SEGUNDA POSDATA A UNA CARTA ABIERTA AL PRESIDENTE DEL GOBIERNO

 

 Artículo de Pedro J. Ramirez en “El Mundo” del 26.02.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Apreciado señor presidente:

Han sido tantas las personas que a lo largo de la semana se han declarado conmovidas por la carta que a través de nuestras páginas le remitió el lunes su compañera Rosa Díez, y son tan esenciales las apelaciones a la «memoria, la dignidad y la justicia» formuladas en su emotiva posdata y amplificadas por la multitudinaria manifestación de ayer por la tarde, que -al tener de este modo garantizada su atención- voy a limitarme a continuar la misiva justo donde ella la dejó. Es decir, después de esa mezcla de súplica y advertencia que tanto destacaron los medios de comunicación: «Presidente, hay cosas que sólo tú puedes hacer. O evitar que se hagan».

Doy por hecho que, al ser precisamente ésa la misión de la prensa en su relación con el poder, nadie me instará a mí a «dejar de causar problemas», tal y como hizo el inquisidor Blanco con la hereje Rosa, y que aunque en su partido haya personas empeñadas en ajustar conmigo algunas cuentas del pasado, usted sabe que yo no soy su enemigo, ni siquiera su adversario.

Ocurre tan sólo que creo que está profundamente equivocado en la estrategia política que -perdóneme- está usted perpetrando con un alto grado de aturdimiento e inconsciencia. Aunque tiene tan desarrollado su homo ludens que todo lo mide en términos competitivos, y a este paso va a terminar usted echándole un pulso a su propia sombra, aquí lo que está en juego no es si EL MUNDO va a ser «el periódico de los perdedores», como usted le dijo a Raúl del Pozo, supongo que refiriéndose a la OPA y la contra OPA, sino si, como consecuencia de sus graves errores, España entera va a resultar dañada, lastrada y derrotada.

Por muy sordo que le haya vuelto su autocomplacencia, no puede usted dejar de percibir que la denuncia de Rosa Díez ante el riesgo de que «se construya un escenario en el que nuestros propios compañeros traicionen lo más sagrado» es el síntoma definitivo de que usted no puede afrontar ese pretendido «proceso de paz» en el País Vasco sin construir previamente un consenso político y social que de entrada le arrope y de salida le sirva de amortiguador de previsibles frustraciones y naufragios. Fíjese en que, por mucho que crea estar aislando a un PP cívicamente penalizado por sus exageraciones, la gran paradoja del momento es que, teniendo en cuenta la gran cantidad de dirigentes del PSOE que, incluso en su círculo más próximo, piensan como Rosa Díez y la nula fiabilidad de sus actuales compañeros de viaje cuando lleguen las vacas flacas, es usted el que lleva camino de quedarse más solo que la una y de experimentar en carne propia la desoladora orfandad de los fracasos.

Porque, tal y como están las cosas, casi lo peor que le podría pasar a usted en este momento es que su insistente plegaria de estos meses fuera atendida por la autoridad militar competente y ETA otorgara desde su recuperado protagonismo una graciosa tregua y se aviniera a explorar, acallando las armas, la «solución política» para el «conflicto vasco». Puede que eso prolongara la etapa en la que, por razones tácticas, ellos han dejado de poner muertos sobre la mesa, pero pronto el cadáver político sería el suyo, pues entrar en tal dinámica sin el apoyo de la oposición supondría meterse en la boca del lobo, sin siquiera proteger sus partes blandas.

No quiero ni imaginar la carnicería. Enfrente tendría usted a un nacionalismo coyunturalmente unido para llevar hasta sus últimas consecuencias la metáfora del árbol y las nueces y a sus espaldas sólo se escucharía el afilar de cuchillos, prestos para entrar en acción tan pronto como se produjera su primer amago de debilidad.No le quedaría otra salida sino la huida hacia delante, y eso sería ponerse en manos de la capacidad de dosificar el drama de quienes, en su creciente posición de fuerza, nunca aceptarán otra cosa que la autodeterminación y la puesta en libertad de los asesinos contumaces. Si antes de empezar a hablar oficialmente con ellos su popularidad ya es declinante, no le arriendo la ganancia de lo que le va a ocurrir apenas esboce usted pasos concretos que alimenten a esas dos fieras corrupias que son la desconfianza y la sospecha.

Tiene usted razón, aunque sólo a medias, al quejarse de que se le niega a su Gobierno el margen de maniobra que obtuvieron sus antecesores y muy especialmente Aznar durante la tregua del 98.Por tercer domingo consecutivo le reitero que EL MUNDO defenderá no ya su derecho, sino su obligación de negociar con el mismo diablo apenas se den las condiciones mínimas para que de ese lance pueda salir indemne la compostura del Estado. Pero por tercer domingo consecutivo le reitero también que existen dos nítidas rayas rojas que ni usted ni nadie en su lugar puede traspasar: la primera es la compra de la paz alterando el marco jurídico del País Vasco; la segunda, la excarcelación anticipada de criminales con delitos de sangre. Esos son los dos baremos precisos para que, como ha abogado por escrito la vicepresidenta De la Vega, «la democracia resulte vencedora y el terror sea vencido». Pero ésos son también los dos únicos e irrenunciables objetivos que la otra parte buscará ahora, durante un rato, «por las buenas», reservándose el derecho a volver a hacerlo «por las malas» tan pronto como reciba sendas negativas firmes por respuesta.

¿Cómo actuar entonces? Esta historia de nuestra Transición que usted tanto desdeña nos ha demostrado ya suficientes veces que no hay situación límite que no tenga salida si la unidad democrática se pone al servicio del Estado de Derecho. Nunca me cansaré de decir que con consenso casi todo es posible y sin consenso hay espacios -como la negociación con ETA o la alteración de reglas básicas del juego- en los que casi todo es un disparate.

Es cierto que dos no pactan si uno no quiere y que hay segmentos del Partido Popular y su cinturón de hierro que han olido la sangre fresca que empieza a manar por sus primeras heridas, a los que será difícil sofocar su instinto depredador. Pero la llave del gran acuerdo de Estado que yo propugno y la inmensa mayoría de los españoles moderados desea, la sigue teniendo usted y todos sabemos que se llama Estatuto de Cataluña.

Si eso sirviera para desatar el nudo gordiano que bloquea nuestra tráquea y amenaza con liquidarnos por asfixia, ahora mismo apelaría yo a su afición por el duelo para emplazarle a dilucidar en el lugar que usted elija, con las armas que mejor le plazcan y los padrinos y jueces que prefiera, la disputa sobre la interrelación entre el proceso catalán en marcha y el que usted quiere emprender en el País Vasco. Si usted consigue que alguien medianamente autorizado y ecuánime dé por buena su proposición de que entre uno y otro sólo existe «una simple coincidencia temporal», ahora mismo me comprometo a devolver este torito bravo al corral de las ocurrencias baldías y a dejar de darle a usted la murga del pactismo. Pero si por el contrario el arbitraje avala que se trata, como yo sostengo, de vasos estrechamente comunicantes por los que circula un único debate sobre la soberanía nacional, los derechos de los españoles y las relaciones entre el Estado constitucional y sus partes, usted debería asumir el reto de dedicar sus mejores y más entusiastas esfuerzos a incorporar al PP a sus acuerdos con CiU, a costa, naturalmente, de modificarlos.

Que usted garantizara el miércoles a Rajoy que nunca negociará sobre la autodeterminación con ETA -y todos damos por hecho que eso incluye a Batasuna- fue un paso positivo, pero insuficiente, en la medida en que no va acompañado de la promesa de no hacer ninguna modificación del marco legal vasco en la que no concurra el PP. Esta es la clave de todo, pues se trataría de la condición sine qua non para encarar juntos cualquier proceso de búsqueda de ese «inicio del principio del fin de la violencia» al que Felipe González se ha referido, por cierto, con bien significativa sorna. ¿Pero cómo va a creer el PP que usted intenta asociarlo sinceramente a su proyecto de paz en el País Vasco, si al mismo tiempo utiliza la reforma del Estatuto catalán, en un alarde de oportunismo miope sin precedentes, como instrumento de guerra para bloquear sus posibilidades de ejercer la alternancia democrática, mediante la trampa legal de hacer concesiones nefastas a los nacionalistas hasta convertirlos en sus agradecidos socios permanentes?

Como lector atento y puntilloso de EL MUNDO que es, usted conoce la serena acumulación de argumentos técnico-jurídicos con los que hemos ido diseccionando los efectos catastróficos que desde el punto de vista del interés general, la cohesión nacional y la solidaridad entre los españoles tendría la aprobación de lo que usted y su paquete de cigarrillos pactaron con Artur Mas durante aquella interminable sabatina monclovita. Pero no es necesario dar por buena ni una sola de nuestras razones, ni siquiera cuando están en juego derechos humanos tan elementales como el de recibir enseñanza en la lengua materna, para admitir la obviedad de que, en todo caso, se mire como se mire, el contenido de esos acuerdos afecta a lo que el propio Tribunal Constitucional ha definido más de una vez como el «bloque de constitucionalidad», es decir, un cuerpo jurídico armónico integrado por la Constitución y los Estatutos de Autonomía que viene a hacer las veces de escenario estable y permanente de las episódicas batallas partidistas.

Debe tener en cuenta, señor presidente, que la inmensa mayoría de los españoles aún no es consciente de que una de las consecuencias más terribles de la tropelía política que usted parece empecinado en consumar es que lo que las Cortes Generales aprobarán ahora por la mitad más uno de los votos no podrá ser modificado en el futuro ni siquiera aunque esas mismas Cortes Generales produzcan una resolución avalada por las nueve décimas partes de sus miembros.¿Cómo piensa explicarles usted a los ciudadanos que no sólo les está despojando de buena parte de los atributos de su soberanía para entregárselos a aquellos en cuyo apoyo basa usted sus expectativas de reelección, sino que encima son ellos los que, sumando al blindaje de las competencias el del procedimiento, pueden arrojar la llave de la cámara del tesoro al foso del también transferido -aunque en condiciones más dignas- castillo de Montjuich?

Yo no le pido que renuncie a sus legítimos propósitos de reforma democrática del Estado del 78. Todo lo contrario. Le propongo que vuelva a ceñirse a su programa de investidura y retome el proyecto de reforma de la Constitución, a partir de las propuestas de ese Consejo de Estado cuya ley orgánica usted mismo modificó y al que usted mismo encargó el ahora evacuado dictamen. Eso sería empezar a construir la casa por los cimientos y, en la medida que la aritmética de la legalidad impondría la presencia del PP, le proporcionaría a usted la coartada perfecta para dar el golpe de timón que la situación requiere sin perder la cara.

Encuadrar en ese marco general un acuerdo in extremis sobre el Estatut, a mitad de camino entre su pacto con CiU y el texto aún vigente al que se aferra el PP, no debería ser imposible.Tampoco retener a Artur Mas, Duran y compañía si se les permite desempeñar el mismo papel que jugó Roca en el proceso constituyente.Dentro de esa dinámica virtuosa el respaldo del PP a un eventual diálogo con ETA y el restablecimiento del consenso antiterrorista serían efectos derivados que iríamos cosechando por efecto de la propia ley de la gravedad.

Le estoy sugiriendo, señor presidente, que promueva unos nuevos Pactos de la Moncloa que vengan a detener lo que observadores muy diversos perciben ya como una espasmódica deriva hacia el abismo de una crisis que destruiría todos los logros de la Transición.Si yo fuera Rajoy ahora mismo actualizaría su oferta de cuádruple acuerdo del 14 de enero de 2005 y me dedicaría a explicarla por toda España, presentándosela desde al Rey hasta a la última comunidad de vecinos, para poner definitivamente a prueba la verdad o mentira de su cada vez más cuestionado talante.

Pero al final, como subraya Rosa Díez, hay cosas que sólo usted «puede hacer o evitar que se hagan». Si no aprovecha el mes y poco que le queda antes de que la Comisión Constitucional envíe al pleno el Estatuto catalán para intentar ese pacto de Estado -nuestro editorial del lunes no le daba ningún ultimátum, se limitaba a constatar un plazo tasado por el reglamento del Congreso-, usted carecerá de autoridad moral para pedirle a la oposición comprensión o apoyo en relación a casi nada y la legislatura no tendrá ya enmienda. Probablemente su gestión de Gobierno, tampoco.

Fíjese en el papelón que le ha tocado representar esta semana urdiendo, como compinche de Montilla, trapacerías de emergencia contrarias al espíritu mismo de la Unión Europea para que la Caixa no pierda el botín de Endesa incluido en el Pacto del Tinell.Al tendero incompetente que tiene usted por ministro de Industria ni siquiera se le ocurrió que el mercado pudiera reaccionar frente a su montaje ventajista para quedarse con la eléctrica a precio de saldo y en lugar de tener ya listos los, por otra parte lamentables, resortes legales intervencionistas, han tenido que improvisarlos en una chapuza digna de la peor república bananera. ¡Ay! Pettit, Pettit ¿por qué nos has -políticamente- abandonado?

Después de haberse ganado a pulso la hostilidad de Washington, a usted ya sólo le faltaba pelearse con la Unión Europea. Considere por un momento qué sería de nuestras empresas en todo el mundo si se generalizara el uso de ese supuesto criterio de reciprocidad que usted pretende aplicar frente a Alemania. Con argumentarios como los de Moraleda, no me extraña que Montilla diga que no le importa que le llamen «cateto».

¿Tampoco le importa a usted que la imagen de su Gobierno se sitúe a mitad de camino entre la de Hugo Chávez y la de Joan Tardà? Mírese al espejo y pregúntese por qué ha tenido que aceptar usted que una pandilla de diputados trabucaires expropiara de la memoria colectiva de los españoles el vídeo de la decisiva intervención del Rey en el 23-F. ¿Hacia dónde va usted, señor presidente? Perdóneme de nuevo, pero yo le veo dirigirse hacia el yermo de las almas. Y sin embargo