CASO GÜRTEL: EL PACTO DE LOS LOBOS

Artículo de Federico Quevedo  en “El Confidencial.com” del 10 de octubre de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

A Francisco Correa siempre le gustaron dos cosas por encima de todo: el lujo y el poder. En eso quería ser igual que su admirado e imitado Mario Conde, en quien Correa se miraba permanentemente, tanto para copiar sus gestos, como para evitar sus errores. Errores que llevaron a Mario Conde a la cárcel, y que también han dado con los huesos de Correa entre rejas. Al igual que Conde, Correa quería llegar lejos, no solo en el mundo de los negocios, sino en el de la política. Era su obsesión. Se creía superior a todos aquellos a los que agasajaba en el PP con prebendas y regalos, y si en público les obsequiaba con sus mejores lisonjas, en privado los denigraba con sus peores insultos, pero la obsesión por el lujo le guió hacia el delito, y la obsesión por el poder le enfrentó con el sistema, en este caso a pequeña escala. Y esa fue su perdición. Correa, además, tenía un handicap que le privaba de parecerse a Mario Conde -aparte de otras muchas cosas-: su ciclotimia. Siempre fue un hombre que pendulaba entre la esquizofrenia y el comportamiento compulsivo, y si había algo que le atemorizaba sobremanera eso era cruzar la puerta de una prisión. Por eso cuando la cruzó se vino abajo, se hundió, y varias veces amenazó con el suicidio, una conducta que inmediatamente llamó la atención de quienes querían convertir el ‘caso Gurtel’ en una trama de corrupción del PP.

 

A las pocas semanas de cumplir prisión preventiva, cuando su estado de ánimo se encontraba en el peor de los momentos, recibió una visita inesperada en la prisión, la de alguien que tenía autoridad para ofrecerle un acuerdo, acuerdo que consistía en, primero, asustarle con las perspectivas de una larga condena entre rejas y, después, ofrecerle una considerable reducción de la misma si colaboraba en la forma en que le requerían que lo hiciera: permitiendo que se controlaran sus conversaciones e incluyendo en ellas a distintos dirigentes del PP con el fin de que su sola mención en su boca y en la de Pablo Crespo –a quien se extendía el acuerdo-, les hiciera aparecer como sospechosos de comportamientos ilícitos, y si además se podía poner bajo sospecha la financiación del PP, mejor que mejor. Ambos aceptaron, y el sumario de la ‘Operación Gürtel’ fue creciendo considerablemente gracias a las sucesivas conversaciones entre Correa, Crespo, El Bigotes y sus abogados, hasta el punto de violarse uno de los derechos constitucionales que asisten a un detenido: el de la inviolabilidad de las conversaciones abogado-cliente. Con todo ello se conformó el grueso de acusaciones en la mayor parte de los casos imposibles de contrastar documentalmente. El propio Correa, incapaz de guardar la mínima discreción, sabedor de que tenía en su mano la posibilidad de vengarse de quienes le apartaron de su red de influencias, presumía de ello desde la cárcel: “Me voy a cargar a Esperanza y al PP”, afirmaba sin pudor alguno. Sabía que tenía en su mano un arma casi imbatible: él mismo.

 

En el argot policial, el delincuente que colabora con la policía para ayudar a capturar a otros delincuentes se denomina confidente. Pero cuando desde los poderes del Estado se acuerda con un delincuente su colaboración para incriminar a terceros, aunque no hayan cometido delito alguno, solo cabe llamarlo ‘Pacto de Lobos’, que es a lo que ha llegado el Gobierno de Rodríguez con un canalla. Para poder tejer la red que facilita el pacto, por supuesto tiene que haber un fundamento, en este caso la propia madeja de corrupción que lideraba Correa, y unos cuantos políticos susceptibles de dejarse impresionar por las actitudes evidentes de este personaje que se hacía llamar Don Vito para corromperles. Dicho de otro modo, hay materia, de eso no cabe ninguna duda, pero no suficiente para los objetivos de quienes querían, con esto, hundir al PP y parar en seco sus opciones a gobernar a corto o medio plazo. El ‘Pacto de Lobos’ se hacía imprescindible, y el Gobierno de Rodríguez cerraba así el círculo de su propia indigencia moral estrechando la mano de un delincuente corrupto contra el PP.

 

¿Qué mano mece esta cuna?

 

Eso me gustaría a mí saber, pero al margen de que el ‘caso Gürtel’ esconda comportamientos repudiables que deben ser castigados con todo el peso de la ley, y por los que el Partido Popular debería pasar la acción de manera inmediata para limpiar su casa y dejarla libre de indeseables, lo cierto es que este asunto se ha convertido en una de las mayores operaciones imaginables de acoso y derribo de una alternativa de Gobierno. Obviamente sabemos a quién beneficia, y en estos casos ésa es siempre la primera pregunta que cabe hacerse, pero el Gobierno sería demasiado burdo si se dejara ver de un modo evidente manejando los hilos de esta trama, aunque sea el autor del guión, lo que hace sospechar que detrás del telón de esta tragedia se encuentra un director al que se ha hecho el encargo. Pero siendo evidente que existe esa ‘mano negra’ que ha conseguido poner al PP contra las cuerdas cuando parecía que tenía todo el viento a favor para ganar, incluso arrasar, en las elecciones, hacen mal los chicos de la gaviota si descargan toda su furia sobre los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, porque eso no es creíble. Sobre todo si el discurso, lejos de mantener una continuidad, sufre altibajos. Es evidente que la mano que mece esta cuna ha utilizado a determinados policías, jueces y fiscales para fabricar esta inmensa operación de acoso con la colaboración de buena parte del espectro mediático, pero no se puede extender un manto de sospecha sobre toda la policía y toda la judicatura. Quienes diseñaron esto sabían que al PP le iba a resultar muy difícil contrarrestarlo.

 

Y es que una de las consecuencias dramáticas de lo que está ocurriendo es que al Partido Popular se le ha privado de algo tan elemental en un Estado Democrático como es el derecho a la legítima defensa. No solo eso: se le está obligando a actuar de manera precipitada únicamente en base a informaciones periodísticas, que en la mayoría de los casos no están contrastadas porque son fruto de filtraciones interesadas prácticamente sustentadas en conversaciones telefónicas sobre las que en la mayoría de los casos se ha efectuado un intenso y eficaz trabajo de corta-pega. Cualquiera de nosotros que viera escritas sobre el papel sus conversaciones telefónicas después de un seguimiento de semanas, se tendría que esconder debajo de las piedras…Cuanto más personajes como estos que se preciaban por teléfono de sus contactos y de su poder. Y, sin embargo, es un trabajo tremendamente eficaz que pone al Partido Popular y a sus dirigentes contra la pared: o hacen algo, o la opinión pública –y, por supuesto, la publicada- les acabará castigando por su comportamiento estéril. ¿Qué a Ricardo Costa le han regalado un reloj de 20.000 euros? Tiene que dimitir. Da igual que no esté imputado en ninguna causa o que no se le acuse de ningún delito. Eso sí, nadie se pregunta de dónde había sacado un ex alcalde ‘zaplanista’ como Díaz Alperi el dinero para ir regalando relojes de 20.000 euros. Eso no importa, es un tema menor. Lo importante es que ese asunto ha salido en una conversación entre Don Vito y El Bigotes. Como argumento para una novela negra, no está nada mal.

 

De Aguirre a Camps: una cuestión de ‘pelotas’

 

Y si Rajoy no hace nada, o parece no hacer nada, es acusado de pusilánime. Pero lo cierto es que el margen de maniobra es estrecho… ¿Cómo actuar ante una acción coordinada como es esta? Ahora aquella cacería de Garzón y Bermejo y el comisario JAG parece algo de tiempos remotos, pero tan solo hace unos meses de un hecho de tenía una relevancia considerable a la hora de entender este caso: era la evidencia de que detrás del sumario Gürtel había, en efecto, una ‘mano negra’ que coordinaba los esfuerzos del poder ejecutivo, el judicial y la policía contra el PP. A partir de aquella aventura cinegética las filtraciones de un sumario que se encontraba bajo secreto se fueron sucediendo, de modo escalonado, siempre coincidiendo con algún momento que interesara al gobierno de Rodríguez Zapatero, y en dos direcciones de la máxima prioridad para los intereses electorales del Partido Socialista: Madrid y Valencia. Claro que había diferencias. Madrid fue, en efecto, el origen de la investigación a partir de la denuncia de un ex concejal ‘popular’ del Ayuntamiento de Majadahonda que fue expulsado de su grupo por pretender que el equipo de gobierno municipal cometiera una irregularidad urbanística que le favorecía, es decir, era un corrupto. Pero al tirar del hilo se descubrieron otras relaciones irregulares de la trama de Correa con algunos dirigentes del PP de Madrid –en la Comunidad y en algunos ayuntamientos-, todos ellos ya fuera de sus cargos y apartados de las filas ‘populares’ en lo que ha sido una operación de cirugía ejemplar practicada por la presidenta regional, Esperanza Aguirre, de acuerdo con el líder del PP, Mariano Rajoy.

 

Y esta es, en parte, la clave de lo que ocurre en Valencia, que aparece en el centro de la trama cuando ni Garzón se lo esperaba, a cuenta de unos famosos trajes que El Bigotes había regalado a Camps y a Costa, lo que hizo las delicias de los conspirados contra el PP. Sin embargo, y al contrario que en Madrid, por ahora no hay políticos valencianos del PP imputados en la causa. En segundo lugar, Rajoy actúa en ambos casos primando la autonomía de sus líderes regionales antes de imponer decisiones. Aguirre sabe que si no aparte las manzanas podridas del cesto acabarán por extender la enfermedad al resto del PP madrileño, y por eso prefiere poner la venda antes de la herida, aun a costa de que luego la Justicia le lleve la contraria, que todo puede ser. Camps, sin embargo, opta por el camino contrario: esperar a que la Justicia diga algo, en lugar de seguir el dictado mediático. Un error. En política lo primero que hay que hacer es evaluar los daños presentes y futuros, y actuar en consecuencia. Es lo que hace Génova. Rajoy, en el famoso almuerzo de Cuenca, le da a Camps un margen de unos días para que tome una decisión, pero el presidente, que sí que actúa con cierta tibieza, se cruza de brazos mientras a su alrededor crecen las protestas y cada vez son más airadas las exclamaciones de los suyos. Es entonces cuando a Génova se le hinchan los bemoles y pide a Camps que actúe en un solo sentido: que se vaya Costa.

 

Se impone la Ley Cospedal

 

¿Por qué? Pues porque, aunque no esté imputado ni acusado de delito alguno, es quien más expuesto ha estado a la relación con El Bigotes y la trama de Correa. Es decir, se trata de una cuestión estética más que ética, pero suficiente para que en política eso le pueda costar a uno el puesto. Pero el secretario general del PP valenciano, que ayer tomó las de Villadiego para purgar sus pecados Camino de Santiago de Compostela, cuando Camps le dice que dimita le contesta con un sonoro “¡vete a la mierda! Si me voy yo, se va Rambla o me pongo las botas a hablar con los periodistas”. Camps pide árnica en Génova y recibe un ultimátum: “Césalo”. Y la promesa de que se le apoyará si Costa hace algo que pueda perjudicarle. El cese se produjo ayer, aunque no será efectivo hasta que lo ratifique el Comité Ejecutivo que se ha convocado para el martes, pero Ricardo Costa ya sabe que ha dejado de ser secretario general del PP valenciano. ¿Es justo? No. Pero era necesario, y la política no se mide por grados de justicia sino por niveles de necesidad. Rajoy ha actuado con la contundencia que reclamó Cospedal a Camps en su primera conversación, y ha vuelto a dejar en el lugar que se merece a una secretaria general que siempre va por delante aunque a veces parezca que luego la desacreditan. Al final, su ley se impone. Pasó con Bárcenas. Pasó con Galeote. Pasó con Costa. Y volverá a pasar de nuevo cuando sea necesario.

 

¿Es todo esto suficiente? Nadie lo sabe, porque nadie sabe cuanto más puede salir del sumario Gürtel que todavía está bajo secreto, aunque da la sensación de que ya no va a afectar a nadie más que a los que ya ha afectado. Quizá sea el momento para que Rajoy emprenda una limpieza de verdad en sus cuarteles, y retome el proyecto personal de 2004, aquel con el que prometió un partido distinto, con nombres nuevos y caras nuevas y, sobre todo, con ideas nuevas y proyectos ilusionantes. ¡Ah! Y una pequeña aclaración a algunos de los lectores más talibanes con mi forma de ver las cosas: estoy absolutamente convencido, y tengo derecho y libertad para estarlo, de que Mariano Rajoy es la receta que necesita este país para superar el importante grado de deterioro al que se está viendo sometido, y eso lo saben también los que han puesto en marcha esta operación de acoso a su liderazgo. Y ese convencimiento es fruto de la reflexión, porque nadie podrá nunca decir que a mi el PP me ha dado nada, porque ni Rajoy, ni Aznar, ni ningún dirigente de ese partido ha tenido hacia mí trato de favor alguno, ni yo lo he pedido.

 

Por eso, independientemente de que el ‘caso Gürtel’ haya destapado comportamientos irregulares de algunos dirigentes del PP que deben abandonar el partido si todavía no lo han hecho, en mi opinión, más allá de una relación de corruptelas es la evidencia de que algo en este país no funciona cuando las instituciones del Estado en lugar de estar al servicio del bien común y de la Ley, se pliegan a la arbitrariedad del poder. Y como creo que esa corrupción, la corrupción del sistema y de las instituciones, es aún peor y más grave que la otra y no pueden volver a darse pactos de lobos entre el poder y los delincuentes, es por lo que en este caso mi convicción de que Rajoy debe llegar a La Moncloa es aún mayor. Aunque a muchos les pese.