SI TODOS LOS TONTOS VOLARAN...

Artículo de Federico Quevedo  en “El Confidencial.com” del 19 de abril de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

Si hacemos caso de la reflexión del presidente francés, Nicolás Sarkozy, sobre nuestro presidente Rodríguez respecto de su falta de inteligencia y su habilidad para ganar elecciones, éste bien podría parecerse al protagonista de aquella inolvidable película que protagonizara Tom Hanks, Forrest Gump, un tonto que, sin embargo, fue capaz de alcanzar gestas increíbles, incluso fotografiarse con el presidente de los Estados Unidos –Gump lo hizo con Kennedy y Rodríguez con Obama-. Pero Rodríguez no se parece a Forrest Gump: el personaje de Hanks era buena persona y harto inocente. Y Rodríguez no es ni la mitad de lo primero, ni nada de lo segundo. Pero tampoco Sarkozy es que sea un  prodigio de inteligencia. De hecho, ambos mandatarios se parecen mucho: son ambiciosos, no muy inteligentes pero sí muy listos y, sobre todo, muy hábiles a la hora de manejarse en este proceloso mundo de la política. Sarkozy tiene además la facultad de ser como un pulpo, lo que vulgarmente se llama un sobón, que igual se arrima a Angela Merkel y le toca hasta el cogote, que le pone la mano en el culo a ‘la Bruni’ delante de todas las cámaras de televisión como queriendo decir “esto es mío, y solo mío”. A mí Sarkozy me gustaba como candidato a la Presidencia de la República francesa, pero como presidente me resulta de lo más cargante, un chulo que se cree el ombligo del mundo y que ha demostrado ser un ambicioso que en cuanto ha conseguido lo que quería ha guardado en el baúl de los recuerdos las frases bonitas de sus discursos y las vanas promesas.

Si el nivel de listeza o inteligencia de Rodríguez hubiera que medirlo por la sentencia con la que el propio Gump descarta ser tonto, “mi madre dice que tonto es el que dice tonterías”, entonces con las de Rodríguez podríamos llenar un libro. Qué digo un libro, una enciclopedia, y del tamaño de la Británica. Pero obviamente esa referencia no nos sirve para medir el coeficiente intelectual del presidente. Tip y Coll se pasaron la vida diciendo tonterías y de tontos no tenían un pelo, aunque bien es verdad que las suyas estaban escritas en el guión y hacían que nos partiéramos de la risa, y las de Rodríguez surgen como por generación espontánea y no tienen ninguna gracia. Y menos ahora. No, lo diré ya: Rodríguez no es tonto. No, al menos, en el sentido coloquial del demente o como antónimo de listeza. Ya pueden ustedes respirar tranquilos. Lo cual no implica, sin embargo, que esté dotado de sabiduría. De hecho, no lo está y esto es lo preocupante. Rodríguez es un animal político, un hombre habilidoso, capaz de manejarse con agudeza y con cintura para sobrevivir en esa selva boscosa y salvaje de la política donde se muere a dentelladas. No es, por tanto, un torpe, ni un zoquete. Ni siquiera un estúpido. Pero eso no impide que haya en su haber ineptitud, incultura, ignorancia e inconsistencia. Es lo que se llama un killer, un hombre capaz de vender a su madre con tal de seguir al frente del machito, y que ha demostrado que en política no hay amigos, sino rivales, y a todos aquellos que en algún momento le han hecho algo de sombra o le han llevado la contraria los ha enviado al exilio.

Con una excepción: Rubalcaba. Y es que el ministro del Interior suma a todas esas facultades antes relatadas una que le falta a Rodríguez: es inteligente. O sabio, como ustedes prefieran. Rodríguez ha dicho y hecho muchas tonterías durante todo este tiempo precisamente por eso, porque le ha faltado y le falta profundidad intelectual. Lo cual no deja de ser preocupante porque indica que en la política española sobran listos y faltan sabios, y es que no cabe creer que esta sea una característica exclusiva de nuestro presidente, porque ejemplares como él los podemos encontrar y los hemos encontrado a lo largo de los años en ambas orillas del arco parlamentario. En esto hay que ser justos. En el fondo la frase de Sarkozy dirigida a nuestro presidente a modo de envenenado elogio del bobo solemne como lo bautizó Rajoy, no deja de encerrar un drama terrible y sobrecogedor: estamos gobernados por idiotas. En Francia, en Italia, en Gran Bretaña e, incluso, en Estados Unidos. Nuestros políticos esconden sus carencias intelectuales detrás de una demagogia obsesiva y, en algunos casos, de una envidiable brillantez oratoria. Pero eso no hace más que agravar lo acuciante del problema, que no es otro que la cada vez mayor pobreza y ausencia de ingenio en las políticas destinadas a resolver los problemas de los ciudadanos. Pero, fíjense, lo que aún es más terrible y sobrecogedor es que están ahí porque les hemos elegido.