¿QUIERE ETA LA PAZ?
Artículo de ROGELIO ALONSO, Profesor de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos y autor de «Matar por Irlanda. El IRA y la lucha armada», en “ABC” del 21/01/05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
SI Zapatero
quiere convertirse en el Tony Blair que resuelva el conflicto, la actitud de
Batasuna le acompañará para que ese escenario fructifique». Esta reciente
alusión de Arnaldo Otegi al proceso de paz en Irlanda del Norte no ha sido la
primera. A lo largo de los últimos años tanto ETA como Batasuna, así como el
nacionalismo institucional vasco han mirado con frecuencia al contexto
norirlandés en busca de referentes para avanzar su propia agenda política. Sin
duda alguna el final del terrorismo del IRA ofrece muy valiosas lecciones para
nuestro propio ámbito, pues después de treinta años este grupo terrorista ha
renunciado a su violencia a pesar de no haber conseguido sus objetivos. Sin
embargo, las útiles conclusiones que de semejante experiencia pueden extraerse
para la erradicación del terrorismo etarra han sido constantemente ignoradas por
el nacionalismo vasco, mucho más interesado en tergiversar el modelo irlandés
con fines partidistas.
En esta tarea términos como la paz, y el diálogo han sido frecuentemente
instrumentalizados, como la reciente carta de Otegi y el comunicado de ETA han
puesto de relieve. Después de asesinar a cientos de personas e intimidar a
miles, las palabras de quienes continúan negándose a condenar el terrorismo de
ETA siguen sin ser puestas en duda por muchos políticos y ciudadanos.
Así por ejemplo el editorial del diario nacionalista Deia del pasado sábado
señalaba que «la oferta de negociación de Batasuna al Gobierno español
representa una muestra de flexibilidad ciertamente espectacular y esperanzadora
de la izquierda abertzale». Seguidamente alababa esa «valentía» de Batasuna que
también reclamaba del presidente Zapatero. Incluso un grupo de socialistas
guipuzcoanos exigió del jefe del gobierno «valentía» y «asumir algún riesgo para
ganar la libertad» antes de que Batasuna hiciese pública la denominada propuesta
de Anoeta en noviembre.
En estas actitudes y en otras similares que han dado la bienvenida a los
recientes pronunciamientos de ETA y Otegi se aprecia la inspiración del IRA y
del Sinn Fein. Bajo la apariencia de un nuevo lenguaje pero sin desmarcarse
realmente de ETA, su brazo político ha pretendido reparar su deteriorada imagen
planteando engañosas expectativas. Expresiones como «es tiempo de paz» o el
compromiso con «la utilización exclusiva de vías pacíficas», repetidas por Otegi
y Batasuna, fueron también utilizadas con profusión por el Sinn Fein con el fin
de salvar la marginación que su vinculación con el IRA le reportaba. Recuérdese
por ejemplo cómo ya en 2002 Batasuna presentó otra propuesta bautizada igual que
el documento del Sinn Fein de 1987 «Un escenario para la paz». Este documento
era parte de una estrategia a través de la cual los nacionalistas irlandeses
perseguían apropiarse de la imagen de pacifistas con el objeto de deshacerse del
estigma que su asociación con el terrorismo les aseguraba. Como Gerry Adams
reconocería, el Sinn Fein había «perdido el control de la palabra paz dejando
que otros se apropiaran de ella».
Desgraciadamente las organizaciones terroristas pueden tener éxito con
semejantes tácticas, de ahí la enorme responsabilidad que políticos, periodistas
y ciudadanos tienen a la hora de evitar asumir como realistas las
interpretaciones que sus portavoces reproducen en torno a lo que resultaría
necesario para alcanzar la paz. Es en ese contexto en el que los criterios con
los que a menudo se justifica el diálogo con ETA favorecen los intereses de esta
banda terrorista al contribuir a reproducir mecanismos de transferencia de culpa
y difusión de responsabilidad en función de los cuales el gobierno español y los
partidos democráticos, y no únicamente la citada banda, deben ser vistos como
responsables de la continuidad de la violencia. El nacionalismo vasco ha
incurrido con frecuencia en esa peligrosa dinámica presentando a ETA y al
gobierno español como «extremos» equidistantes, contrarios al diálogo y, por
tanto, como enemigos de la paz. Obsérvese cómo los últimos comunicados de ETA y
Otegi rompían esa equidistancia en beneficio del entorno etarra que ha llegado a
ser presentado como «flexible» al realizar «generosos movimientos por la paz»
que exigirían por ello la respuesta del gobierno en la forma de negociaciones,
gestos o concesiones. De ese modo, bajo el pretexto de la búsqueda de la paz y
la supuesta ambición de la resolución del conflicto, se intentan consolidar
esquemas que eluden la realidad en torno al terrorismo.
Esta realidad ofrece pocas dudas después de una prolongada lucha antiterrorista
tanto en Irlanda del Norte como en el País Vasco. La experiencia demuestra que
el IRA sólo comenzó a desarmarse ante la presión ejercida por los gobiernos
británico, irlandés y estadounidense y que el final de su violencia llegó a
pesar de no haber logrado este grupo ninguno de sus objetivos, sino precisamente
por ello. Así pues, la derrota del IRA ha constituido el principal incentivo
para relegar la violencia, al igual que ha ocurrido con los seis presos etarras
que tras reconocer el fracaso de ETA han abogado por interrumpir el terrorismo
pese a no haber recibido contraprestaciones políticas a cambio.
En ese escenario, y mediante la comparación con el socialista Tony Blair, Otegi
ha reavivado la ilusión de una paz cercana y posible a través de la negociación
y el diálogo. Sin embargo, apenas se distinguen diferencias notables entre la
política hacia Irlanda del Norte del premier británico y de su antecesor el
conservador John Major. Y es que el cambio que propició el proceso de paz allí
no vino desde el gobierno británico, sino desde el IRA que decidió poner término
a su campaña terrorista a pesar de no haber logrado sus aspiraciones.
No es difícil adivinar en la comparación realizada por Otegi intentos de dividir
a socialistas y populares tentando con sus promesas a quienes apuestan
erróneamente por un cierto pragmatismo en aras del final del terrorismo.
En ese marco el atentado de Getxo y los que le seguirán completan la coacción
que ETA y su entorno trasladan: o se acepta «su paz» o habrá «guerra», de ahí la
necesidad de hacer «esfuerzos». Ante la utilización de tan particular «paz» como
una táctica terrorista más, debemos tener presente que la dilatada experiencia
de la lucha antiterrorista en España nos demuestra que ésta ha alcanzado su
mayor eficacia cuando se ha basado en el consenso de las principales fuerzas
democráticas. A unos meses de unas elecciones autonómicas en las que Batasuna y
ETA aventuran un agravamiento de su situación sería enormemente peligroso caer
en la trampa que plantean como salida a su debilidad y aislamiento.