EL LADO OSCURO DE MARIANO RAJOY

 

 Artículo de Federico Quevedo  en “El Confidencial Com” del 10.06.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Si este fin de semana se celebraran elecciones generales, el Partido Popular ganaría con una diferencia entre tres y cinco puntos por encima del PSOE. Esto lo saben en Génova 13, sede de los ‘populares’ y, sobre todo, lo saben en Ferraz, sede de los socialistas. No lo digo yo, sino que es el análisis que hacen los estudiosos de estos asuntos en base a las últimas encuestas del CIS, las mismas que dicen que el PSOE está dos puntos por encima del PP. Les explico el porqué: el CIS, para lograr un resultado favorable al partido en el Gobierno, eleva el porcentaje de participación en unas supuestas elecciones hasta dos puntos por encima del registrado el 14 de marzo de 2004, es decir, casi a un 80%. Pero hasta el más sesudo sociólogo sabe que eso es imposible, que hace falta un acontecimiento apocalíptico para alcanzar semejante porcentaje de participación.

El 14-M se llegó a una cifra record en una democracia asentada -el 77%- y eso favoreció los intereses electorales del PSOE. Lo cierto es que este es un país sociológicamente escorado al centro-izquierda –aunque mucha gente que se declara de izquierdas, realmente resulta ser más conservadora que cualquiera otra que vote al centro-derecha-, en el que el PP, para obtener un resultado ventajoso en las elecciones, necesita porcentajes de participación bajos. En el año 2000, Aznar consiguió mayoría absoluta gracias a que un millón y medio de votantes socialistas se quedaron en su casa. La participación fue del 68%, normal en cualquier democracia avanzada. Con una participación entre el 70 y el 73%, los expertos dicen que el PP obtendría una victoria señalada respecto al PSOE, aunque no logre la mayoría absoluta de Aznar. Y es difícil que vuelvan a repetirse las especiales circunstancias que concurrieron en las jornadas del 11 al 14 de marzo de 2004.

Esta es la razón por la que se han desatado los nervios en la sede socialista. Y esta es la razón por la que el líder del PP, Mariano Rajoy, debe, más que nunca, mantener el complicado equilibrio entre la contundencia de la crítica a un Gobierno que lleva el país a la deriva y la huída de cualquier estridencia que pueda movilizar al electorado de la izquierda y elevar la participación en las elecciones. De alguna manera, Rodríguez ya hace bastante por conseguir que muchos de los que le votaron aquel 14-M de 2004 decidan no repetir la amarga experiencia, por lo que la estrategia política del líder del PP debe empezar a dar paso a un proyecto de regeneración democrática que sume adeptos, especialmente de cara a las elecciones autonómicas y municipales de 2007, que servirán de termómetro para conocer cuál es el verdadero estado electoral del país, y sobre cuyos resultados los dos partidos mayoritarios sacarán conclusiones que afectarán notablemente a su comportamiento en los meses previos a las elecciones generales.

Y, esto, que me perdone el alcalde de Madrid, don Alberto Ruiz-Gallardón, no tiene nada que ver con la moderación, que es algo que se le supone de por sí al líder del PP, que representa a la derecha liberal y reformista de este país y, por tanto, es un buen ejemplo de la educación y de la cortesía que caracterizan a los demócratas de siempre, virtudes de las que carece la izquierda sectaria y radical que nos gobierna. No hay más que escuchar, de vez en cuando -no sea que nos provoque alguna enfermedad infecciosa-, a ese ejemplo de inteligencia, ese aporte al legado cultural español llamado José Blanco.

Guardo dos buenos recuerdos de Mariano Rajoy. Uno es personal, y por lo tanto intransferible. El otro lo es menos, y tuvo lugar en un almuerzo, mano a mano, tiempo ha, cuando todavía el PP se esforzaba como opositor al felipismo. Entonces me dijo algo, que sin ser textual –ha pasado tiempo- se aproxima mucho a la literalidad de su afirmación. Permítanme que la contextualice. Hablábamos de la situación –entonces el Gobierno declinaba acosado por los escándalos de corrupción y el terrorismo de Estado, pero Felipe se agarraba a la silla del poder como a un clavo ardiendo-, y Rajoy, con ese tono un poco indolente y casi susurrante que le caracteriza, vino a decir algo así como: “Sólo un político con principios es capaz de hacer avanzar un país. Los políticos sin principios sólo se preocupan de avanzar ellos mismos”.

El otro día, en el Congreso, en ese duro discurso con el que dio portazo a su apoyo al Gobierno después de que éste evidenciara el engaño al que nos había sometido a todos, Rajoy se ‘comió’ una frase de su discurso, probablemente para evitar que se malinterpretara sacada de contexto, en la que también hablaba de los principios, de sus principios. No es la primera vez que lo hace, y de aquí a que lleguen las elecciones generales, no será la última.

Rajoy tiene lo que los golfistas llaman un handicap, y es esa dificultad para transmitir sus emociones que a veces hace parecer que todo lo que ocurre a su alrededor no le afecta, pero no es verdad. Y lo que en los últimos tiempos estamos viviendo en nuestro país, me consta que le produce una enorme zozobra, producto de la responsabilidad con la que ha asumido el papel de referente para una parte importante de la sociedad española, aquella que empieza a darse cuenta de que de la mano de Rodríguez caminamos por la senda de la ausencia de libertad, de la injusticia y de la insolidaridad directos al abismo del peor de los totalitarismos.

En su entorno, sin embargo, hay quienes interpretan ese aparente hermetismo como una debilidad, y pretenden aprovechar los momentos críticos, que en toda tarea de oposición los hay, para ganar posiciones de cara a una posible derrota en las elecciones autonómicas de 2007 que pueda debilitar la posición de Rajoy en el PP. Craso error. No será por la vía de una oposición estridente, que a veces se parece como dos gotas de agua al sectarismo propio de la izquierda radical, y que practican con habilidad propia de quienes han recorrido el camino del extremismo de un lado al otro del abanico ideológico algunos medios de comunicación, como el PP va a conseguir sumar voluntades a su proyecto de regeneración. Rajoy debe tener muy claro que solo desde la convicción y el convencimiento podrá conseguir ese doble objetivo de conseguir que ni un solo voto contra Rodríguez se quede en casa y, sin embargo, favorecer la desidia de esos mismos que aquella noche del 14-M le gritaban al de la sonrisa aquello de “¡no nos falles!” y hoy, en su mayoría, han perdido toda fe en él.

El lado oscuro de Rajoy no está en él, sino en la tentación de aquellos a los que las prisas –mala consejera- les hace caer en las trampas de la división y el escoramiento a la derecha que tan hábilmente ha ido poniendo en el camino de la oposición el Partido Socialista. Son los mismos que reclaman su espacio y que creen que pueden ejercer la tarea de la oposición con una efectividad mayor a la actual. Pero Rajoy sabe manejar los tiempos, es una virtud que hemos ido descubriendo desde que lleva el timón de la complicada nave de su partido y que ha demostrado con creces durante el tiempo que ha durado su apoyo el Gobierno tras la tregua-trampa de ETA-Batasuna.

Mientras los paladines de la ruptura criticaban sin pausa alguna su actitud, Rajoy fue sembrando de pedagogía el gesto que él sabía que acabaría siendo inevitable, porque quien vive del engaño –Rodríguez- no puede nunca cumplir su palabra. Cuando llegó el momento de poner las cosas en su sitio, la sociedad comprendió las razones y aceptó los motivos, y hoy el que se encuentra entre la espada de ETA y la pared de un país que no acepta la paz a cualquier precio, no es Rajoy, sino Rodríguez, a quien le viene como un guante aquella afirmación de Albert Camus en El hombre rebelde: “Frente a una futura realización de la idea, la vida humana puede serlo todo, o nada. Cuanto mayor es la fe que el calculador pone en esta realización, menos vale la vida humana. En último término, ya no vale nada”. Y Rodríguez es un perfecto calculador.

A Mariano Rajoy le acusan de ser “buena persona”. Bien, lo es. A veces son necesarias las buenas personas para dar la vuelta a todo lo que han hechos las malas. Pero se equivocan quienes quieren ver en el líder del PP una actitud acomplejada o indolente, porque nada mas lejos de la realidad en alguien a quien no le tiembla la mano a la hora de tomar sus decisiones, aunque lo haga respetando los tiempos que él mismo se ha marcado. Es verdad que en esos días posteriores al Debate del Estado de la Nación los cabecillas de la conspiración contra Rajoy estuvieron a punto de alcanzar su objetivo. Hubiese sido, sin duda, el mayor triunfo que le podían ofrecer a Rodríguez y al PSOE. La única opción que tiene, hoy por hoy, el PP de ganar las elecciones, se llama Mariano Rajoy. Entre otras cosas, porque sólo un político con principios será capaz de volver a sacar a este país del lío monumental en el que le ha metido Rodríguez Zapatero.