RAZÓN Y CONSTITUCIÓN

 

 Artículo de Federico Quevedo en “El Confidencial Com” del 04.11.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

 “Estando a salvo los principios, quiero acuerdos, aunque sean imperfectos. De lo suyo, los acuerdos siempre son imperfectos”. Quien esto afirmaba el pasado jueves por la tarde en la tribuna del Congreso de los Diputados, un día después de que las elecciones catalanas pasaran a las principales fuerzas políticas del arco parlamentario una dura factura por el lamentable espectáculo ofrecido a cuenta de la reforma del Estatut, llevaba a su partido a apoyar sin vacilaciones el nuevo Estatuto de Andalucía. Difícil oratoria la de Rajoy esa tarde. Y, sin embargo, brillante.

Les seré sincero porque desde que el PP pactara la reforma del Estatuto de Andalucía y aceptara poner negro sobre blanco “realidad nacional” en referencia a aquella comunidad, aunque solo fuera para decir que antaño algunos la describieron así, he tenido serias dudas de que el partido de Rajoy estuviera haciendo lo correcto y ésta no fuera otra de esas veces en las que la derecha liberal se pliega a las exigencias de la izquierda, mal aconsejada por sus complejos. Y, sin embargo, ahora sé que no es así. Yo era de los que creía que lo mejor que podía hacer el PP para aislar la anomalía anticonstitucional del Estatuto Catalán y evidenciar el proyecto secesionista de Zapatero era, precisamente, no pactar ninguna reforma con el PSOE. Pero eso, a la vista de lo que ha venido ocurriendo, solo hubiera tenido como consecuencia que el Parlamento aprobara nuevos estatutos anticonstitucionales y que el atasco de recursos ante el Alto Tribunal se hiciera interminable.

Verán... No bastaba con que el PP tuviera razón en cuanto al Estatuto Catalán y las intenciones de Zapatero. Era necesario evidenciarlo. El recurso ante el Tribunal Constitucional le dará o no la razón al PP en el alcance de su crítica a la reforma catalana. Pero había algo que el TC no podía hacer, que era demostrar el otro axioma expuesto por Rajoy durante todo este tiempo: que juntos se pueden hacer las cosas sin salirse de la senda constitucional, y con acuerdos mucho más amplios y más representativos de la sociedad que el obtenido en el marco de la reforma catalana. Y el acuerdo en torno a la reforma del Estatuto de Andalucía le ha dado la razón, de tal manera que ahora la opinión pública ya sabe que la posición del PP no es la de una oposición radical a todo lo que haga el Gobierno, sino de oposición a todo lo que hace mal el Gobierno, lo que le otorga al PP un prurito de responsabilidad y sentido de Estado muy necesario para gestionar, en su momento, el caos que deje Rodríguez cuando los ciudadanos le pongan de patitas en la calle. “Estando a salvo los principios, quiero acuerdos, aunque sean imperfectos”. La máxima de Rajoy es toda una declaración de intenciones de cara al futuro: no habrá nunca problemas con el PP, siempre que se respete el marco legal de la Constitución y del Estado de Derecho.

Esa no ha sido, ni mucho menos, la actitud que ha venido defendiendo Rodríguez Zapatero a lo largo de lo que llevamos de esta legislatura. Y éste, el otro motivo por el que el acuerdo andaluz es importante. Me explico. Zapatero se había comprometido con el nacionalismo radical, vasco y catalán, a llevar adelante el proyecto secesionista que ambos nacionalismos le exigieron en pago a la prestación de sus servicios, que no fueron otros que crear las condiciones necesarias para que llegara al poder. Pero hacerlo sin anestesia, como diría un galeno, podría resultar excesivamente duro para la ciudadanía, por lo que se propuso entonces avanzar en una idea de las pocas que le rondan la cabeza, la creación de un Estado confederal en cuyo marco la autodeterminación –o derecho a decidir- de vascos y catalanes prácticamente pasaría desapercibida. De ahí la prisa por reformar estatutos que le entró al PSOE y a las autonomía en las que gobierna, y que obligo al PP a subirse al carro para no quedarse atrás en muchas de las pretensiones que estas comunidades estaban poniendo sobre la mesa, especialmente en materia de financiación. Pues bien, la única manera de evitar que se recorriera la senda de la confederación era, precisamente, alcanzando acuerdos que lo evitaran, como así ha sido en el caso valenciano y andaluz.

Las elecciones catalanas han venido a demostrar, además, que no le falta razón al líder del PP. Cuando las cosas se hacen tan mal como se hicieron en el caso del Estatuto Catalán, la sociedad acaba pasando factura a los responsables, y eso es, exactamente, lo que le ha ocurrido al PSC de Montilla, que es como decir al propio Zapatero, que fue quien decidió unilateral y personalmente que fuera Montilla el candidato. Y los ciudadanos saben ahora, además, que dentro de la Constitución es posible entenderse, hay espacio para el acuerdo y para las reformas sin necesidad de alterar el marco de convivencia y el modelo territorial que aprobamos en el 78. Zapatero quiso sacrificar a los suyos y a la sociedad entera en pos de un proyecto que ahora empieza a hacer aguas, porque en esencia se trataba de un proyecto de división y enfrentamiento, un proyecto excluyente, una especie de Inquisición política ejercida con toda la rabia de la que es capaz la izquierda radical y el nacionalismo sobre la derecha liberal. “Alabo a los que tienen valor para decir la verdad, a los que se sacrifican por ella; pero no a los que sacrifican otros entes inocentes a sus opiniones, que por lo común no son más que sus deseos personales, buenos o malos”.

Rajoy, como Jovellanos –autor de la cita anterior-, se ha erigido en el defensor de los principios constitucionales y la libertad. Rajoy acostumbra a decir la verdad y a buscar el entendimiento allí donde es posible lograrlo, a pesar de que desde el PSOE, al igual que se hiciera con Jovellanos a finales del Siglo XVIII, se busque la condenación del PP y se calumnien y se mancillen los principios que mueven a millones de españoles. Sin lugar a dudas, tanto las elecciones catalanas como la aprobación con el apoyo del PP del Estatuto Andaluz suponen un serio revés para ese proyecto excluyente de Zapatero, y marcan el principio del fin de la que sin duda ha sido la peor de todas las legislaturas de la democracia, el peor Gobierno, el peor presidente. Por eso el acuerdo sobre el Estatuto de Andalucía tiene otra lectura necesaria, la de que el PP, por encima de la coyuntura accidental de la Presidencia de Rodríguez, llega a pactos que afectan al futuro más lejano y que, evidentemente, satisfacen sus propios intereses electorales. Rajoy ha demostrado que tiene una idea transparente de España, la misma que tenía Jovellanos y que lleva a afirmar que frente al acoso nacionalista amparado por Rodríguez, España “lidia por sus propios derechos, derechos originales, sagrados, imprescriptibles, superiores e independientes de toda familia o dinastía. España lidia por su religión, por su Constitución, por sus leyes, sus costumbres, sus usos, en una palabra, por su libertad, que es la hipoteca de tantos y tan sagrados derechos”.