A ZP LE ESTALLAN SIETE AÑOS DE DEMAGOGIA

Artículo de Federico Quevedo  en “El Confidencial.com” del 10 de diciembre de 2009

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

Lo primero que hizo Rodríguez nada más ser investido presidente en 2004, se acordarán ustedes perfectamente, antes incluso de nombrar su gobierno, fue sacar las tropas españolas de Iraq. Lo hizo con nocturnidad y alevosía, porque era perfectamente consciente de que muy pocas semanas después la ONU aprobaría una resolución que iba a dar cobertura legal a la presencia internacional en aquel país, y como la condición que había puesto Rodríguez para el mantenimiento de las tropas era precisamente ésa, la cobertura legal, se adelantó a la decisión de la ONU aun sabiendo que hacía un flaco favor a su país y a la estrategia de nuestros aliados en Iraq, para cumplir con esa parte de su electorado más radical y extremista, bien representados por esos que luego hemos llamado la Secta de la Ceja.

 

Se nos dijo entonces que sacando las tropas de Iraq se acaban nuestros problemas, que España nunca más volvería a ser objetivo del terrorismo islámico, que nunca habría un nuevo 11-M. Rodríguez se atrevió, incluso, a conminar al resto de países a seguir sus pasos -¿se acuerdan de aquellas declaraciones desde Túnez?- en pro de la paz mundial. De ahí surgió la aventura de la Alianza de Civilizaciones, la política del apaciguamiento, el buenismo, el talante…Se optó por la estrategia de no incordiar a nuestro vecino del sur y aceptar sus pretensiones, e incuso se dieron los primeros pasos hacia un proceso de negociación sobre el futuro de Ceuta y Melilla que enseguida se cortocircuitó por los elevados riesgos internos que suponía. Se decidió tratar de igual a igual al Gobierno de Gibraltar, en una escalada de cesiones que acabó hace pocas fechas con Moratinos fotografiado al frente del Peñón compartiendo el té de las cinco con Peter Caruana. Se envió al mundo un mensaje que, básicamente, venía a decir que España abandonaba la política de firmeza y apostaba por la negociación. Se modificó de manera clara la agenda iberoamericana sustituyendo como aliados preferentes a los gobiernos democráticos por las pseudo-dictaduras caribeñas y nos aliamos de manera clara y decidida con los enemigos de Estados Unidos.

 

Pues bien, las consecuencias de ese armazón demagógico de nuestra política exterior se están viendo, o mejor dicho sufriendo, ahora de manera dramática en algunos casos. Al Qaeda ha dejado claro con el secuestro de los tres cooperantes en Mauritania que, lejos de agradecer el gesto de la retirada de tropas, éste ha sido interpretado como un signo de debilidad y de nuevo vuelve a amenazar nuestra seguridad. España era un objetivo islamista antes, durante y después de las Guerra de Iraq, independientemente de lo que hiciera Rodríguez. La demagogia populista y barata del Gobierno nos quiso convencer de lo contrario, y casi lo consigue, pero los terroristas han demostrado que seguimos estando en su punto de mira, y ponen al Gobierno frente a la mayor de sus contradicciones: si estamos en una guerra contra el terrorismo, ¿porqué en Afganistán sí, y en Iraq no, cuando es el mismo terrorismo el que actúa en los dos frentes?

 

Política buenista

 

El secuestro de Mauritania, como antes ocurrió con el secuestro del Alakrana, pone en evidencia además la debilidad de nuestra diplomacia, la poca capacidad de reacción que tiene España, precisamente porque las actitudes de apaciguamiento tienen como consecuencia que los malos se aprovechan de la supuesta buena voluntad negociadora del Gobierno. Digo supuesta porque, en el fondo, no deja de ser un planteamiento débil y cobarde, impropio de una nación que debería pelear por su lugar en el concierto de las naciones más poderosas del mundo.

 

La otra consecuencia de esa política buenista la estamos viendo en el caso Haidar. Marruecos, lejos de ser un aliado con el que se puede contar, se ha convertido en el ‘dueño’ de una relación tormentosa en la que Rabat le dice a Madrid permanentemente lo que quiere que haga y se burla  de nuestra poca capacidad de imponer criterios propios. Les puedo asegurar que a Aznar no le habrían humillado paseando el avión que trasladaba a la activista saharaui y obligándolo a volver al aeropuerto de origen, porque una sola llamada de éste a Washington habría acabado con la tomadura de pelo. Pero éstas son las consecuencias de practicar la demagogia y engañar a los ciudadanos del modo en que lo ha hecho Rodríguez: ahora somos tan serviles o más con Washington como lo podía ser Aznar, pero con la diferencia de que aquel podía exigir contraprestaciones y Rodríguez no puede ni reclamar una llamada de Obama.

 

Un Obama, referente de nuestra izquierda, que sin embargo ha cerrado la puerta al entendimiento con esas pseudo-dictaduras iberoamericanas para dar respaldo decidido a los gobiernos democráticos, justo lo contrario de lo que estamos haciendo nosotros. La última fase de la humillación la hemos vivido en el caso de Gibraltar: tanto esfuerzo por llevarnos bien con el gobierno de la Roca, para acabar teniendo que llamar a pedir disculpas porque nuestros guardias civiles pisan suelo gibraltareño en una persecución en caliente de narcotraficantes. Increíble. Era difícil caer tan bajo, pero Rodríguez ha conseguido superarse a sí mismo. ¿Qué será lo siguiente?