EL PACTO DEL TINELL O LA HOJA DE RUTA DE ZP PARA REEDITAR LAS DOS ‘ESPAÑAS’ Y DESAHUCIAR AL PP

 

 

 Artículo de Federico Quevedo  en “El Confidencial.com” del 21-10-05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo siguiente para incluirlo en este sitio web (L. B.-B.)

 

 Comentábamos ayer con bastante cordura en la redacción de este periódico que si el acto de investidura de Santiago Carrillo como Doctor Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Madrid se hubiera producido hace tres o cuatro años, no hubiera pasado nada. Es más, con toda probabilidad allí se habrían congregado políticos y representantes de la sociedad civil de todas las tendencias, y en ese espíritu de normalidad democrática y respeto, que durante años hemos venido amasando como fórmula de convivencia gracias al alma de la Transición, Carrillo habría tenido un justo homenaje a su papel clave en ese periodo que puso fin a la dictadura y que, como he dicho en muchas ocasiones, supuso la verdadera victoria de la libertad frente al horror de la Guerra que inició la izquierda en 1934 y acabó el franquismo en abril del 39.

Pero no. Carrillo, que se ha prestado, no se sabe muy bien porqué, al juego suicida de Rodríguez, permitió hace unos meses que un homenaje a su figura se convirtiera en una revisión histórica para volver a enfrentar a “los buenos”, es decir, lo que perdieron una guerra que ellos mismos iniciaron y que hoy se verían reflejados en la izquierda y los nacionalistas, con “los malos”, los que la ganaron y que, según esa misma izquierda, hoy representa el Partido Popular. Nada más falso y más vil. En las filas del PP hay tantos perdedores de esa guerra como los que hay en las del PSOE, y en las de éste tantos ganadores como los que hay en las filas de la derecha liberal. Lo habíamos superado, lo habíamos apartado casi de nuestras vidas hasta que llegó Rodríguez y, de la mano del Pacto del Tinell, volvió a resucitar odios y enfrentamientos.

Porque ese es el origen de todo lo que viene ocurriendo y que podría resumirse en la búsqueda de un orden social radicalmente nuevo a modo de régimen presidencialista, un hedonismo pactista que nos lleva a aceptarlo todo sin condiciones –la última edición ha sido la entrega en bandeja de todas sus exigencias a los transportistas- y un relativismo intelectual y moral de factura casi obscena en lo que a ausencia de principios y criterios se refiere pero, sobre todo, en lo que conlleva de provocación permanente a los que, hoy por hoy, son los únicos garantes del orden constitucional y de la legalidad vigente: en diciembre de 2003, los firmantes del acuerdo que llevó al Tripartito al poder en la Generalitat, el Pacto del Tinel, incluyeron en el mismo una cláusula que impedía a cualquiera de ellos llegar a pactos con el Partido Popular ni en Cataluña ni a nivel nacional.

Merece la pena recordarlo porque nunca en la historia reciente de nuestra democracia se había producido un hecho tan claramente heredero del más puro fascismo, en la medida que éste busca la eliminación del adversario. Esa ha sido, es y será la Hoja de Ruta de Rodríguez: el desahucio del PP. Y para ello está trabajando en dos direcciones, una la del enfrentamiento y el guerracivilismo, y otra la de la ruptura del modelo constitucional. Con la primera pretende identificar al PP con los vencedores de la contienda. Con la segunda proyecta eliminar sus posibilidades electorales en los territorios en los que consiga la victoria del soberanismo independentista. Nada podrá hacer el PP nunca en una Cataluña convertida en nación. Ni en un País Vasco, ni en una Galicia en las mismas condiciones. Y, sin embargo, el PSOE siempre tendrá grupos nacionalistas con los que pactar en las Cortes contra un PP en minoría de escaños.

Pero lograr ese escenario implica llevar al país a un grado de tensión como no se había vivido desde los dos años finales de la República y, desde luego, muy lejos de ese espíritu de concordia que inundó todo el proceso constituyente tras la muerte del dictador, a pesar de las innumerables dificultades con que se abordó y de las muchas, muchísimas concesiones que todas las partes tuvieron que hacer para poder lograr un acuerdo satisfactorio para todos y que contó con el respaldo mayoritario de la ciudadanía. Hoy, Rodríguez se ha convertido en el mayor enemigo del consenso constitucional. Su propia aceptación de la definición de “rojo” le convierte en un ejemplo dogmático de las más bajas pasiones que nos llevaron al enfrentamiento.

El dice que la “derecha” no le ha enseñado nada. Pues bien, gracias a la “derecha” preside un Gobierno democrático. Habría que recordarle que en el pasado de esa izquierda por la que ahora combate no hay ninguna tradición democrática. Que esa “utopía” que según él ilumina su pensamiento político fue el gulag en el que murieron asesinadas millones de personas a manos del sanguinario Stalin. Que ese afán “justiciero” es propio de líderes revolucionarios, los mismos líderes revolucionarios que no han dudado en pasar a cuchillo a todo aquel que osara oponérseles. La democracia liberal es propia de hombres capaces, de defensores de los derechos individuales, de pensadores que hicieron del amor por la libertad una pasión vital. Y Rodríguez no es nada de todo eso. Es, más bien, un lunático narcisista sin escrúpulos.