EL SILENCIO DE LOS CORDEROS O CÓMO ENTIENDE ZAPATERO LA DEMOCRACIA: “¡Y A MÍ QUÉ ME IMPORTA NAVARRA!”

 

 Artículo de Federico Quevedo en “El Confidencial Com” del 14.07.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

“Pero, presidente, ¿no te das cuenta de que éstos te van a pedir Navarra, de que van a poner Navarra encima de la mesa de negociación?”. La pregunta, hecha desde una cierta estupefacción, se la planteaba al presidente del Gobierno un conocido empresario, hotelero para más señas, que en los últimos meses ha estado muy cercano al matrimonio presidencial, hasta el punto de que Sonsoles, la mujer de Rodríguez, aprovecha esta relación en beneficio de su carrera como soprano. La respuesta del presidente es para releerla varias veces: “¡Y a mí qué me importa Navarra!”.

Ha llegado un momento en el que Rodríguez Zapatero confunde sus deseos personales, sus ambiciones personales, sus odios y resentimientos personales, con razones de Estado. Eso les ocurre a los caudillos cuando creen que solo ellos son capaces de saber qué es lo que conviene al pueblo y la nación que gobiernan y, por tanto, no entienden que haya nadie que discrepe de sus designios. “¡Y a mí qué me importa Navarra!”. La respuesta al empresario hotelero, amigo-interesado del presidente, refleja una visión completamente personalista de la democracia, un régimen que Rodríguez Zapatero sólo acepta en tanto en cuanto el beneficiario del mismo sea él. Lo digo sin acritud y con una sensación agobiante de tristeza, porque, aunque lo normal no sea tener vocación de servicio público, para cualquiera de nosotros que sienta un poco, aunque solo sea un poco, de cariño hacia la patria en la que vivimos y que tanto nos ha costado construir, contemplar cómo un político sin ninguna clase de principios y escrúpulos es capaz de destruirla resulta del todo doloroso.

Rodríguez lleva cinco años negociando con la banda terrorista ETA. Eso significa que lo hizo al mismo tiempo que los asesinos ponían sobre la mesa de negociación los cadáveres de Fernando Buesa y de Joseba Pagazaurtundua, militantes socialistas, miembros destacados de una comunidad ideológica en la que sigue habiendo mucha gente de bien a la que se le revuelven las entrañas cuando ve a Patxi López dándose abrazos con el terrorista Otegi. Yo he sido, y soy, habitualmente muy duro con la izquierda, lo reconozco, pero lo soy con esa izquierda sectaria y ambiciosamente totalitaria que representa Rodríguez Zapatero. Permítanme, sin embargo, que hoy me dirija a esos otros, a esa mayoría silenciosa de militantes y simpatizantes del PSOE que callan y lloran en silencio la vergüenza de ver cómo se humilla la memoria de sus propios muertos.

Son muchos los que se ven a sí mismos, se reconocen a sí mismos, en personas como Gotzone Mora, Rosa Díez o Pilar Ruiz, madre de Pagazaurtundua, la misma que escribió hace un año aquello de “sé que harás cosas que me helarán la sangre”, en referencia a Patxi López, quien, obviamente, ha cumplido con creces el pronóstico. Pero son muchos los que no se atreven a dar el paso de reivindicar ese compromiso moral que asumió una parte importante de la izquierda con la Democracia en aquel Congreso de Suresnes, donde el socialismo dio la espalda al marxismo e inició un camino lento, pero parecía que inexorable, hacia una socialdemocracia moderna y cada vez más próxima a lo que algunos, como Carlos Solchaga, denominaron un social-liberalismo del tipo que luego ha puesto en práctica el laborista Blair en Gran Bretaña.

Estoy seguro de que gente como Solchaga, Almunia, Eguiagaray, Solana, el propio Solbes, Sevilla y un largo etcétera de dirigentes socialistas con los que, desde una posición estrictamente liberal, a algunos nos pueden separar muchas cosas, no comparten, e incluso desaprueban con firmeza, la deriva a la que nos conduce Rodríguez Zapatero. No lo pueden hacer porque esta deriva es todo lo contrario a ese compromiso democrático que el PSOE asumió entonces y permitió un periodo intenso de cambios sociales y económicos en tiempos de Felipe González, pese a los gravísimos errores que cometió en materia de corrupción y terrorismo de Estado.

“¡Y a mí qué me importa Navarra!”. Hay mucha gente de bien en el socialismo español, muchos votantes del PSOE y militantes de este partido, que no pueden cruzarse de brazos ante la ruindad de la actitud de su secretario general, que permitió y alentó negociar con ETA mientras ETA asesinaba a sus propios compañeros. ¿Con qué fin? ¿Con qué objetivos? Ni siquiera González tuvo en el PSOE el poder que hoy disfruta Rodríguez Zapatero, y me consta que, entre muchos de los dirigentes de este partido y buena parte de las bases del mismo, se ha extendido el miedo, cuando no la desesperación

Pero esa gente de bien, esa gente que sabe que lo que está pasando reviste de una especial gravedad y que está en juego nuestro propio futuro y nuestra libertad, tiene que perderle el miedo a decir lo que piensa, a manifestar su oposición a quien está traicionando la propia memoria de su partido y de sus militantes, y la historia que ha acompañado al PSOE desde la Transición, e incluso antes, en la lucha contra el franquismo. Todo aquello se hizo con un objetivo común: la concordia y la construcción nacional en libertad. Y ese objetivo hoy está en manos de una pandilla de canallas, de una mafia asesina que ha matado a sus propios compañeros socialistas en nombre de una ideología fanática y totalitaria.

Son muchos los militantes, votantes, simpatizantes del Partido Socialista, que han trabajado y trabajan por el bien común, que es la sagrada máxima que debe dirigir los pasos de un gobernante democrático, tal y como expresaba John Locke, que han buscado el bienestar y el progreso de la sociedad y que, sobre todo, lo han hecho con el ánimo de lograr la justicia y la libertad. Es vital que esa gente abandone su silencio y se una a todos los que se niegan a plegarse a la imposición. Cuando Rodríguez afirma, sin que le tiemble la voz, “¡Y a mí qué me importa Navarra!”, en el fondo está manifestando la crudeza de su ambición totalitaria y la naturaleza caudillista de su proyecto político: todo con tal de mantenerse en el poder.

Durante estos más de dos años ha desplegado un abanico de actitudes antidemocráticas dirigidas, en buena parte, a buscar la aniquilación del contrario y, sobre todo, a formar un pensamiento único sustentado en un falso buenismo que ya casi no convence, pero que, en realidad, transpira un personalismo excluyente. Pero nuestro futuro y nuestra libertad exigen rebeldía, y no basta con que se rebelen sólo los que no le votaron, deben hacerlo, también, aquellos que empiezan a ser conscientes de que la libertad por la que lucharon no tiene nada que ver con lo que está haciendo el hombre al que llevaron al poder. Sin miedo, porque en la defensa de la Libertad y la Justicia no estarán, nunca, solos, como no lo están Gotzone Mora, ni Rosa Díez, ni Pilar Ruiz, ni Nicolás Redondo, ni Mayte Pagazaurtundua... ni cientos de miles de socialistas de bien.