INTERVENCIÓN DE RAJOY EN EL  DEBATE SOBRE LA PROPUESTA DE UN REFÉRENDUM EN TODA ESPAÑA

 

 

 

Publicada en “Libertad Digital” del 17.05.06

 

 

Señorías, como es sabido, el Partido Popular, con el aval de más de cuatro millones de españoles, solicita al Gobierno la convocatoria de un referéndum.

 

¿De qué se trata? Dicho en pocas palabras, solicitamos que los españoles puedan decir si desean —o no— conservar  su Nación, su soberanía y su unidad en las mismas condiciones en que estaban cuando el señor Rodríguez Zapatero accedió al poder. Es así de sencillo. Y esto, naturalmente, sin equívocos, sin ambigüedades, sin juegos de palabras, es decir, llamando a las cosas de la misma manera que se les ha llamado desde 1978.

 

Parece muy razonable.

 

Nada justifica que la Nación, la soberanía, la unidad o la igualdad de los españoles sufran cambios porque cambie el gobierno.  

 

Y si ha de haber cambios en la Nación, la soberanía, la unidad o la igualdad de los españoles, nadie entendería que no estuvieran refrendados por todos los españoles.  

 

Es razonable, pues, querer conocer la opinión de quienes son los propietarios legítimos de todo el país, señorías. No de esta o de aquella parcela, comunidad, señorío, condado, o cortijo. Propietarios legítimos de todo el país, desde La Gomera hasta La Seu de Urgell.

 

La gente, al parecer, se inquieta porque percibe que en España, además de un cambio de gobierno, se están produciendo modificaciones que afectan a la nación, a la soberanía a la unidad y a la igualdad de los españoles. Se inquieta porque sobre esas modificaciones nadie ha solicitado la opinión de los ciudadanos ni estos han delegado su autoridad soberana en nadie.

 

¿Qué diremos, señorías, que estos temores son fantasías de la gente o que responden a lo que ven y a lo que oyen todos los días?

 

No parece que sean fantasías. Los españoles ven que se ha derribado alegremente el consenso constitucional, que han desaparecido todos los equilibrios de la Transición, que se busca la satisfacción preferente de los nacionalistas, que no se escucha al Consejo de Estado ni se consulta al Tribunal Constitucional, que se menosprecia la opinión de la mitad de los ciudadanos, que, por primera vez, se imponen reformas que afectan a la convivencia de hoy y al futuro de todos sin más respaldo que una mayoría simple. ¿Puede sorprendernos que se inquieten?

 

Los españoles perciben cambios que reducen su soberanía o la parcelan o, simplemente, la vacían de contenido real. Cambios que adelgazan el poder del Estado, reducen su eficacia y anulan su capacidad para intervenir en la vida nacional.

 

Los españoles ven que proliferan presuntas naciones y realidades nacionales de nueva planta; que aparecen poderes para-estatales con vocación de co-soberanía; que ahora son los estatutos de autonomía los que señalan las competencias del Estado, las del Consejo del Poder Judicial, las del Tribunal Supremo; que son las comunidades autónomas las que pretenden dictaminar las prioridades inversoras y, a lo que íbamos, que, como consecuencia de todo ello, surgen vetos a la solidaridad y se extingue la igualdad de los ciudadanos. ¿Hay o no hay motivos para la inquietud?

 

Los hay, porque a este proceso en marcha se le podrá llamar como se quiera —y no entraré yo en el juego de los nombres— pero, en sustancia, las reformas que patrocina y sustenta este Gobierno, significan la voladura del consenso constitucional de 1978 a espaldas de los ciudadanos. Por eso, muchos españoles piensan que estamos ante un escamoteo fraudulento de la soberanía.

 

¿Y saben sus señorías qué es lo que más les inquieta? Lo que todavía pueda ocurrir. Porque existe una convicción extendida de que estas reformas, estas aventuras, estos experimentos, no los reclama nadie que sea numéricamente significativo; no los demanda ninguna razón quebrantada; no los exige ninguna injusticia antigua. Nada de eso. Son puros antojos de gobernante desorientado que, para dar gusto a sus socios y sin medir las consecuencias de sus actos, piensa que puede cambiar las estructuras del Estado como quien cambia los muebles de la Moncloa.

 

En resumen, señorías:

 

Más de cuatro millones de personas, apoyan la petición de un referéndum que tranquilice a los españoles sobre su propio futuro. Un futuro que les asegure la supervivencia de la Nación española tal y como la hemos concebido desde 1978 hasta hoy. Un futuro en el que todos los españoles sean iguales, permanezcan unidos, y conserven intacta la soberanía nacional que legítimamente les corresponde.

 

Esto es lo que desea una mayoría ingente de españoles, una mayoría inmensa. ¿Quién puede negarse a ello y con qué argumentos?

 

Comprendo que se nieguen quienes consideran que sus intereses son incompatibles con el interés general. Comprendo que se nieguen quienes esperan beneficiarse de esta situación que perjudica a la mayoría.

 

¿Y el Gobierno? ¿Y el Partido Socialista? ¿Qué se proponen? ¿Hacerse los sordos, negar la evidencia, rechazar la demanda o escuchar a los ciudadanos?

 

¿Nos van a decir que hay pocas firmas como dijo la vicepresidenta? ¿cuál sería la cifra que los socialistas consideran adecuada y digna de ser tenida en cuenta? ¿cinco, diez, cuarenta millones? ¿Cuál sería la cifra máxima? ¿Cuántas firmas hay que reunir para que el Gobierno se dé por enterado?

 

Es evidente que no van a poder hacerse los sordos, al menos, gratis. Tampoco pueden negar la evidencia. Ni siquiera disimularla. Cuando los ciudadanos piden un referéndum porque quieren opinar, la respuesta no puede ser: Tranquilos. No pasa nada. Confíen en mí. ¿Qué broma es esta? No estamos, al menos todavía, en un régimen populista.

 

Si lo que se quiere decir es: NO les hago caso porque no tienen razón, dígase NO de frente y por derecho: no les hago caso porque no tienen razón. Claro que a lo mejor no se atreven a decirlo porque saben que esto tampoco sería gratis.

 

Señorías, ante una demanda tan legítima, tan en razón, con un respaldo tan vigoroso, no podemos ni siquiera imaginar que un gobierno democrático se oponga y la rechace. No sólo porque le costaría mucho encontrar razones para explicar tal rechazo sino porque derribaría por los suelos todas sus proclamas sobre el diálogo y el deseo de escuchar la voz de los ciudadanos. Esta es la voz de los ciudadanos. Es muy fácil escucharla. Y conviene hacerlo: al fin y al cabo, son ellos quienes encarnan la soberanía nacional, es decir, son ellos los que mandan.

 

Señorías, creo que interpreto el sentir de la mayoría; pienso, como los españoles, que todo aquello que tenga que ver con la Nación española debemos decidirlo entre todos, y por eso, solicito formalmente la celebración del referéndum.

 

Confío en que el Gobierno sepa estar a la altura de sus responsabilidades. Sabe, porque cuenta con sondeos que digo la verdad. Sabe que los ciudadanos quieren opinar. Y sabe más. Sabe también que si se les plantea la pregunta de este referéndum contestarán que sí, que desean que España siga siendo una única nación en la que todos sus ciudadanos sean iguales en derechos y en obligaciones así como en el acceso a las prestaciones públicas. Y que lo sean de verdad, con todas las consecuencias.

 

Ustedes tienen la palabra.

Muchas gracias, señorías.