EL PP COMO VÍCTIMA DE LA SINRAZÓN SEMBRADA POR ZAPATERO EN UNA LEGISLATURA DE RENCOR

 

 Artículo de Federico Quevedo en “El Confidencial Com” del 13.10.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Déjenme que empiece por reconocer al candidato del PSC a la Generalitat, José Montilla, el gesto de haber expulsado de su partido a Jordi López, primer secretario de las juventudes de su partido en Martorell, por haber participado y alentado la manifestación fascista y violenta contra el secretario general del PP, Ángel Acebes, y el candidato de este partido, Josep Piqué, el pasado martes. Lo bordaría si, además, le pidiera la dimisión como concejal de esa misma localidad y expulsara del partido a Toni Mantís, de quien existen videos de su participación en la algarada independentista y no precisamente para apaciguar los ánimos exaltados y violentos de sus participantes. Pero, fíjense, teniendo en cuenta los precedentes de las declaraciones de Montilla sobre el PP, que dejan mucho que desear, tengo para mi que esta actuación no responde tanto a un convencimiento democrático como a un oportunismo electoralista: tanto al PSC como al nacionalismo catalán puede empezar a pasarles factura el acoso violento a la derecha liberal, y se han dado cuenta de que esa actitud violenta y antidemocrática genera rechazo en cierta parte sensata de una sociedad enferma que, habitualmente, mira para otro lado.

Dicho esto, lo de Martorell no responde al impulso coyuntural de una pandilla de jóvenes en edad de escozores varios y diversos. Esa orgía de odio, de la que hemos visto imágenes que producen una profundísima tristeza, es el resultado de una política sembradora de rencor y resentimiento, la política que ha venido llevando a cabo Rodríguez Zapatero desde que accedió al poder como consecuencia, precisamente, de esa muestra brutal de odio hacia el ser humano que fueron los atentados del 11-M. Pero no sólo eso... Es también el fruto de una estrategia de exterminio de la discrepancia y de la libertad, representadas en este caso en la derecha liberal española. El verdadero responsable de lo que ocurrió el pasado martes en Martorell es Rodríguez, el mismo Rodríguez que en lugar de condenar la agresión fascista prácticamente manifestó una mofa de los dirigentes del PP, lo cual explica, también, porqué nunca ha querido condenar ninguna de las acciones violentas de ETA y su entorno desde que accediera al poder. En el fondo, todo forma parte de lo mismo, del intento de exterminio de las libertades y la instauración de un régimen personalista y totalitario ambicionado por una izquierda radical y extremista, que es la que siempre hemos tenido en España, unida a un nacionalismo excluyente que busca la balcanización del país.

Resulta terrible y brutal el modo en que Rodríguez esboza una sonrisa maquiavélica como respuesta a la agresión antidemocrática a las libertades fundamentales de los dirigentes del PP y los militantes y simpatizantes de este partido. En el fondo, y en la superficie, está encantado, porque en el fondo, y en la superficie, el ampara y abraza esa forma de terror revolucionario contra aquellos que se le oponen. Rodríguez ve enemigos por todas partes, dentro y fuera de su partido, y al modo ideocrático de un caudillo populista y totalitario igual ha buscado la eliminación de sus potenciales enemigos dentro de su partido -Bono, Vázquez, Ibarra...-, que pretende la de los potenciales usurpadores de su poder fuera de sus filas. Raymond Aron decía que los rasgos comunes a los partidos revolucionarios que llegaron al totalitarismo son la amplitud de las ambiciones, el radicalismo de las actitudes y el extremismo de los medios. Rodríguez cumple las tres premisas de un líder totalitario, y vamos viendo como intenta avanzar en el cumplimiento de sus propósitos caudillistas.

Aron establecía cinco características de los regímenes totalitarios, sin que necesariamente deban de cumplirse todas para que el totalitarismo se instale en el poder: la primera es que el fenómeno totalitario sobreviene en un régimen que concede a un partido el monopolio de la actividad política, y eso es precisamente lo que pretende Rodríguez buscando desde el 14 de marzo de 2004 el exterminio de la derecha liberal. La segunda, que ese partido responde a una ideología que se confiere como autoridad absoluta y se transforma en la verdad oficial del Estado, que es exactamente lo que está pasando en nuestro país a pasos agigantados. La tercera, que el Estado se reserva el monopolio de los medios para difundir esa verdad oficial, y aunque no sea exactamente así, poco menos puede decirse del modo en que actúan el Grupo PRISA y los medios afines que, sin pertenecer al sector público, contribuyen activamente a la defensa de la verdad oficial y el pensamiento único. La cuarta, el sometimiento de las actividades económicas y profesionales al Estado, que es, sin lugar a dudas, lo que ha pretendido el Gobierno con el control subsidiario de sectores claves de nuestra economía como el eléctrico o el financiero. Que no lo haya conseguido, no significa que no vaya a volver a intentarlo.

Y la quinta de estas premisas dice que dado que todo es actividad del Estado y que todo está sometido a una ideología, cualquier falta cometida se considera una falta ideológica, “por lo que en último término se produce la politización, la transfiguración ideológica de todas las faltas posibles de los individuos y, para concluir, el terror a la vez policiaco e ideológico”. De ambos hemos conocido muestras recientes: la detención ilegal de militantes del PP, y el acoso violento a sus dirigentes y militantes en los actos de partido o, incluso, por la calle, al estilo como actuaban las juventudes fascistas y hitlerianas, o como lo hacían la izquierda revolucionaria y el nacionalismo excluyente en la España del 34 al 36, previa la Guerra Civil. Lo peor es que esta es una izquierda corrompida -“Si el poder corrompe un poco a todos, corrompe más que a los demás a la izquierda en el poder”, escribía Sartori-, que ha perdido el norte del marxismo y que se ha abandonado a una demagogia populista y un negativismo sin provecho, “el cupio dissolvi y la agitación activista”, y eso es casi peor porque, como también añade el politólogo italiano, “contra el marxismo se podía discutir, pero contra la nada se discute mal”.

Y, sin embargo, es en esta pérdida de las utopías cuando los radicales se han vuelto más intolerantes frente a la sociedad en la que viven, como se demuestra en los hechos vandálicos de Martorell, y cuando la izquierda se ha dejado dominar por un sectarismo de convicción troskista y maoísta que vive de una absoluta y feliz ausencia de contaminación de cualquier realidad. En pura esencia del troskismo más ortodoxo, el poder ideocrático de Rodríguez ha sembrado durante dos años y medio la semilla del odio, el rencor y el resentimiento, que han sido siempre la base de toda acción revolucionaria ambiciosa de poder omnímodo y absoluto. El talante, la sonrisa, la búsqueda de la paz... qui veut faire l’ange fait la bête -quien quiere hacer la calma, hace la tempestad-: Rodríguez está dando un golpe de Estado a la Democracia por la vía de la complacencia de una sociedad enferma, y tras un escaparate de buenismo que esconde el mayor de los atentados al modelo de convivencia que fructificó con la Constitución de 1978 y el espíritu de concordia que hizo posible la Transición.