¡HAY QUE ECHAR A ZAPATERO!

Artículo de Federico Quevedo  en “El Confidencial.com” del 22 de octubre de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

En las urnas, naturalmente, pero este país exige ya una convocatoria anticipada de elecciones y un cambio político que sirva para que de nuevo florezcan las expectativas en una sociedad que ahora mismo se encuentra sumida en la mayor de las depresiones colectivas jamás vivida. Al menos en las tres últimas décadas. Rodríguez ya no sirve para dirigir este país. Realmente yo creo que nunca ha servido, pero es cierto que en la pasada legislatura tuvo, al menos, el viento a favor de la bonanza económica y el cansancio de un electorado que le pasó al PP la factura de los dos últimos años de Gobierno de Aznar. Pero el escenario ha cambiado radicalmente y ahora nos encontramos con un presidente del Gobierno atrincherado en su particular nirvana y absolutamente incapaz de resolver los graves problemas que tiene este país, mientras nos hundimos inexorablemente en el más profundo de los pozos. España se desmorona, y lo hace mientras sus gentes asisten atónitas a un espectáculo propio de una tragedia griega, o a una moderna recreación del incendio que asoló Roma provocado por Nerón, mientras este entonaba odas de horrible factura en su desafinada arpa. Rodríguez, como Nerón, ha incendiado España y parece deleitarse en la obra que simboliza su propio epílogo.

Hay que reconocer que es difícil encontrar otro presidente de un Gobierno que, desde un punto de vista comparativo, lo haya hecho todo tan rematadamente mal. El hombre que tenía en sus manos haber impulsado un cambio cualitativo importante en la salud de nuestra democracia ha conseguido, sin embargo, que ésta pase de sufrir una gripe seria, a padecer un cáncer que, si bien no llega a estar en fase terminal, sí que presenta un agudo cuadro de metástasis que requiere un urgente tratamiento de shock si queremos salvar el sistema político que los españoles nos dimos en 1978. Nunca antes se había producido una incursión tan brutal del poder político en las instituciones del Estado, llevando a éstas a un grado de corrupción que parecía imposible. Es verdad, por ejemplo, que por un defecto de nuestra Constitución la Fiscalía del Estado es una dependencia más del Poder Ejecutivo, y siempre se ha criticado a los fiscales generales por su condescendencia con el poder que los nombraba, pero nunca se había llegado al grado de sometimiento que la actual Fiscalía del Estado tiene respecto del poder político. Como nunca antes se había producido tampoco una confluencia tan perversa de intereses entre el Gobierno, el partido que o sustenta, la Fiscalía, la Justicia -una parte de ella-, algunos elementos de las Fuerzas de Seguridad del Estado y determinados medios de comunicación.

Primer pilar sobre el que se asienta nuestra democracia, es decir, la división de poderes y su independencia, destruido. Pero una democracia requiere, para consolidarse, progreso y bienestar. Hasta ahora, ambas cosas era posibles en un país con una economía razonablemente abierta: el socialismo de Felipe González abandonó cualquier tentación planificadora y el pseudo-liberalismo de Aznar hizo posible un fuerte avance en la libertad de mercado y en la competitividad de nuestra economía. Pero llegó Rodríguez y en su primera legislatura se limitó a vivir de las rentas, dejando para esta segunda, en lo peor de la crisis económica, su rostro más intervencionista y radical. De entrada, ha provocado un enfrentamiento con las clases empresariales digno del chavismo más cutre y pendenciero, y ha optado por hacer descansar su política económica sobre el idealismo calenturiento y reaccionario de Cándido Méndez, hasta el punto de que a estas alturas nadie sabe si el verdadero vicepresidente económico del Gobierno es el barbudo dirigente de la UGT o esa temblorosa Elena Salgado que el martes casi sucumbe en la Tribuna del Congreso. Que me expliquen, si no, qué pinta un sindicalista de la UGT, nombrado por Méndez, con despacho casi fijo en Presidencia del Gobierno y asistiendo a todas las reuniones de estrategia que organiza el Director de la Oficina Económica, Javier Vallés. Para echarse a temblar.

Y es que, verán, la única política posible para salir de esta crisis es la de acentuar el grado de apertura de nuestra economía reduciendo la presencia del Estado en la sociedad. Sin embargo, en defensa de una falsa justicia social, el Gobierno ha emprendido el camino contrario, el de la intervención y el dirigismo. “Que la planificación económica centralizada conduce inexorablemente a la tiranía es algo que hoy en Occidente nadie niega”, afirma tajante Hayek en un pequeño ensayo titulado Democracia, justicia y socialismo de recomendable lectura. Ese proyecto de Ley de Economía Sostenible con el que nos amenaza el Gobierno puede suponer el fin del segundo pilar sobre el que se asienta nuestra democracia: la libertad económica. No contento con haber provocado una crisis institucional y económica colosal, Rodríguez se presenta dispuesto a llevar a cabo un proyecto de fractura social de incalculables consecuencias. Lo inició la pasada legislatura con algunas medidas que provocaron a los sectores más conservadores de la sociedad, pero en ésta se ha empeñado, a través de la nueva Ley del Aborto que convierte este crimen en un derecho, en afrentar incluso a miles de personas que se consideran de izquierdas pero que defienden el primero y más elemental de todos los derechos del hombre: la vida. Rodríguez pretende provocar un verdadero terremoto en la estructura de valores de nuestra sociedad destruyendo así ese tercer pilar sobre el que se sostiene nuestra democracia, y que no se ha levantado sobre los cimientos de la religión, sino  que se ha ido edificando con la consistencia de un bien entendido humanismo.

Si a todo ello unimos la dura realidad de un Gobierno incapaz de hacer valer su autoridad ni dentro ni fuera de nuestras fronteras, desconcertado ante el hecho de un secuestro en aguas internacionales que supera ya el medio mes sin encontrar solución, rendido ante las dictaduras de izquierdas como la cubana y los regímenes caudillistas de América Latina en clara discrepancia con el sentido de la política exterior europea, entregado a los modelos rupturistas del nacionalismo más radical hasta el punto de hacer retroceder el Estado de Derecho allí donde más falta hace, y empeñado en convertir al Ejército en una ONG subida a lomos de un carro de combate, nos encontramos, digo, con que ese cuarto pilar sobre el que se asienta nuestra democracia, la Defensa del Estado, también vacila peligrosamente. ¿Qué hacemos? Es evidente que, llegados a esta situación, la convocatoria de unas elecciones se hace imprescindible, pero como Rodríguez no va a dar su brazo a torcer y permanecerá atrincherado mientras a su alrededor el país se desmorona, la única opción posible es que el resto de formaciones políticas del arco parlamentario, en un ejercicio de responsabilidad y servicio al bien común, hicieran suya esta demanda social y provocaran la caída del actual Gobierno con el único objetivo de convocar a los ciudadanos a las urnas para cambiar esta situación. De no ser así, prepárense ustedes para lo peor.