TODO EL PODER PARA RUBALCABA

 

 Artículo de Federico Quevedo en “El Confidencial Com” del 08.04.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

La banda de Interior vuelve por sus fueros. La crisis de Gobierno que ayer se vio obligado a llevar a cabo el presidente Rodríguez, o no, hay que entenderla en dos claves importantes que luego desarrollaré: la primera, que Bono ha dicho “adiós” empujado por sus discrepancias con la política territorial y antiterrorista de Rodríguez. La segunda, que el presidente ha aceptado esa renuncia adelantando un movimiento que, según todos los indicios, tenía previsto llevar a cabo en junio o julio, situando a Alfredo Pérez Rubalcaba al frente del Ministerio del Interior con un doble objetivo estratégico, fundamental para el futuro del Ejecutivo de Rodríguez: pilotar la negociación con ETA y tapar los agujeros negros del 11-M. Nadie mejor que el hombre que manipuló la voluntad popular en las jornadas posteriores a los atentados de Atocha con aquella frase que pasará a la historia del maquiavelismo político -“los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta”-, para hacer de dique de contención de la amenaza que el 11-M supone para Rodríguez y sus aspiraciones, y para allanar el camino de las cesiones a ETA.

Me consta, y no solo porque lo dijera Rajoy, que el nombramiento de Rubalcaba cayó ayer como un jarro de agua fría en la sede del PP y, en especial, entre quienes tienen en sus manos las cuestiones que afectan a ese Ministerio y el entendimiento con su titular. Si Rodríguez pretendía, sinceramente, buscar la colaboración del PP en el nuevo escenario abierto con la declaración de ‘alto el fuego permanente’, desde luego el nombramiento de Alfredo Pérez Rubalcaba es un paso atrás, una evidente negación de esa voluntad de entendimiento. Claro que a algunos no nos sorprende porque nunca creímos que en la voluntad de Rodríguez estuviera tener al PP de compañero de viaje, sino de comparsa de su travesía hacia la claudicación ante ETA. Era obvio que José Antonio Alonso, por otra parte amigo de Rodríguez, no servía para el trabajo que el presidente le va a encomendar a Rubalcaba, entre otras cosas porque había asumido su papel de ministro del Interior, y siempre en tono de confidencia se mostraba muy escéptico con los movimientos de la pandilla de canallas. Sin embargo, encaja perfectamente en el papel de jefe de los servicios secretos que tienen que vigilar el trastero de la negociación.

¿Por qué Rubalcaba? Es más que evidente. Rodríguez le debe todo, o casi todo. Es un perfecto manipulador de la trastienda, en la que siempre le ha gustado jugar sus cartas, y Rodríguez está donde está, entre otras cosas, porque esa capacidad maquiavélica para manejar las cosas a su antojo hizo que el 14 de marzo de 2004 ganara las elecciones. Rubalcaba supo en todo momento lo que había ocurrido en aquellos atentados, la pregunta es si lo sabía también antes, aunque a eso solo puede contestarla él. Pero si había alguien en el entorno de Rodríguez que podía y sabía manipular y dirigir el entramado de información heredado del felipismo y que, por alguna razón que nunca entenderemos, Aznar no quiso o no pudo desarticular, ese hombre es Alfredo Pérez Rubalcaba, amigo de Rafael Vera y toda la banda de Interior responsable de los GAL, de los que él mismo fue portavoz durante la etapa en que ocupó esa cartera en el Consejo de Ministros de González. Rubalcaba dijo aquello de que “los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta” porque él sí sabía la verdad, y como ha reconocido después, la sabía desde el principio, aunque no ha querido desvelar nunca de donde le llegaba la información. Pero nos lo podemos imaginar.

Por eso no es ninguna sorpresa que, a partir de ahora, Rubalcaba ocupe la que será, en los próximos meses, la cartera más delicada del Ejecutivo, sobre la que va a recaer todo el peso de la responsabilidad de hacer que Rodríguez eternice su permanencia en el poder. Rubalcaba ministro del Interior en generoso pago a sus oficios, antes y después de las elecciones del 14-M. El viernes me preguntaba un lector y amigo castellano-manchego: “¿Rubalcaba ya operando como ministro de borrador de huellas y cocedor del agradecimiento a ETA por los servicios prestados?”. Nadie mejor que él para hacer el trabajo sucio de negociar con ETA el precio de una victoria electoral alcanzada sobre el lecho del 11-M. Nadie mejor que él porque lleva, realmente, una década manejando los hilos del acercamiento entre el mundo abertzale y el PSOE. Nadie mejor que quien ha combatido a ETA con sus mismas armas para sentarse con ellos y hablar, en el mismo idioma, del precio de la paz. Y hacerlo al modo en que también ha logrado sacar adelante el acuerdo del Estatuto, es decir, que encima parezca que la sartén por el mango la tiene él.

Es verdad que una gran mayoría de la opinión pública cree que el 11-M debe apartarse del debate político. Es verdad que, por esa razón, el PP de Rajoy procura evitar las referencias, salvo que sea estrictamente necesario, y que el líder del centro-derecha no lo utiliza nunca en sus contiendas con Rodríguez. Pero es verdad, también, que tanto en el PP como, sobre todo, en la antesala del despacho de Rodríguez, se es consciente de que cierta información circula aunque todavía no haya llegado a las puertas del gran público, y se sabe que esa información puede ser muy dañina para la estabilidad del Gobierno. Solo Rubalcaba es capaz de campear ese temporal, estrechamente vinculado al ‘alto el fuego’ de la pandilla de canallas, y tejer en torno a Rodríguez una tela de araña lo suficientemente resistente como para evitar que le salpique la sangre de lo que puede ser, sin duda, la mayor herida que se ha causado a la democracia y a la convivencia de los españoles en estos treinta años desde la muerte del dictador, por encima, incluso, de la intentona golpista del 23-F de tan triste recuerdo.

Es curioso porque si hubo alguien, dentro del Partido Socialista, que se situó siempre enfrente de la llamada banda de Interior ese fue, precisamente, José Bono. ¿Qué fue lo que ocurrió en la tarde noche del jueves? ¿De que discutieron Rodríguez y su ministro de Defensa para que el primero decidiera, en ese momento, aceptarle la dimisión que Bono le había presentado meses atrás? Rodríguez ha demostrado una habilidad política sin precedentes para deshacerse de aquellos que, políticamente, puedan hacerle daño en su carrera hacia la omnipresencia. Con todo, la salida de Bono le hace un roto en la percepción que pueda tener una parte importante de la opinión pública sobre las intenciones de Rodríguez respecto a ETA y el modelo territorial. De alguna manera, Bono era la excusa de una parte importante del electorado socialista para seguir teniendo fe en Rodríguez a pesar de las muestras evidentes de traición al Consenso Constitucional y a las víctimas del terrorismo. Pero Bono ya no está, y todos sabemos que sus discrepancias en estos dos asuntos tienen mucho que ver en su adiós al Ejecutivo de Rodríguez. Amedo, Vera, Barrionuevo y Rubalcaba se frotan las manos.

Rodríguez se ha quitado de encima a su enemigo político, al único dirigente socialista que, hoy por hoy, podía hacerle sombra en la Ejecutiva de su partido, y el referente para aquellos que, dentro del PSOE, no ocultan su descontento con la marcha de la travesía hacia la confederación y la claudicación emprendida por el presidente. A partir de ahora se cuidarán mucho de mostrar, siquiera en privado, alguna desavenencia con el ‘jefe’, a quien ya no le quedan más piezas que mover en el tablero de su omnipotencia después de enviar a Vázquez a Roma y de que Ibarra quedara debilitado por su afección coronaria. Lo cual demuestra que si en el fundamento de su pensamiento político subyace una simplonería populista sin precedentes, en algún lugar de su cerebro se esconde una porción de perversidad que cuando asoma lo convierte en un perfecto killer político. Muy propio, por cierto, de otras figuras políticas que se han descubierto como enormes coartadores de la libertad y enemigos de la democracia. La jugada de aceptar la dimisión de Bono y mover las piezas para colocar en Interior a Rubalcaba, que se hace fuerte en el Gobierno y en el partido, es perfecta, si no fuera porque sus consecuencias pueden ser catastróficas para un país que esperaba llegar a ser una democracia moderna.