CONSEJO A ZP: `SI VIS PACEM, PARA BELLUM`

 

Artículo de Pedro J. Ramírez en  “El Mundo” del 09/01/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)


No voy a hablar de tanques, que bastante hemos tenido esta semana con las «tortas» de Ibarretxe, sino del funcionamiento de las instituciones. La «guerra» en respuesta al plan secesionista es sólo una metáfora, pero una metáfora oportuna porque es preciso recordar siempre cómo hemos llegado hasta aquí y a qué coste.

Ese fue el gran acierto del ministro de Defensa al incluir en su ponderado discurso del jueves apenas una docena de las 272 palabras del célebre discurso de Abraham Lincoln en el campo de batalla de Gettysburg. Refiriéndose a los casi mil españoles nada metafóricamente asesinados por ETA en una sanguinaria ofensiva de cuatro décadas, destinada a conseguir con las armas lo que ahora Ibarretxe pretende imponer con ayuda de sus votos, Bono subrayó que «a los vivos nos corresponde dedicarnos a que no hayan muerto en vano».

Tal vez para no irritar a quienes le pidieron que amoldara lo más posible su discurso al tono oficial del Gobierno, el ministro soslayó las dos recomendaciones que en el lugar de esos puntos suspensivos pronunció Lincoln, tratando de concretar cuál era la misión encomendada a su generación: «completar la tarea que tan noblemente adelantaron los que aquí combatieron» y «que esos muertos venerados inspiren en nosotros una mayor devoción a la causa por la cual dieron ellos la postrera suma de su fe».

Antes de recibir al lehendakari el presidente Zapatero tiene, pues, la obligación moral de releer los discursos de Fernando Buesa, de preguntarse qué habría dicho desde la tribuna de oradores Gregorio Ordóñez, de telefonear a los amigos y compañeros de Enrique Casas, de volver a contemplar el cadáver casi adolescente de Miguel Angel Blanco, de interrogar a Enrique Múgica sobre su hermano Fernando

Sólo después de esa evocación y ese homenaje tendrá derecho a hacer una pausa para retomar aire y proseguir con sus consideraciones tácticas.

Puesto que, como él mismo dice, ha llegado «la hora de los hombres de Estado», a ZP le interesará sin duda saber que la fuente de inspiración de ese Discurso de Gettysburg, tan oportunamente citado por su ministro, es la oración fúnebre que nada menos que Pericles pronunció en memoria de los muertos durante el primer año de la Guerra del Peloponeso. Al margen de que entre sus mejores párrafos encontraría motivos de reafirmarse en su pasión por la democracia deliberativa -«No consideramos que la discusión sea enemiga de la acción nuestro mayor temor es adoptar políticas sin debate previo otros son valientes a oscuras, nosotros estamos dispuestos a calcular los riesgos»-, nuestro primer ministro descubriría con su lectura que ya en la Atenas de hace 2.500 años el estadista por antonomasia elegía «el sufrimiento en la defensa» del legado recibido «generación tras generación», frente a la «supervivencia en la rendición».

Es difícil saber si las últimas palabras de Lincoln en Gettysburg habrían sido igualmente grabadas en el mármol de la posteridad si cuatro meses y 25 días después de pronunciarlas no hubiera sido asesinado por el actor antiabolicionista John Wilkes Booth.En todo caso su condición de testamento político de un gran personaje no viene sino a añadir mayor significado a la profundidad y la belleza que todo demócrata encontrará siempre en ellas: «Que esta nación, bajo la guía de Dios, vea renacer la libertad y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la Tierra».

Un agnóstico reflexivo como Zapatero puede perfectamente sustituir la referencia a la divinidad por el manto protector de la razón humana o, más concretamente, por el magisterio de la Historia para que no se le desdibujen los significados constitucionales que ante los españoles de hoy tienen los conceptos de «nación», «libertad» y «pueblo».

Porque también acertó Bono al recordar que cuando esos mismos Estados Unidos, por cuya integridad pelearía Lincoln hasta el martirio, ni siquiera existían, España ya llevaba tres siglos actuando nacionalmente y proyectando su identidad hacia todos los confines del mundo. Ahora es el presidente quien debe demostrar que cuando nos sorprendió a todos prometiendo en su debut como líder de la oposición que se implicaría al máximo en el cuarto centenario de El Quijote -luego sólo lo ha hecho a medias-, aquello no era sólo una pose intelectual fraguada en la lectura de Borges, sino que respondía al entendimiento de lo que significaba España en esos albores del siglo XVII cuando una Francia incompleta pugnaba por sacar la cabeza en el concierto de las naciones, cuando la Inglaterra de los primeros Estuardo simplemente no pintaba nada y cuando el mosaico de estados alemanes se aprestaba, lejana aún su integración, a servir de escenario a la gran carnicería de la Guerra de los Treinta Años.

Que esa realidad ancestral de España esté siendo negada desde credos nacionalistas alumbrados a comienzos del siglo XX debería ser sólo motivo de desdén intelectual. El último gran pensador vasco, Julio Caro Baroja dejó escrito su diagnóstico: «El historiador sabe que muchas veces la tradición es la Historia falsificada y adulterada. Pero el político no solamente no lo sabe o no quiere saberlo, sino que se inventa una tradición y se queda tan ancho».

Sí, «se queda tan ancho», pero con el sistema público de ikastolas y la Euskal Telebista a su disposición. Es tan enorme el daño que el manejo por parte de las elites nacionalistas de esos resortes clave para la educación de los menores y la motivación de los mayores ha causado a la percepción de España en el País Vasco -de Cataluña podría decirse otro tanto- que hoy por hoy sólo es posible combatir el separatismo con el dique de contención de un nuevo pactismo foralista.

Esa idea, brillantemente expuesta en el artículo que publicó el viernes en EL MUNDO Javier Ybarra, es la que parece inspirar tanto la maniobra del PSE al buscar con gran frivolidad semántica un ambiguo terreno intermedio entre el PNV y el PP como el propio enfoque moderado de Zapatero a la hora de responder al plan Ibarretxe con la mirada puesta en las elecciones autonómicas. Sólo los hechos demostrarán si es una táctica acertada o no, pero entre tanto es esencial que nuestro Gobierno no se equivoque de estrategia.O mejor dicho que esa visión del corto plazo no atrofie su capacidad de planificar mecanismos de respuesta al gran desafío de fondo que no es otro sino la utilización por parte de los nacionalistas de instituciones constitucionales para destruir la Constitución y romper España.

Zapatero es el primer admirador de Maquiavelo lo suficientemente ingenuo como para reconocerlo. Pero esa contradicción no puede llevarle al límite de ignorar la pasta de la que está hecho su interlocutor. Ibarretxe y quienes le rodean y jalean son marcianos unidimensionales, incapaces de someterse a la complejidad cosmopolita de los terrícolas. No fue por casualidad que dijo lo de las «tortas» -cualquiera de nosotros hubiéramos propuesto, como hipótesis absurda, resolver el problema «jugándonoslo a los chinos»- y ya hemos visto cuál es el valor de su palabra, en cuanto se le cruza de por medio la ronca llamada de la tribu. El «prefiero un negro que hable euskera» de Arzalluz, se ha traducido en el «no me importa contar con el voto de un asesino que mate por Euskal Herria» de Ibarretxe. El lehendakari tuvo el 30 de diciembre una ocasión definitiva de haber blanqueado su proyecto, parando el reloj y rechazando el apoyo de los comisarios políticos de ETA, pero nadie atisbó ni siquiera la menor vacilación en su pedaleo a piñón fijo.

Lo advertía ayer el alavés Javier Guevara: No hay ser humano capaz de convencer por las buenas a un tipo así de que desista de su locura. Por eso mientras le gana o -más bien- no le gana en las elecciones vascas, Zapatero debe desarrollar una batería de iniciativas encaminadas a obligar a Ibarretxe a abandonar su Plan mediante la fuerza de la disuasión: es decir, mediante la exhibición de mecanismos legales concretos destinados a impedir los nuevos pasos que pretende dar el lehendakari. Puesto que el presidente dice que el Estado es más fuerte de lo que parece, que empiece por enseñar los dientes para algo que no sea sonreír.«Si vis pacem, para bellum», decían los romanos. Sólo preparándose para la guerra, podrá preservar la paz que todos queremos que atesore.

De los tres momentos procesales en los que es posible parar el plan Ibarretxe -su aprobación por el Parlamento vasco, la supuesta convocatoria del referéndum y la hipotética adopción de la primera iniciativa unilateral aplicando su contenido- Zapatero ha decidido, probablemente con buen criterio, actuar en la segunda valla.El presidente ha dicho que no permitirá celebrar esa consulta, pero no ha explicado cómo. A mí nunca me pareció adecuado tipificar como delito su convocatoria, según proponía el PP, pero ninguna disposición legal actual parece diseñada para lidiar con una eventualidad así. Ni la vía contencioso administrativa ni el recurso al Constitucional, en el caso de que se promulgara una ley, parecen mecanismos suficientemente ágiles. Hasta para mandar a la Guardia Civil a retirar las urnas -y nadie quiere llegar a eso- hacen falta preceptos legales claros.

Algunos juristas hablan de introducir en la legislación un recurso ultrarápido ante el Tribunal Supremo para casos de esta naturaleza y modificar a la vez el delito de desobediencia para poder actuar fulminantemente contra quien no acate la resolución. Supongo que cabrían otras alternativas, pero lo que no es de recibo es quedarse de brazos cruzados mientras cunde la sensación de que la reiterada vulneración de la legalidad le sale absolutamente gratis a quien se envuelve en la ikurriña.

En este sentido hay que subrayar que la decisión del fiscal general, Conde-Pumpido, de no recurrir el auto de archivo de la causa contra Atutxa marca una de las horas más bajas de nuestra autoestima democrática. A medida que pasan los días mayor me parece su gravedad.Sobre todo porque no es la resolución de un mero sayón o escriba del porte de sus antecesores, sino la iniciativa de un jurista fino que cree estar satisfaciendo al Gobierno sin necesidad de que nadie se lo pida. De sobra sabe Conde-Pumpido que sus enrevesadas consideraciones sobre la supuesta falta de ánimo de desobediencia en la conducta del presidente del Parlamento vasco tendrían algún sentido en las conclusiones de un juicio oral, pero en nada afectan al tipo objetivo -el Supremo ordenó la disolución del grupo batasuno y Atutxa no lo hizo- que le hubiera permitido holgadamente mantener la acusación.

Al no hacerlo, deja el prestigio del Tribunal Supremo a los pies de una juez como Nekane Bolado que se permite incluso reprocharle haber vulnerado los derechos constitucionales de Batasuna. ¿Qué tendremos que pensar y qué tendremos que pedirle a Conde-Pumpido si el Tribunal Superior del País Vasco admite finalmente el recurso que en elocuente soledad ha presentado una modesta asociación como Manos Limpias?

Si finalmente el archivo se convierte en firme quedará patente que, por muy Supremo que se diga, nuestra más alta instancia jurisdiccional ya pinta bien poco en el País Vasco. Tal vez algún día Zapatero lo necesite para apagar algún fuego y no lo encuentre dispuesto a servirle de manguera.

Si sumamos este episodio a la visión restrictiva de su propio ámbito de competencias exhibida por el Tribunal Constitucional al negarse a interrumpir la tramitación del plan Ibarretxe y la interpretación gubernamental de que ni siquiera su aprobación en el Parlamento vasco cambia cualitativamente las cosas a tal efecto, no es de extrañar que con el bajo perfil de la respuesta política de Zapatero esté cundiendo la sensación de que el nuestro es un Estado inerme ante cualquier acometida exterior o interior.De que disponemos de resortes para afrontar una incursión tan insensata como la de este lehendakari que quiere despojarnos de parte de nuestra soberanía, pero nos falta resolución para emplearlos. De que por simple inercia o deslizamiento se puede llegar a una situación en la que la ley se cumpla y se incumpla al mismo tiempo e incluso a un escenario en el que convivan la teórica unidad de España con su práctica disgregación. A eso es a lo que juega Esquerra Republicana ante la pasividad de La Moncloa y la consternación de un número creciente de dirigentes socialistas.

Ante la decisiva ronda de entrevistas que iniciará el próximo jueves, Zapatero debería recordar el diagnóstico del taciturno abogado de Illinois que fue capaz de estar a la altura de su destino: «Una casa dividida en su interior no puede prevalecer Ninguna nación puede ser durante mucho tiempo mitad libre y mitad esclava». O lo que es lo mismo ninguna coalición gubernamental puede ser a la vez constitucional y anticonstitucional, partidaria de la Unión Europea y contraria a la Unión Europea, monárquica y republicana, impulsora del Madrid 2012 y dinamitera del Madrid 2012, defensora del pacto antiterrorista y enemiga del pacto antiterrorista, española y antiespañola. De aquí a que pasen 10 minutos, ZP tendrá que decantarse.