UNA CAMPAÑA FASCISTA CONTRA EL PP PARA TAPAR EL MODO EN QUE ETA TIENE ATRAPADO A ZAPATERO

 

 Artículo de Federico Quevedo  en “El Confidencial Com” del 19.05.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

El formateado es mío (L. B.-B.)

 

Si los del PP tuvieran lo que hay que tener para responder a la impresentable campaña a favor del Estatuto Catalán que ha puesto en marcha el partido de Montilla, mañana mismo encargaría otra con el siguiente lema: “El ‘sí’ que pide el PSC servirá para hacer más fuerte a ETA”. Pero sospecho que, al margen de denunciar ante los Tribunales esa campaña de evidente contenido antidemocrático y “fascista”, como ayer señalaba Ángel Acebes, no se atreverá a mucho más, con lo que no podremos ver escrita negro sobre blanco la verdadera razón por la que los catalanes acudirán el próximo 18 de junio a las urnas, que no es otra que la de pagar a la pandilla de canallas la principal de las facturas del precio político del ‘alto el fuego’: el Estatut. ETA es la que viene marcando la agenda política desde aquel 11 de marzo de 2004, la que dirige los pasos de un Gobierno radical y decididamente dispuesto a llevar a cabo de la mano de la pandilla de canallas un proceso de disgregación del Estado cuyas consecuencias son imprevisibles, pero que responde cuadriculadamente a esa visión negativa y relativista de la Historia de España y de la Democracia que tienen Rodríguez y la izquierda que lo sostiene.

¿Por qué? Hay dos razones que llevan al Gobierno de Rodríguez a caminar de la mano de la pandilla de canallas. Una es la coincidencia de objetivos, porque, en el fondo, ese mismo deseo de destrucción de la legalidad constitucional por el que ha luchado siempre el nacionalismo radical es el que persigue la izquierda marxista. La otra es que la pandilla de canallas tiene tanto que ver con lo que ocurrió aquel 11 de marzo de 2004 y que Rodríguez sabe que está en manos de quienes pueden romper el fino hilo que sujeta su Gobierno. Y yo no creo, fíjense, que ETA participara directamente en la comisión de los atentados, pero sí que tenía conocimiento previo de los mismos y que se entregó activamente a la estrategia de hacer creer al Gobierno del PP, desde unos meses antes, que ellos estaban dispuestos a cometer una masacre, con el fin de que el Ejecutivo de Aznar les señalara como culpables, mientras otros se encargaban de ir sembrando de pistas islamistas los entresijos de la investigación. Pero, fíjense, ni siquiera esto es lo esencial del acuerdo entre ETA y la izquierda de Rodríguez –aunque sí lo más grave-, ya que desde mucho antes, según hemos sabido, había negociaciones entre unos y los otros. ¿Con qué fin? Para mí está muy claro.

Mientras Rodríguez proponía y firmaba con Aznar y el PP el Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo, sus ‘enviados’ alcanzaban con ETA el Pacto contra las Libertades y la Constitución, en afortunada expresión de Pío Moa que ayer presentaba su libro El iluminado de La Moncloa y otras plagas (Editorial Libros Libres) de recomendable lectura para entender los orígenes de lo que está ocurriendo, que no es más que una crisis sin precedentes del Estado de Derecho y la destrucción desde el poder de la legalidad vigente. Así que, perdónenme que les diga esto con un exceso de firmeza, aquí no hay ni ‘alto el fuego’, ni tregua, ni Cristo que lo fundó, como bien claro han dejado los de la capucha en esa entrevista al Gara que el Gobierno no quiere comentar porque sólo comenta lo que le interesa –para hablar hasta la saciedad del primer comunicado de la banda anunciando el ‘alto el fuego’ no tuvieron tantos escrúpulos-, y lo que le conviene. Aquí lo que hay es el modo en que ETA dirige los pasos de este Gobierno hacia la consecución de sus exigencias.

La pandilla de canallas se ha rearmado, extorsiona y mantiene sus objetivos intactos, y además le reclama a Rodríguez que cumpla sus compromisos, y lo que debería estar haciendo Rodríguez a petición inflexible de Mariano Rajoy –si fuera necesario, y es probable que lo acabe siendo, a través de una moción de censura- es explicarnos a los ciudadanos cuáles son esos compromisos, aunque nos los podemos imaginar. De entrada, podemos afirmar sin ninguna clase de pudor que, gracias a que ETA ha asesinado a más de mil personas, a Arnaldo Otegi no se le aplica la Justicia como al resto de los ciudadanos, sino que se le conceden beneficios que a otros condenados se les niegan. Es evidente que, al margen de la máxima aspiración del nacionalismo radical –la independencia-, el Gobierno ha venido haciendo concesiones humillantes que den estabilidad al ‘alto el fuego’. ¿Por qué, entonces, Rubalcaba se pone la venda antes de la herida y deja caer que lo de que el ‘alto el fuego’ no está del todo verificado? Por si acaso. Por si tiene que acudir al manoseado “ya lo dije, ya lo advertí”, aunque fuera con la boca pequeña.

Esta es una cuestión de tiempos, y los tiempos de ETA y los de Rodríguez puede ser que no coincidan. Una cosa es que a Rodríguez no le importe y promueva acometer un proceso de transición de la democracia a la balcanización del país, y otra distinta que quiera hacerlo antes de que las urnas decidan si le otorgan o no un nuevo mandato para poder llevarlo a cabo. El problema radica en que la pandilla de canallas le exige que las mesas de negociación de la autodeterminación y la territorialidad se convoquen ya, y eso significa, en román paladino, sentarse a pactar el precio político definitivo –el reconocimiento de Euskal Herria como nación- antes de que los ciudadanos perciban de un modo rotundo el fin de la violencia, algo que no va a ocurrir. Entre otras cosas porque ETA no va a desaparecer, ni va a dejar las armas, ni abandona los objetivos por los que lleva treinta años matando, y si esa es la percepción que acaba instalándose en la opinión pública –ya lo está haciendo-, los planes de Rodríguez se torcerán irremediablemente. Claro que esa es la consecuencia de haber confiado toda su suerte a la carta marcada el 11 de marzo de 2004 por la pandilla de canallas.