fin, permítanme un cierto margen de discrecionalidad, un espacio para la crítica, por dura que esta sea... Vamos, un poco de libertad, que nunca viene mal y en estos tiempos comienza a escasear que da gusto. Ya les he dicho otras veces que para mí, la libertad, es una pasión, un fin en sí misma, una necesidad imperiosa, un deseo casi brutal, algo que no estoy dispuesto a que nadie me arrebate.

Porque, fíjense, lo que estamos viviendo desde hace un par de años tiene mucho que ver con la concepción de la libertad y de la democracia que tienen unos y otros. Por alguna desgraciada razón que no alcanzo a comprender, el socialismo patrio no ha sido capaz de adaptarse a los tiempos. En alguna ocasión anterior he afirmado, y lo reitero sin ninguna clase de complejo, que el liberalismo es la única ideología que ha conseguido una victoria moral sobre el colectivismo que tradicionalmente ha sido el hilo conductor de la acción política en Europa después de la II Guerra Mundial. Probablemente influenciada por la cercanía del Telón de Acero, la Vieja Europa no supo reaccionar con valentía al totalitarismo del Este oponiendo una visión liberal y atlantista a la amenaza que en aquel momento suponía el Pacto de Varsovia. La caída del muro de Berlín y el fin de la experiencia del socialismo real en esos países abrió las puertas de la esperanza a una verdadera democracia liberal y, sin embargo, esa lección nos la han dado precisamente los países que emergieron de la autarquía marxista. Una lección que aprendió el laborismo británico de la mano de Tony Blair, adaptando los principios esenciales del liberalismo como única forma de supervivencia en una sociedad que, muchas veces sin saberlo, lo que reclama es mayores cotas de libertad individual.

Hubo un momento, después de que el PSOE perdiera el poder en el 96 y el PP llevara a cabo lo que podríamos llamar una revolución liberal que no logró colmarse, en el que parecía que el socialismo patrio se adaptaba a los tiempos. Pero resultó que no. Primero el Prestige, luego la Guerra de Iraq y, finalmente, los atentados del 11-M y sus consecuencias posteriores nos demostraron que quienes llegaron al poder en el PSOE del post-felipismo no eran, ni mucho menos, quienes decían ser –la Nueva Vía y aquellas cosas que nos esperanzaron de la llegada de un Tony Blair a la española-, sino la expresión más voraz de lo peor que el socialismo dio al Siglo XX: el nacionalismo populista, fácilmente demagógico, con pretensiones autárquicas, de corte peronista. Una pseudo-ideología relativista constituida por una mezcla de elementos muy diversos: militarismo y falso moralismo, vocabulario revolucionario con mezcla de conservadurismo, antiamericanismo, oportunismo y nacionalismo. Rodríguez Zapatero, como le ocurría a Perón, se ve a sí mismo como una especie de síntesis popular entre el capitalismo y el comunismo, un fenómeno muy típico de la América Latina que no sólo no murió con Perón sino que tuvo continuación después de la caída del muro con el régimen de Castro y más recientemente con los experimentos revolucionarios de Venezuela, Bolivia y los que puedan producirse a corto plazo en Perú y Nicaragua.

No podemos llevarnos a engaño de lo que vivimos: un tiempo político marcado por el intervencionismo, la demagogia, el relativismo, la destrucción de los principios éticos que rigen nuestra sociedad y los valores jurídico-políticos que la sostienen, y el funambulismo como marco de actuación. Es lógico, porque una pseudo-ideología cimentada en el colectivismo no puede ser aceptada, sino impuesta desde la sistemática y sutil apropiación de los espacios de libertad. ¿Es posible esto en plena Europa del Siglo XXI? Sí, porque esta es una democracia fundamentada en un sistema de partidos y alejada de los principios de la democracia liberal, imbuida del espíritu colectivista caldo de cultivo para cualquier tentación totalitaria, que es la que tiene Rodríguez Zapatero. Sólo una interpretación desde la ambición autárquica puede explicar que la izquierda moderada española haya abandonado el concepto de nación como el de conjunto de ciudadanos libres e iguales en derechos, permitiendo a la derecha liberal apropiarse de lo que siempre fue fundamento de la sociedad civil de la que nace la democracia burguesa. El PP asume como propia la tradición moderada del liberalismo español del siglo XIX, y los principios que alumbraron la Constitución de 1812 y las Cortes de Cádiz, quizás el periodo político en el que de un modo casi espiritual la libertad fue una enseña por la que valía la pena morir.

El norteamericano Walter Lippman afirmaba que “el autoritarismo divide, el liberalismo une”. No miento si afirmo que este es el periodo de nuestra historia reciente en el que se está produciendo una mayor división y enfrentamiento social. ¿Autoritarismo? Sí, a la manera populista en que la demagogia se convierte en un arma capaz de defenestrar toda capacidad de crítica y de discrepancia. Lippman, vuelvo a traerle a colación, señalaba que “una sociedad libre es una sociedad en la que las desigualdades de la condición de los hombres, de sus retribuciones y de sus posiciones sociales no se deben a causas extrínsecas y artificiales, a la coacción física, a privilegios legales, a prerrogativas particulares, a fraudes, a abusos y a la explotación”. Es cierto que no puede generalizarse en España una situación como la que describe Lippman, pero sí podemos decir que algunas de esas carencias comienzan a ser demasiado clamorosas, y desde luego sí que puede decirse que esa definición encaja como un guante en aquellos países a los que el Gobierno de Rodríguez otorga categoría de amistad preferente, las dictaduras y regímenes personalistas de América Latina.

De ahí que, a mi modo de ver, existe una sustancial diferencia entre el proyecto político de Rodríguez y el que defiende Rajoy. Como liberal, creo y acepto que existe una “ley suprema, superior a la Constitución, a las ordenanzas y a las costumbres, que existe en todos los pueblos civilizados”, una forma de ley natural que permite la asociación “entre hombres libres e iguales”, y que, en el fondo, es lo que permite saber si los seres humanos “serán tratados como personas inviolables, o como cosas de las que cabe disponer”. El proyecto liberal, el sueño de un espacio político reformista que nace del espíritu de reconciliación que puso en marcha Adolfo Suárez y que hace de la persona el eje de su acción política, es decir, la esperanza de un compromiso por la libertad, debe constituir la prioridad de Rajoy si quiere convertirse, no solo en una alternativa de Gobierno, sino en un referente social de futuro, apostando claramente por un proyecto reformista y de regeneración democrática sin complejos. Lo que hay enfrente es el resultado de un enorme engaño que nació el 11-M de 2004, y lo que surge de la trampa y de la traición solo puede aportar a la sociedad dolor y lágrimas. Ante eso, grito: ¡libertad!