FRANCO CABALGA A LOMOS DE ZAPATERO

 

 Artículo de Federico Quevedo en “El Confidencial Com” del 16.12.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

El formateado es mío (L. B.-B.)

 

Todas las semanas recibo por correo o mensajero una buena colección de libros, obsequio de las editoriales que, lógicamente, lo que buscan es una reseña de los mismos en El Confidencial. No me andaré por las ramas: de todos los que recibo, al menos tres cuartas partes son libros sobre la Segunda República y la Guerra Civil. Ayer mismo lo comentaba con Nuño, nuestro fiel escudero de los foros: “¿Es que ya nadie escribe de otra cosa que no sea la Guerra?”. A mí, les seré sincero, es un tema que hasta ahora me había preocupado lo justito, no más allá de la referencia histórica y del conocimiento de los hechos con el fin, sobre todo, de hacer lo posible porque nunca vuelvan a repetirse. Y cuando hablo de que no deben volver a repetirse, no me refiero sólo a la Guerra y la posterior dictadura, sino también al modelo revolucionario de la Segunda República y el periodo de caos y convivencia incivil que supuso una época marcada por el odio, el enfrentamiento y la búsqueda de un Estado marxista-leninista.

De todos los libros que he recibo, unos mejores y otros no tanto, yo les recomiendo vivamente uno, ¿Por qué fracasó la II República? Historia documentada de sus errores, escrito por José Antonio Navarro Gisbert, un periodista español afincado desde hace años en Venezuela, y publicado por Áltera. Si les interesa el tema, es un libro muy bien documentado, escrito sin condicionamientos de ninguna clase, en el que el autor concluye que tanto del fracaso de la República como de la posterior Guerra Civil, “la culpa la tuvimos todos”. Yo siempre he creído, al margen de que unos u otros tengan una cuota mayor de responsabilidad, que tanto los grandes fracasos de nuestra historia como país, como los grandes éxitos, son obra común y todos, en mayor y menor medida, somos responsables de que las cosas hayan ido en un camino en lugar de hacerlo en otro. En el Siglo XX hemos tenido dos ejemplos de fracaso y de éxito colectivo. El fracaso fue, en efecto, la Segunda República y la Guerra. El éxito fue la Transición a la Democracia. Pero en ambos casos hubo protagonistas individuales que llevaron la nave España a hundirse en la peor de las tormentas, o a alcanzar el triunfo de la meta.

En el caso de la Segunda República, el protagonista fue Azaña. En el de la Transición, sin duda, Suárez. Se trata de dos personajes antagónicos. Uno gobernó a base de ambición, se entregó a la izquierda revolucionaria y no dudó en aplicar en toda su extensión la máxima maquiavélica de que el fin justifica los medios, lo que, inevitablemente, condujo a la división y el enfrentamiento. El segundo lo hizo entregado a la memoria colectiva, con afán de sacrificio y convencido de que sólo era posible alcanzar el éxito de la Transición trabajando juntos, codo con codo, sin que las ideas de unos se impusieran a las de otros, sino avanzando con los remos del diálogo y del consenso. Lo que tenía que haber sido, sin duda, una experiencia democrática liberal inigualable en aquel momento en Europa, la República, acabó siendo la antesala de un proceso revolucionario. Como explicaba Stanley G. Payne en la presentación del libro de Gisbert, “para la izquierda, la República era solo un paso previo a la Revolución”. Eso condujo, y así lo documenta Gisbert en su libro, a la exclusión de la derecha y el intento de su aniquilamiento, provocando una fractura social sin precedentes en nuestro país, como se vería en los últimos años, a partir de la intentona revolucionaria del 34.

¿Eso es lo que quiere, ahora, resucitar Zapatero? No me digan que se trata solo de hacer Justicia con las víctimas del franquismo, porque no es verdad. Se trata de volver a resucitar los viejos fantasmas, reabrir las heridas que se cerraron en ese momento histórico maravilloso para los demócratas que fue la Transición. Pero, sobre todo, y así lo ha hecho constar el propio Zapatero en algunas de sus declaraciones y en documentos de su propio partido, se trata de recuperar el espíritu de la Segunda República. Esa es la verdadera intención de este presidente y, por lo tanto, del Gobierno y del partido que le apoya. La misma República en la que el diputado socialista Ángel Galarza Gago le dijo a Calvo Sotelo aquello de que “la violencia puede ser legítima en algún momento. Pensando en su señoría, encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive de la vida”. La misma República en la que entre el 16 de febrero de 1936 y el 15 de junio de ese año se destruyeron 160 iglesias, se asesinó a 269 personas, se hirió a otras 1.287, se consumaron 138 atracos, se llevaron a cabo 113 huelgas generales –allí no trabaja ni la madre que lo p...-, se destruyeron 10 periódicos y estallaron 146 bombas, según los datos que el propio Gil Robles enumeró en el trágico debate del 16 de junio de 1936 en las Cortes y que cita Gisbert en su libro.

Ya he dicho alguna vez en estas mismas líneas que me siento republicano, pero ni me siento de izquierdas, ni revolucionario a la manera totalitaria de la izquierda. Por una cuestión de farsa política, la izquierda se ha apropiado del republicanismo, pero la realidad es que para la izquierda la República no es un modelo de Gobierno sino, como decía Payne, el camino para llegar a la revolución y a la dictadura del proletariado, que fue exactamente lo que pretendió hacer la izquierda entre 1934 y 1936. Con esto, ni mucho menos justifico la Guerra ni la posterior dictadura, que me resultan tan reprobables como la propia intentona golpista que el PSOE y ERC intentaron llevar a cabo en 1934. Lo que no acabo de entender, salvo por una cuestión de oportunismo político y necesidad de remover en los sentimientos de las personas como fórmula, magistral por otra parte, de mantenerse en el poder a toda costa, es que Zapatero se empeñe en una Ley de Memoria Histórica que no tiene ningún sentido en un país que ya ha pasado esa página y en el que, además, se llevó a cabo el pertinente reconocimiento de las víctimas de la dictadura nada más terminar esta con la muerte del dictador.

La Constitución Española ha sido, y será, por sí misma, la mejor Ley de Memoria Histórica que pudieran soñar los españoles, en la medida que ha cerrado una etapa de división y enfrentamiento y cicatrizó las heridas producidas por la Guerra y el franquismo. Pero por si no fuera suficiente, ya antes de aprobarse la Carta Magna, en 1976, el Real Decreto de Amnistía establecía los parámetros de reconciliación nacional que después forjarían ese periodo de consenso y concordia que fue la Transición: “Al dirigirse España a una plena normalidad democrática –se decía en aquel decreto-, ha llegado el momento de ultimar este proceso con el olvido de cualquier legado discriminatorio del pasado en la convivencia fraterna de todos los españoles”.

Pues bien, treinta años después Zapatero rompe con todo aquel espíritu de concordia y reconciliación, e incita a que el espíritu de Franco y de su Régimen vuelva a crear división entre los españoles Zapatero, como Azaña, se ha entregado a un proyecto personalista, totalitario y excluyente que puede que acabe como el rosario de la aurora, y que indudablemente le va a pasar una factura muy costosa al pueblo español: quienes ahora defienden la reapertura de este proceso de revisión de la Historia echándole la culpa a la supuesta mala conciencia de la derecha, lo que de verdad están haciendo es cuestionar el proceso de Transición y poner en duda la Constitución y el marco de convivencia. A ese paso, llegará el día en que un diputado, un Tardá cualquiera, le diga a otro del PP una frase parecida a la de Galarza. Y luego vendrá Franco a lomos de Zapatero. Un horror.