LA TENTACIÓN DE ZP NO VIVE ARRIBA

Artículo de Federico Quevedo en “El Confidencial.com” del 22 de febrero de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

O sí… Geográficamente hablando puede decirse que vive arriba, si por arriba entendemos más al norte o noroeste. Donde no vive es en el piso de arriba, es decir, no se trata de una tentación fugaz, algo de lo que le sea posible reprimirse por mucho que le atraiga… Su tentación es más fuerte, intensa, y la lleva muy arraigada. Quien nunca creyó en España como nación, quien consideró que nación era un concepto discutido y discutible -frase por la que nunca ha mostrado arrepentimiento alguno-, no podía caer en otra tentación que no fuera la de sumar sus esfuerzos al de los nacionalismos más extremos e, incluso, superarlos en la arriesgada apuesta de romper los puentes levantados por la Constitución. Antes de que algún lector me reproche que el PP también pactó con los nacionalistas déjenme que les diga dos cosas: la primera, que también el PP se equivoca -y mucho-, y es posible que en aquella ocasión lo hiciera porque la alianza de Aznar con CiU y PNV dio argumentos a ambos nacionalismos y los fortaleció, sin lugar a dudas; y, la segunda, que, sin embargo y a diferencia del PSOE, el PP nunca cuestionó el Estado, ni fue más allá que los nacionalistas en sus reivindicaciones, es decir, nunca puso en peligro las garantías constitucionales que permiten que el Estado de las Autonomías funcione más o menos. Dicho de otro modo, no fue más allá en temas como la lengua o los techos competenciales, como sí está haciendo el PSOE en las comunidades donde gobierna de la mano de los nacionalistas.

 

Viene esto a cuento, ya lo habrán percibido, de que dentro de una semana se celebran elecciones en dos comunidades en las que el nacionalismo, en mayor -País Vasco- o menor -Galicia- medida, se ha hecho fuerte y condiciona la manera de gestionar la res pública. Y en ambas comunidades puede existir la opción de enviar al nacionalismo a su casa y permitir a la gente vivir en paz sin que nadie les diga en que lengua están obligados a comunicarse, estudiar o atender al público en una tienda. Es decir, sin que nadie les imponga un sentimiento nacionalista por las malas. Y en ambos casos la clave va a estar en un partido, el Socialista, que ha demostrado su preferencia a gobernar con el nacionalismo en detrimento del constitucionalismo -como ha pasado en Galicia y en Cataluña- y se ha mostrado dispuesto a arrinconar al PP aunque eso supusiera permitir el retroceso de la presencia del Estado en aquellas comunidades. Dicho de otro modo, la única garantía de que en Galicia y el País Vasco se respeten los derechos y las libertades constitucionales está en un respaldo mayoritario al Partido Popular, aunque en el segundo caso se aventura muy difícil. Bueno, existe una opción a la extrema derecha que se llama UPyD, pero es como tirar el voto a la basura, porque entre otras cosas nadie garantiza que quien hace años apostaba por una España federal -Rosa Díez-, no vuelva a hacerlo si le conviene.

 

Empecemos por Galicia. Después de cuatro años de gobierno del bipartito -PsdeG y BNG- nos encontramos con una comunidad estancada, en la que no ha habido ningún avance en materia de infraestructuras, cada vez más subsidiada, sumida en la crisis, con un gobierno permanentemente enfrentado y, de hecho, dividido en dos ejecutivos paralelos, dedicado al despilfarro y, sobre todo, que ha dado pasos de gigante en el proceso de tribalización de la sociedad gallega imponiendo una gestión nacionalista que vulnera la Constitución y viola los derechos y libertades de sus ciudadanos. En las pasadas elecciones el PP se quedó a un escaño de la mayoría absoluta, y los sondeos hoy predicen un resultado similar. Lo cierto es que siendo el partido más votado, con clara ventaja sobre los otros dos, la lógica dice que es el que debería gobernar, pero la aritmética parlamentaria es implacable: o logra mayoría absoluta, o no hay nada que hacer. En otras condiciones, y con un líder en el PSOE que tuviera sentido común y, sobre todo, sentido de Estado, los socialistas harían lo mismo que tiene previsto hacer el PP en el País Vasco si los resultados lo permiten: facilitar el Gobierno a la lista más votada, pero me temo que la tentación de seguir gobernando con los nacionalistas es superior a la necesidad que tiene el país, y que tiene Galicia, de arrinconar al nacionalismo sectario y abrir las puertas y las ventanas para que entre el aire fresco que Galicia requiere.

 

Pongo el ejemplo del País Vasco porque si se diera el caso de que el PSE obtenga más votos que el PNV, el PP estaría dispuesto a darle su apoyo a Patxi López para que gobierne en solitario. Sin embargo, está por ver que López acepte ese ‘regalo’ del PP. Da la sensación de que en cualquiera de los escenarios posibles tras el 1-M, la intención de López es entrar en Ajuria Enea de la mano del PNV, sea él el lehendakari o sea Ibarretxe. De entrada es difícil prever una derrota del PNV. El voto nacionalista -me lo decía el viernes un buen amigo- es casi como una religión, una fe ciega, y son pocos los votantes nacionalistas que reniegan de esa fe. El nacionalismo es sectario, eso ya lo sabemos, pero en el caso del País Vasco renegar del mismo puede tener consecuencias imprevisibles -y peligrosas-. Por lo tanto, es difícil que el PNV sufra mucho descalabro, teniendo en cuenta que además es la única región en España donde la crisis económica se está haciendo de rogar, y que tantos años de nacionalismo han conseguido hacer de aquella región una isla. Lo del País Vasco es otra cosa, y no solo porque allí la falta de libertad sea absoluta debido a la interferencia de los violentos, sino porque todo el ambiente allí es irrespirable. Si hay un lugar donde la salud democrática exige que el nacionalismo pase a la oposición -aún a riesgo de que se radicalice más-, es el País Vasco. Pero, lejos de eso, lo que nos ofrece el PSOE es, de nuevo, un pacto con el nacionalismo que le permita al primero tocar poder y al segundo mantener sus prerrogativas y su influencia social.

 

Tanto Alberto Núñez Feijóo en Galicia, como Antonio Basagoiti en el País Vasco, están haciendo una campaña ejemplar. La segunda, además, está siendo un derroche de imaginación y de frescura. Las posibilidades del primero crecen cada día que pasa y se acerca la fecha de las elecciones. Si los socialistas no sorprenden en la campaña metiendo en la cárcel a Rajoy o al propio Feijóo por dejarse regalar un paquete de pipas -que todo puede ser-, el PP tiene cada vez más cerca la posibilidad de recuperar el Gobierno de la Xunta, y los gallegos ganarán un presidente honrado, austero y comprometido con aquella Comunidad y no con unas siglas o con un proyecto personal. Y si los vascos tuvieran un poco de cordura y mucho menos miedo del que tienen, le darían a Basagoiti la oportunidad de ser decisivo en la conformación del futuro gobierno de Vitoria. Pero si, engañados por los cantos de sirena del zapaterismo, los gallegos y los vascos le dan al socialismo la oportunidad de volver a gobernar en Galicia o de hacerlo por primera vez en el País Vasco, lo que vamos a ver es como Rodríguez se sumerge en la tentación de seguir el camino emprendido hasta ahora de exclusión del constitucionalismo y entrega de la nave a la deriva soberanista. La tentación de Rodríguez no vive arriba… La tentación la tiene metida en su propia cama, y no se llama Sonsoles, sino social-nacionalismo, u otra cosa peor, como más les guste.