LA TEORÍA DE LA CONSPIRACIÓN

 

 Artículo de Federico Quevedo en “El Confidencial Com” del 14.10.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Dice don Alberto Ruiz-Gallardón que los responsables del 11-M serán aquellos que digan los jueces, y punto. Como si la Justicia no se equivocase nunca. Siguiendo ese teorema del alcalde de Madrid, no sé muy bien qué hace en la calle Dolores Vázquez a quien los jueces señalaron como la asesina de Rocío Wanninkhof, ni por qué se está juzgando ahora al tal Tony Alexander King del homicidio... si los jueces nunca se equivocan. En fin, al margen de la desafortunada afirmación del alcalde madrileño que dejaría entre rejas a sabe dios cuántos inocentes, lo cierto es que en las últimas semanas la famosa ‘teoría de la conspiración’ del 11-M ha recobrado protagonismo por dos razones: la primera porque las actuaciones del Juez Campeador en el caso del ácido bórico ponen de manifiesto que, en efecto, algo se está pretendiendo ocultar a los ojos de la opinión pública y que el magistrado tiene mucho que ver en el intento de camuflaje de la verdad. Y, segundo, porque la ‘teoría de la conspiración’ se ha convertido en algo recurrente dentro del PP, bien como intento de deslegitimación de sus defensores, bien como causa de confrontación con sus detractores y, sobre todo, como piedra en el camino de la estrategia emprendida por Mariano Rajoy. O no.

Ya he dicho más de una vez, y lo reitero, que tengo la convicción moral de que el 11-M fue el producto de una conspiración para echar al PP del poder. El Diccionario de la Real Academia define conspirar como la acción de “unirse contra su superior o soberano” o, también, como la de “unirse contra un particular para hacerle daño”. El diccionario es a veces muy necesario a la hora de definir las expresiones, porque es bueno que se sepa de qué estamos hablando y por qué. Cualquier atentado terrorista es el fruto de una conspiración contra las víctimas de ese atentado. La pandilla de canallas de ETA lleva cuarenta años conspirando contra la sociedad española para lograr sus objetivos y ahora, por fin, los han conseguido gracias a un presidente cobarde e irresponsable que se ha vendido a los terroristas diciéndoles, además, que matar es rentable. El 11-M fue el fruto de una conspiración en la medida en que varias personas se unieron para perpetrar esos atentados. Además, tenían un doble objetivo: por un lado matar a cuanto mayor número de gente fuera posible y, por otro pero vinculado estrechamente con el primero, provocar la caída del PP en el Gobierno. Si no, ¿a cuento de qué preguntó Jamal Zhougam quién había ganado las elecciones?

Objetivamente podemos decir, por tanto, que existía una conspiración. ¿Dónde está el quid de la cuestión? Pues, obviamente, en los participantes en la misma, y es aquí donde el hablar de la conspiración genera unas tensiones sin precedentes. Quiero decir que si en la conspiración participaron solo unos tipos que obedecían a una prédica islamista y a las órdenes emanadas de la organización Al Qaeda, como se nos ha querido hacer ver, la cosa no tiene otras consecuencias que las derivadas de los atentados. Pero si se acaba demostrando que eso es falso, entonces se abre un verdadero abismo ante nosotros: “¿Quién ha sido?”. Esa fue la pregunta que miles de personas entonaron como un cántico casi fúnebre durante la manifestación del 12 por la tarde-noche al paso de Aznar, y en todas las manifestaciones que se convocaron en repulsa de los atentados. Esa fue la pregunta, el grito de guerra de una opinión pública perfectamente manipulada y dirigida desde los aledaños de la izquierda y del grupo mediático que la apoya. Entonces, esa pregunta tenía un objetivo, la de dirigir a las conciencias hacia la afirmación de Rubalcaba del sábado por la noche en plena jornada de reflexión, “nos merecemos un Gobierno que no nos mienta”.

Pues bien, dos años y medio después, seguimos sin saber quién ha sido, a pesar del auto del juez Del Olmo y de los ímprobos esfuerzos de una parte mediatizada y politizada de la Justicia, con Garzón al frente desde que volviera de su retiro americano, para conducir el resultado de la instrucción a un único objetivo: que no se sepa nunca quién ha sido y culpabilizar a unos cuantos delincuentes comunes, algunos de los cuales muertos en un extrañísimo suicidio colectivo sobre el cual los policías que rodearon el piso de Leganés tienen mucho que decir, y están obligados a callar, y a una serie de confidentes policiales que todavía no se sabe muy bien qué pintaban en esta historia y qué motivos reales tenían, a parte de los económicos, para participar de semejante barbaridad. ¿Existe, entonces otro tipo de conspiración? Cada vez parece más probable, más plausible, la teoría de que el 11-M fue fruto de algo mucho más perverso, mucho más maquiavélico que la simpleza, entiéndanme, de un atentado terrorista dirigido a combatir a un Gobierno que había defendido la Guerra de Iraq. No. Aquello tenía que tener una motivación mucho más profunda y suponerla es lo que hace pensar y tener la convicción de que detrás de esos atentados había otro tipo de gente.

Decir esto no implica acusar a nadie de nada, ni deslegitimar resultados electorales, ni otro tipo de soflamas que la izquierda utiliza contra quienes dudamos. Nadie debería obstaculizar las investigaciones y la búsqueda de la verdad salvo que, realmente, no le interese saber la verdad o tenga mucho que perder si se acaba sabiendo. Y, en el fondo, quienes atacan indiscriminadamente y participan de las censuras a los medios que buscan la verdad lo hacen por temor a que sea cierto que la verdad oficial es una mentira y que, por lo tanto, todo lo que se ha construido a partir de esa mentira se pueda venir abajo como un castillo de naipes. Es un hecho que desde la instancia oficial se ha venido trabajando en contra de la investigación periodística, en lugar de dejar que, simplemente, fluyeran las dudas y de las mismas partieran supuestos que luego deben ser verificados o desmentidos. Ese sería el ritmo normal de una investigación en la que no se tiene miedo a que la verdad salga a la luz. Pero no es el caso. La manera en que la policía o la Fiscalía han actuado de modo coordinado en contra de lo que la razón y la ley dictaban en asuntos de la lucha contra el terrorismo, hace pensar que igual que no han dudado en anteponer criterios partidarios al sentido común en lo que a ETA se refiere, tampoco habrán tenido muchos reparos en hacer lo mismo en cuanto a la investigación del 11-M, sobre todo teniendo en cuenta que las sospechas de participación de ETA en la conspiración son cada vez más flagrantes.

Dicho lo cual, y siendo necesario avanzar en la investigación que nos lleve a averiguar a qué tipo de conspiración responde el 11-M, también es cierto que no puede ser posible que toda la actividad política se deje influenciar por algo que tiene aspecto de intoxicarlo todo y asfixiarnos. Y este es el segundo aspecto por el que la ‘teoría de la conspiración’ ha tenido una especial relevancia. A veces, creer algo con un apasionamiento casi rayano en el fanatismo, puede hacer perder la perspectiva de la realidad. Lo cierto es que vivimos un momento de nuestra historia esencialmente delicado, en el que todos los elementos que hasta ahora conformaban nuestra convivencia han sufrido unas tensiones inimaginables debido a la acción política del Gobierno de Rodríguez. Bien es cierto que no habría sido así sin el 11-M, pero la labor de un partido de talante liberal y expectativas de Gobierno debe ser atender a todos los elementos que influyen en la deconstrucción de nuestro modelo de convivencia, de nuestro sistema de valores y del marco ético-jurídico que los ampara. Por eso no se equivoca Rajoy circunscribiendo el 11-M a la escena parlamentaria y situando su labor de oposición en la construcción de una alternativa de Gobierno. Lo primero requiere una respuesta a los muchos interrogantes que plantea la investigación. Lo segundo forma parte de la necesidad de agarrarnos a un salvavidas que impida que la actual deriva nos acabe hundiendo en un abismo totalitario.