PARADOJA DE UN CHARNEGO ACOMPLEJADO

Artículo de Federico Quevedo  en “El Confidencial.com” del 09 de enero de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

Hará cosa de tres años, más o menos, algunos de los que diariamente hacemos El Confidencial nos reuníamos en un restaurante de Madrid –el Paradís, al lado del Congreso, para más señas- con el Conseller catalán de Economía, Toni Castells. Fue un encuentro interesante en el que yo al menos descubrí a un político sensato, bastante moderado, más cerca que lejos del liberalismo y, eso sí, profundamente convencido de la necesidad de una mayor asunción de competencias administrativas por parte de la Generalitat. En aquella ocasión Castells se refirió a la gestión de los puertos y los aeropuertos. No lo vimos mal. Al contrario, creo que todos los que participamos de aquel almuerzo coincidíamos en mayor o menor medida en la bondad de la descentralización administrativa como vía para la profundización en la democracia, y es en ese sentido en el que éste que suscribe, al menos, sigue a día de hoy creyendo en la necesidad de un Estado descentralizado o autonómico tal y como se planteó en la Constitución del 78.

 

Lo cierto, sin embargo, es que de aquel Toni Castells, sensato, moderado y abierto, al Toni Castells que esta semana aplaudía la iniciativa epistolar de su jefe de filas, José Montilla, abogaba por que Cataluña y España se sentaran a hablar sobre la peculiaridad de su relación -lo que de hecho supone negarle a Cataluña su ser como parte de la Nación española-, y responsabilizaba al PP de todos los males que le ocurren a aquella comunidad, como si ellos –el PSC, me refiero- no gobernaran la Generalitat junto a ERC e Iniciativa, entre ambos Castells, digo, media un insalvable foso plagado de cocodrilos y otras bestias producto del imaginario colectivo radical-nacionalista. Da la sensación, y perdonen que lo diga así de claro, de que se han vuelto todos locos. Y mucho, además. Una pérdida de juicio altamente peligrosa, extremadamente grave, porque de la misma surge un ataque sin contemplaciones a la estructura misma del Estado de Derecho, una vulneración de la ley y una violación del espíritu constitucional propios de quienes en otros tiempos se enfrentaron a la legitimidad democrática para imponer un cambio de rumbo, tan lejos y tan cerca como aquel 23-F de 1981.

 

Y lo que no deja de ser sorprendente es que este nuevo intento de enterrar la legitimidad democrática en beneficio de una idea soberanista del Estado Catalán lo lidere un charnego llamado José y apellidado Montilla, nacido en Iznájar, provincia de Córdoba, en 1955, que a la edad de 16 años se trasladó a vivir a Sant Joan Despí, y que habla catalán peor que Aznar en la intimidad. Con esto no quiero decir, Dios me libre, que de haber pertenecido a una cepa milenaria de parellada, eso le hubiera dado legitimidad para retar al Estado de Derecho, pero no deja de ser curioso como los ‘conversos’ se vuelven mucho más extremistas y radicales en la defensa de principios que no les son propios, una actitud en la que confluyen en la misma proporción los intereses electorales, los complejos y el totalitarismo propio de esa izquierda trasnochada y antidemocrática que aflora cuando siente el acorralamiento de la desafección popular.

 

Dicho de otro modo: da la sensación de que alarmados por el declive electoral al que les conduce su errática gestión autonómica y la aún más errática gestión socialista a nivel nacional, Montilla y los suyos, cual Rafael Casanova y los Regimientos de la Coronela, se han echado al monte sin encomendarse ni a Dios ni al diablo –o a éste último sí, a lo mejor- en una escalada de tensión con el Estado de Derecho que parece no tener vuelta a atrás, y que está empezando a alarmar a sus propios correligionarios. Ahí está el toque de atención de Alfonso Guerra, a quien por otra parte convendría recordar que todo este lío tiene un solo culpable, José Luis Rodríguez Zapatero, y muchos cómplices, tantos como diputados socialistas avalaron el Estatut en el Congreso, entre ellos el propio ex vicesecretario general socialista. Pero ahora empiezan a ser legión en las filas socialistas los que comprueban cómo los frutos que recogen de la gestión de Rodríguez tienen un sabor profundamente amargo.

 

De todo lo que está ocurriendo, sin duda, lo más grave no es la amenaza, el chantaje y la deriva totalitaria del nacional-socialismo catalán. Lo más grave es ver como Rodríguez ha conducido al Estado de Derecho a una posición de extrema debilidad hasta el punto de haber dado un paso atrás significativo en la defensa del interés general y de los derechos y libertades de la sociedad civil catalana. Iniciativas como la del charnego Montilla deberían tener una oportuna respuesta por parte de la Justicia en defensa de la legalidad constitucional. Mírenlo así: lo que está ocurriendo en Cataluña es de juzgado de guardia. En un país con un Estado de Derecho fuerte cualquiera esperaría ver actuar de oficio a la Fiscalía y a la Abogacía del Estado, pero esta España que encara entristecida, dolida y herida en lo más profundo de su alma la segunda década del tercer milenio, apura sin remisión la copa amarga de un infausto destino en manos de Rodríguez Zapatero.