LA PAZ DEL PRESIDENTE

 

 Artículo de Federico Quevedo en “El Confidencial Com” del 10.09.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 El formateado es mío (L. B.-B.)

 

“En la Zona Cero, el rayo golpeó, irrevocable: no hay un más allá en la historia milenaria y cotidiana, sucia a la vez que heroica, y tránsida como siempre de ruidos y furias. No salimos de la tragedia: Orestes y Hamlet, Antígona, Ifigenia y Crésida siguen siendo para siempre nuestros contemporáneos”. Las palabras de Glucksmann (Occidente contra Occidente, editorial Taurus) desgarran el recuerdo de lo que hace cinco años ocurrió en Nueva York, imagen que conservamos impresa en nuestra retina, y que sin embargo hemos querido borrar del imaginario colectivo, quizás avergonzados de que el hombre sea capaz de tanta crueldad, quizás recelosos de nosotros mismos, quizás resignados a un destino implacable. Es la cruda realidad: los terroristas se han arrogado el derecho de matar a quien sea. Podemos situarnos del lado de quienes luchan en defensa de la libertad, o hacerlo del lado contrario. Y las medias tintas, el sentarse a esperar y ver, la actitud complaciente, en definitiva, también supone situarse en el otro lado, porque eso es, precisamente, lo que los defensores del nihilismo quieren que hagamos.

Lo vimos el jueves, con toda la carga de brutalidad y desprecio hacia la vida y la libertad que fue capaz de desprender el terrorista Iñaki Bilbao en la sala de la Audiencia Nacional en la que se celebraba su juicio. Los terroristas no quieren un arreglo, quieren ganar su particular guerra, su particular batalla contra la sociedad democrática y la libertad. En esa guerra, en esa batalla, tiene que haber vencedores, ellos, y vencidos, nosotros. Iñaki Bilbao apuntaba con su dedo hacia la nuca del presidente de la Sala, mientra Rodríguez Zapatero hablaba de paz. Habló de paz por la mañana, al lado de Koffi Annan. Habló de paz por la tarde, cuando el Congreso aprobó el envío de tropas a una misión de la que el Gobierno no ha querido contarnos nada. Rodríguez gobierna a golpe de mentiras y ocultaciones de la verdad, entre otras cosas por que su ‘paz’, su falsa paz, no es más que la paz de los vencedores en una guerra en la que los muertos los han puesto otros.

Una guerra contra la libertad que, hoy por hoy, no sé si vamos perdiendo, pero desde luego no vamos ganando. Ni la vamos ganando en el terreno internacional, ni la vamos ganando de puertas para adentro. Mucho se ha escrito de la famosa foto de las Azores, casi siempre en contra de sus tres protagonistas, hoy, sin duda, en horas bajas. Pero les diré algo que muchos de ustedes no compartirán, entre otras cosas porque, por desgracia, hemos aprendido a vivir traicionando aquellas cosas que antes eran importantes, que durante siglos constituyeron la esencia de nuestra convivencia. Esos tres líderes, Bush, Blair y Aznar, tenían claro que ante el ataque despiadado y cruel del terror, no cabía otra opción que la de defender los principios sobre los que se levantó la civilización occidental. Civilización o nihilismo. La elección, tal y como la plantea Glucksmann, es terrible, pero vivimos gobernados por una ideología resultante de la fusión del relativismo y el determinismo que ha conseguido disuadir a buena parte de la sociedad de sus convicciones morales, y eso ha hecho posible que frente a unos pocos defensores de los principios, los enemigos de nuestra civilización hayan logrado importante victorias gracias a la apatía general.

Zapatero, en el fondo, es un convencido nihilista. Su paz se fundamenta en la victoria implacable de su concepción totalitaria del poder. Es evidente que, como estratega, como perfecto producto de marketing, no tiene desperdicio. Cuando afirma ante un auditorio entregado –no podría repetir esa frase en un debate parlamentario- que el PP quiere la guerra y que su Gobierno busca la paz, consigue llegar al ánimo superficial de miles de personas engañadas por una frase efectiva que encierra una aberrante mentira: no es el PP el que quiere la guerra, sino que quien lleva dos años y medio provocando tensiones y conflictos, es decir, guerra aunque en otro estadio menos violento, es precisamente Rodríguez Zapatero. Su ‘paz’ se fundamenta en la destrucción del contrario, nunca en el acuerdo. Y esto forma parte de una esencia ideológica muy simple, pero muy común en una izquierda que, tras perder la referencia del Muro de Berlín, la encontró de nuevo en la lucha contra la globalización, las posiciones antisistema y la supuesta defensa de la naciones oprimidas y los pueblos marginados.

Cuando todo el mundo creía en pleno siglo XIX que el nacionalismo estaba en decadencia, hoy se ha convertido en una fuerza poderosa y peligrosa, como denuncia Isaiah Berlin. Ese nacionalismo surge como la falsa interpretación de un supuesto daño de una nación sobre otra, de un pueblo sobre otro, de una civilización sobre otra. Todos los terrorismos han emergido sobre los cimientos de un nacionalismo violento y excluyente. Da igual que se trate de ETA, que de Al Qaeda, que del IRA o que de los movimientos de liberación latinoamericanos o Hizbulá. Se trata de derrotar al gran enemigo que, según esa errónea –pero consentida- concepción nacionalista de su lucha, es la democracia occidental. Los terroristas que hicieron estrellas los aviones sobre la Torres Gemelas eran nacionalistas, tan nacionalistas como Iñaki Bilbao y Arnaldo Otegi, tan nacionalistas como Chávez, Castro o Morales, tan nacionalistas como Ahmadineyad o Bin Laden. Todos ellos luchan contra un enemigo común, que no es otro que la libertad individual y la democracia liberal.

Zapatero quiere una paz fundamentada en los principios que han hecho posible la resurrección de un nacionalismo excluyente y determinante. Su ‘paz’ es la paz de ETA, la paz que busca la derrota de los demócratas. Su paz es la paz de Castro, Chávez y Ahmadineyad, unidos en un frente común contra la civilización occidental. Su paz es la paz de Bin Laden y Hizbulá, empeñados en una Guerra Santa contra Israel y Estados Unidos. Su ‘paz’ es una paz sostenida por un efectivo buenismo que es, si me apuran, mucho más dañino para nuestra supervivencia que la propia violencia desatada por los terroristas. Lo es porque, como explica Hayek, no existe una “bondad natural” inherente a la sociedad, sino que hemos aprendido a ser libres precisamente restringiendo la libertad de aquellos que podían atacarla. Ese fue el principio que hizo posible que en los últimos años del Gobierno del PP practicamente se lograra el objetivo de acabar con ETA. Ese es el principio que el Gobierno ‘buenista’ de Zapatero ha laminado provocando el resurgir de una ETA exultante y victoriosa frente a sus propias víctimas y el resto de la sociedad.

Miren, yo no sé si son ustedes conscientes de lo que, de verdad, se está negociando en la ultratumba de los contactos entre el nacionalismo vasco radical y violento, y el Gobierno de Rodríguez Zapatero. ETA ha puesto sus condiciones, y el Ejecutivo ya ha accedido a ellas. Lo que se está negociando son los tiempos y las formas, la manera en que se van a presentar ante la opinión pública unos acuerdos que suponen la victoria definitiva de los enemigos de la libertad, por el simple hecho de que Zapatero coincide con los mismos fines y objetivos que tiene ETA. Lo dije hace una semana, y lo repito de nuevo: Zapatero ha demostrado, y los que son como Zapatero a lo largo y ancho del mundo –los Koffi Annan que pueblan la complacencia general- también, que matar es rentable. ¿Alguien piensa, seriamente, que quienes han obtenido la mayoría de sus aspiraciones matando, van a dejar de hacerlo pudiendo obtener aún más? Glucksmann, de nuevo, nos enfrenta a nuestros propios temores: “Manhattan nos ha recordado brutalmente que el tiempo no trabaja a favor nuestro, que no hay un happy end garantizado para la aventura humana, que el fin del mundo es posible, desnudo, sin mañana. Y que la resposabilidad de semejante acontecimiento nos incumbe”. Tómenselo en serio, por favor.