EL LADRILLO DEL PADRE DE AMEDO

 

 Artículo de Pedro  J. Ramirez en “El Mundo” del 19.03.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Han pasado ya casi 18 años -¡a qué velocidad transcurre la vida!- desde aquella mañana de junio en la que un bisoño juez Garzón tomó declaración en la Audiencia Nacional al jubilado del Cuerpo Superior de Policía José Ramón Amedo Fernández. El propósito de su interrogatorio, dentro de la instrucción del primer sumario de los GAL, era contrastar la versión de su hijo, el ya incipientemente célebre subcomisario, según la cual los casi 15 millones de pesetas que había gastado en menos de dos años, tanto en los casinos como en lo que empezaban a percibirse como presuntos pagos a los mercenarios que asesinaban en el sur de Francia, procedían del «patrimonio familiar».

Amedo padre lo tenía muy difícil ya que Garzón había acreditado documentalmente que la cuenta conjunta de la que salía el dinero había sido previamente alimentada por un significativo ingreso de Amedo hijo, equivalente a más de cinco años de sueldo de un policía en activo y a casi 15 de la retribución de un pensionista.Sin perder, sin embargo, la compostura, y ante la estupefacción de juez, fiscal y secretario, el anciano proclamó: «Ese dinero lo he ahorrado yo desde 1957, billete a billete, y lo he ido guardando en mi propia casa debajo de un baldosín».

A la pregunta de por qué no lo había depositado hasta el final de su vida en una entidad que le rentara, Amedo padre había contestado: «Porque me gustaba ver el dinero y contarlo». A la pregunta de por qué los billetes ingresados eran nuevos, cuando los del 57 y unos cuantos años posteriores ya habían caducado, Amedo padre había contestado: «Porque los iba cambiando en el banco cada vez que veía que pronto dejarían de ser válidos».

La explicación constituía un flagrante ejemplo de esas «mentiras inverosímiles» a las que, de la mano de Castilla del Pino, tuve que recurrir la semana pasada para caracterizar el ejercicio de prestidigitación de Montilla con el decreto ley alterado en el camino entre el Consejo de Ministros y el BOE. Con la diferencia, claro está, de que entonces se trataba de atentados terroristas.

Sin embargo, a pesar de que no había cristiano que pudiera creerse aquello -en labios de Amedo hijo el apañado «baldosín» pronto se metamorfoseó en secular «ladrillo»- y a pesar de que la constatación de tal falsedad abría el camino a una serie de elementales deducciones lógicas que vinculaban aquel terrorismo antiterrorista con los poderes del Estado, la inmensa mayoría de los dirigentes políticos y de los responsables de medios de comunicación, prefirieron conformarse con la falacia. Y a los pocos que nos empeñamos en no rehuir la mirada de aquel hilo fosforescente y tirar del subsiguiente ovillo, nos llovieron enseguida todo tipo de improperios y descalificaciones, siendo la más reiterada la de que no nos importaba favorecer a ETA con tal de poner en entredicho al Gobierno. Nos echaron incluso del periódico en el que escribíamos y tuvimos que fundar éste, puesto que ningún otro estaba dispuesto a contratarnos.

Como todo lo que viene sucediendo ahora, a raíz de nuestras últimas revelaciones y denuncias sobre el 11-M, llega, por lo tanto, con la inconfundible textura de lo déjà vue, creo que lo pertinente sería ahorrarnos las respectivas alharacas y someternos todos a la prueba del carbono 14 que desde hace cuatro días no dejo de esforzarme en proponer.

Ofrezco espacio ilimitado en este periódico a cualquiera que esté dispuesto a sostener con argumentos dignos de tal nombre que el automóvil Skoda Fabia encontrado el 13 de junio en Alcalá de Henares con rastros de ADN de Allekema Lamari, aparcado en batería ocho puestos más allá, es decir a menos de 20 metros de donde apareció la furgoneta Renault Kangoo, estaba allí desde el 11-M, sin que los agentes policiales que rastrearon minuciosamente un entorno de radio muchísimo más amplio se percataran de ello.

Mi guante va dirigido muy especialmente al presidente Zapatero, a la vicepresidenta De la Vega y al ministro Alonso que, una y otra vez, han asegurado tenerlo «todo» bien claro. Pero también a sus mulilleros Rubalcaba, López Garrido y Blanco, a su fiscal Conde-Pumpido, a su comisionado Peces-Barba, a sus policías Telesforo Rubio, Santano y Cabanillas, a la señora Manjón, a los colegas que tantos sapos y culebras vienen dedicándonos y a cualquier profesional de la investigación o aficionado a la deducción lógica.

Si alguno de ellos es capaz de hacer esa hipótesis verosímil, yo me comprometo aquí, ante un millón y medio de testigos, a ingerir cuantas tabletas de Orfidal tenga a bien recetarme el presidente de la Audiencia, Carlos Dívar, -también él, por supuesto, tiene derecho a participar en la cucaña- hasta sepultar todas mis ansias por seguir investigando el 11-M en un sueño más profundo que el del general Lafayette aquella noche de octubre de 1789 durante la que las pescateras de Les Halles arrancaron a Luis XVI y su familia de su palacio de Versalles. Y prometo también recurrir a mis mejores oficios para intentar convencer a Casimiro García-Abadillo, Antonio Rubio, Fernando Múgica, Fernando Lázaro y Luis del Pino, e incluso a Esperanza Aguirre, Zaplana y Del Burgo, o al mismísimo Alcaraz, de que secunden tal rendición incondicional en brazos de Morfeo.

Pero si nadie consigue ni tan siquiera poner en jaque mi convicción, compartida por cuantos ciudadanos han expresado alguna vez su opinión al respecto, de que es materialmente imposible que el coche estuviera allí el 11-M después de haber servido presuntamente de transporte, al igual que la Kangoo -¡ay, la Kangoo!-, a los islamistas que abordaron los trenes de la muerte y que, a pesar de tratarse de un vehículo robado al que ni siquiera se había molestado nadie en cambiar las placas, ningún agente lo descubriera hasta pasados más de tres meses entonces pido y exijo respeto por nuestro empecinamiento en la búsqueda de una verdad que -como el 66% de los españoles- consideramos que aún está por descubrir.Y que el Orfidal de Dívar vaya, a la recíproca, destinado a quien tanto se irrita, se molesta y se sulfura.

Porque si el Skoda Fabia no estaba allí el 11-M, es obvio que alguien tuvo que ponerlo con posterioridad con un propósito concreto.Respecto al quién, el margen de que se tratara de una de las dos personas que dejaron algún rastro de su ADN en los objetos hallados en el interior del maletero sólo alcanza hasta el 3 de abril. En esa fecha los trocitos que quedaron de Lamari emprendieron su viaje a través del éter camino de su cita con las huríes del Profeta y Mohamed Alfalah, el chófer que le condujo al piso de Leganés -¡ay, el piso de Leganés!- huyó significativamente de España, según la misma Policía que ahora le da por muerto en Irak.

Por otra parte, no parece que existiera ningún motivo para que ellos o algún otro miembro del comando abandonaran allí el vehículo con posterioridad al 11-M. Si el objetivo hubiera sido dejar pruebas, como la nueva cinta coránica que había en la maleta, que enfatizaran la autoría islamista de la masacre para perjudicar al Gobierno del PP, tanto la furgoneta como la mochila de Vallecas -¡ay, la mochila de Vallecas!- habían cumplido ya con creces ese cometido, consumado, en todo caso, el 14-M. Resulta además inverosímil que alguien que pretende cometer nuevos atentados decida ayudar a la Policía a detenerle cuanto antes, colocando sus huellas en el lugar del primer crimen con posterioridad a haberlo cometido.

Si descartamos, pues, que el vehículo lo llevaran a Alcalá los islamistas para autoinculparse durante esas tres semanas que median entre la masacre y el presunto suicidio, a mí sólo se me ocurre la hipótesis de que lo hicieran personas ajenas a ellos con la pretensión de manipular la instrucción del sumario y la percepción de la opinión pública, al situar a Lamari en el centro del escenario. De hecho es la aparición de este automóvil lo que zanja la polémica, entre una escéptica Comisaría General de Información y un muy interesado CNI, sobre la intervención del que automáticamente pasa a convertirse en jefe operativo del comando.

La falsedad de la coartada del borrado accidental de las huellas en el tren de lavado de la empresa Hertz -ya desbaratada por Fernando Múgica- avala también la tesis de la prueba prefabricada.Y no deja de llamar la atención que la propia nota en la que se desmentía que «el Cuerpo Nacional de Policía» hubiera llegado a controlar el Skoda antes de su aparición en Alcalá subrayara que, según la vecina que lo denunció el 13 de junio, «se encontraba estacionado en las proximidades desde hacía unos días». ¿Qué quiere decir «unos días»? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Quince? Es evidente, en todo caso, que la propia Dirección General de la Policía, admite que se trató de una afloración de la primavera. Qué curiosa primavera aquélla de 2004 en la que los vehículos germinaban entre el asfalto

Insisto en lanzar el guante para que alguien rebata todo esto con alguna meticulosidad, dentro o fuera del sumario. Porque si no es así cualquier ciudadano cabal y honesto comprenderá que el dominó de la sospecha cada día vaya adquiriendo mayor consistencia ante nuestros ojos. Basta asimilar que el Skoda no pudo estar allí el 11-M sin ser detectado -repasen, repasen las fotografías del aparcamiento de la calle del Infantado ante la valla del colegio Daoíz y Velarde- y que no fueron los autores de la masacre quienes lo pusieron con posterioridad, para que todos los elocuentes elementos circunstanciales que cuestionan otros aspectos esenciales de la versión oficial de los hechos vayan quedando ensamblados en una misma teoría de la manipulación.

Porque, poniendo una pieza contra otra de numeración homóloga, resulta que si hubo un perro que no olió los restos de explosivos en el maletero del Skoda antes de que aparecieran en la sede de la Policía Científica de Canillas, ya había habido otro perro que tampoco olió los cartuchos y detonadores en el interior de la Kangoo antes de su descubrimiento, también en Canillas. Si no existe un solo testigo que viera el Skoda en Alcalá el 11-M, tampoco lo hay de que la mochila de Vallecas estuviera ni en el interior del tren ni siquiera en el andén de la estación de El Pozo. La misma nebulosa que envuelve los avatares del coche hasta el 13 de junio en que aparece caracteriza las idas y venidas de los bolsones con los objetos hasta que, 16 horas después de su improbable recogida en el Pozo, la mochila con la bomba se materializa en los dominios del tal comisario Ruiz, ahora procesado por manipular pruebas y falsificar documentos con intencionalidad política. Y si el borrado de huellas en el interior del Skoda acrecienta su tufo a prueba falsa, ¿acaso no produce el mismo efecto el hecho de que los cables de la bomba de Vallecas, sofisticadamente soldados a los bornes del vibrador del móvil, quedaran luego chapuceramente sueltos, imposibilitando así toda explosión?

A base de seguir enlazando circunstancias y rimando unas fichas con otras es imposible soslayar, además, que el mismo comisario Sánchez Manzano, a la sazón jefe de los Tedax, que ahora se ha descubierto que llevaba dos años guardando en su poder la mochila de Vallecas mientras ésta criaba y se reproducía, es también el responsable de que casi durante el mismo intervalo se le ocultara al juez la radiografía que mostraba la situación de los cables y es también el responsable de suministrar al instructor información falsa sobre la composición del explosivo, para hacerla coincidir -vía la metenamina- con la de los cartuchos de la furgoneta de Alcalá. Y cómo no encajar en esta cadena de ocultaciones el bloqueo durante 17 meses del informe del inspector Alvárez cuya divulgación por EL MUNDO ha dado pie a las diligencias judiciales de las últimas dos semanas.

Sin necesidad, ni siquiera, de dar el salto del ámbito de las pruebas materiales al de las deducciones lógicas -imagínense a dónde nos llevaría filtrar por un mismo cedazo las motivaciones de los islamistas para llevar el Skoda a Alcalá tras el 11-M y sus motivaciones para suicidarse sin intentar matar a nadie-, lo que yo pido con este desafío es un debate de altura en las expresiones, es decir sin descalificaciones ni insultos, y con la profundidad del conocimiento de causa en los detalles de lo que se discute.

Y advierto que, a menos que alguien sea capaz de desmontar esta arquitectura lógica, lo nuestro va para largo. Porque se nos puede pedir, y con razón, que distingamos siempre entre lo que son hechos probados y lo que, de momento, son meras conjeturas.Se nos puede pedir, y con razón, que no permitamos que las críticas a la instrucción del sumario o a determinados aspectos de la investigación policial sean utilizadas para poner en entredicho los cimientos de nuestro Estado de Derecho y en la picota al conjunto de las Fuerzas de Seguridad. Incluso se nos puede pedir, y con razón, que la censura a la desidia gubernamental respecto al esclarecimiento de lo ocurrido el 11-M no desemboque en juicios de intenciones en virtud del rédito político obtenido el 14-M.

Pero lo que nadie, ni amigo, ni enemigo, ni fiscal, ni primo de la fiscala, ni policía, ni presentador de telediario con problemas de audiencia, podrá pedirnos nunca es que aceptemos que el dinero estaba debajo del ladrillo del padre de Amedo.