LAS MANOS LIMPIAS DE MARIANO RAJOY (Y DE SU EQUIPO)

Artículo de Federico Quevedo  en “El Confidencial.com” del 08 de octubre de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

Lo fácil un día como hoy, en el que seguramente las portadas de los periódicos seguirán destripando los 17.000 folios del sumario del ‘caso Gürtel’ y ocultando detrás de grandes titulares sobre supuestas corrupciones el verdadero drama de este país, lo fácil, digo, sería sumarse a la corriente general y si uno quisiera recibir el aplauso general de la canallesca, pedir la dimisión inmediata de Mariano Rajoy. Me consta que en más de una tertulia radiofónica y televisiva muchos compañeros que, por cierto, han vivido estupendamente a costa del buen trato que les han otorgado los dirigentes del Partido Popular, en Madrid y en determinadas comunidades autónomas, ahora arremeten contra el líder del PP de manera inmisericorde. Pero lo cierto, señoras y señores, es que si hay alguien de quien en medio de toda esta vorágine se puede afirmar y asegurar que su honradez y su honestidad son intachables, que nunca ha metido la mano en ninguna caja y que bajo su responsabilidad nadie de su equipo lo ha hecho, ese es Mariano Rajoy Brey, el hombre que el año 2004 dio carpetazo a la colaboración del Partido Popular con las empresas de Francisco Correa y bajo cuyo mandato las cuentas del PP se pueden vanagloriar de ser claras y transparentes.

Hoy es fácil, insisto, dejarse llevar por el instinto asesino colectivo que embarga a nuestra clase periodística y apuntar a la cabeza del PP como el epicentro de una trama mafiosa de corrupción y financiación ilegal. Pero si todos estos amigos de los tribunales populares y los juicios sumarísimos sin derecho de defensa hicieran por una vez en su vida el noble ejercicio de sentarse a reflexionar, comparar, contrastar y, sobre todo, dudar de algo que apesta por lo burdo, se darían cuenta de que todo lo que se está utilizando para atacar de manera irresponsable al principal partido de la oposición está cogido con alfileres, son pruebas circunstanciales a las que si la Fiscalía aplicara el mismo rasero que ha aplicado en el ‘caso Faisán’ darían al traste -es decir, al archivo- con el caso. Hay muchas conversaciones, sí, conversaciones de delincuentes grabadas en su mayor parte en la cárcel -y sobre esto les recomiendo, aunque sea poco modesto por mi parte hacerlo, el artículo que escribiré este fin de semana bajo el título El pacto de los lobos-, pero si hacen un ejercicio de comprobación verán que ninguna de las supuestas acusaciones se sustenta con pruebas documentales. ¿Por qué? Pues porque realmente no existe ni ha existido nunca una trama de corrupción y financiación ilegal del PP.

Y no es que lo diga yo, es que una vez que el sumario salio de las manos del Juez Garzón, el magistrado entregado a la voluntad aniquiladora del Gobierno, han sido los jueces instructores los que se han pronunciado en ese sentido en Madrid, en el Supremo y en Valencia. Lo que hay, por tanto, es una trama, es verdad, de negocios sucios de estos señores, que han utilizado al PP como cortina de humo, y que han sido hábiles a la hora de saber comprar mediante regalos, lujos y la promesa de un tren de vida imposible para un político que sólo viva de su salario público, a determinados indeseables, que haberlos haylos en el PP y en todos los partidos políticos. Y es ahí donde cabe exigirle a Mariano Rajoy que actúe, siempre que se demuestre que, en efecto, esos indeseables que dañan la imagen de su partido y neutralizan la labor de oposición que hacen el resto de sus compañeros, lo son. Pero es obligado que Rajoy actúe, y que lo haga con premura, porque de lo contrario corre el riesgo de que en Valencia, por ejemplo, la gente se acabe hartando y le sirva en bandeja de plata el Gobierno de la Generalitat a la familia de Leire Pajín, que son una panda tan indeseable y corrupta, o más, que estos a los que ahora se señala como los peores delincuentes de la historia carcelaria española.

Miren, es evidente que el ‘caso Gürtel’ está siendo utilizado de manera expresa y meditada para desacreditar al principal partido de la oposición como alternativa. El Gobierno ha tirado la toalla en lo que a buscar medidas políticas para salir de la crisis se refiere, y se inclina por la estrategia del calamar, es decir, soltar tinta suficiente para oscurecer el drama que vive este país viendo como todo lo construido hasta ahora se desmorona de modo irremediable. Cada vez que alguna noticia puede ensombrecer un poco más la labor indeseable de este Gobierno, el ‘caso Gürtel’ salta a los periódicos en una maniobra perfectamente orquestada desde las cloacas del Estado, que además saben elegir muy bien y con mucho tino a los depositarios de las filtraciones, unos entregados a la causa del progresismo totalitario, y otros a la del ‘zaplanismo resentido’, ese zaplanismo que pecó de los mismos vicios –coches caros, relojes de lujo, trajes de marca, pisos regalados por empresarios y otros comprados con cantidades estratosféricas de dudosa procedencia- pero que ahora empuja a determinados medios contra los que antaño fueron ‘los suyos’ sin importarle lo más mínimo el daño irreparable que le puede hacer, no ya al PP, sino al conjunto del país.

Existe, es verdad, una corrupción, pero no es en el PP, ni siquiera en una parte del PP. Es una corrupción mucho más perversa y dañina, porque se incrusta como un cáncer en la estructura de nuestro Estado de Derecho. Es una corrupción sistémica, institucional, favorecida por el Gobierno e impulsada desde sus aledaños, que puede acabar por debilitar nuestra democracia hasta un punto irreversible. Contra la otra corrupción hay que luchar, sin duda, y por eso el PP debe actuar de manera implacable contra aquellos de quienes simplemente sospeche un comportamiento irregular, porque en política la estética es casi tan importante como la ética. Pero contra esta corrupción del Estado hay que dar una batalla inagotable, y deberían darla todos aquellos que todavía mantengan un mínimo de fe en el sistema y en la libertad y al mismo tiempo preservar a quienes, como Rajoy y su equipo, tienen las manos limpias y son una garantía, la única garantía, de que esto puede volver a funcionar como una democracia moderna y desarrollada, y no como una república bananera.