MUCHACHOS, SE ACABÓ EL RECREO

 

 Artículo de Pedro J. Ramírez en  “El Mundo” del 16/01/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Con un muy breve comentario al final:

ENROQUE,MANDANGAS Y TREGUA  (L. B.-B., 17-1-05 12:30)

 

Desde el 23-F nunca había estado tan justificado como hoy que el Rey ejerciera su poder moderador, instando a los dos grandes partidos nacionales a seguir aunando sus fuerzas para defender el orden constitucional. Ibarretxe no ha llegado de improviso, ni ha vociferado pistola en mano, pero nos ha conminado igualmente a que le entreguemos parte de nuestra soberanía nacional, advirtiendo a continuación que, si no lo hacemos, él se servirá por su cuenta.

Era la única situación límite que nos quedaba por vivir en este cuarto de siglo largo de democracia. Hemos tenido golpes de Estado, terrorismo de Estado y contra el Estado, bancarrotas de Estado, corrupción en el Estado e incluso un jaque al Estado como el del 11-M. Sólo faltaba una gran crisis de Estado, fruto de la iniciativa secesionista de parte del Estado. Debemos preocuparnos, pero no asustarnos. De la misma forma que ha resistido todos los demás embates, la España constitucional también sobrevivirá a éste, siempre y cuando recurra de nuevo al secreto de su éxito: el consenso de la gran mayoría de los ciudadanos, vertebrado por los dos grandes partidos nacionales.

Ese ha sido el elixir que ha dado lugar a nuestros momentos más vigorosos como joven democracia, desde los Pactos de La Moncloa hasta el Pacto Antiterrorista, pasando naturalmente por la redacción de la Constitución de todos y de los Estatutos de Autonomía más generosos de Europa. A ese remedio deben recurrir los líderes del PSOE y el PP e invitar a continuación a sumarse a ellos a todos los demás grupos que estén dispuestos a participar con lealtad institucional en un nuevo esfuerzo extraordinario destinado a estabilizar el modelo territorial.

Zapatero y Rajoy han demostrado anteayer que tienen las suficientes dosis de sentido común para emprender y culminar ese camino.Pero no está de más que el viejo druida de la tribu escancie en sus tazas en un momento estratégico como éste unas dosis adicionales de la legendaria poción mágica. A Don Juan Carlos no le faltan, efectivamente, arrestos para afrontar cualquier eventualidad desagradable, pero nadie mejor que él sabe que la clave de la modernización de España ha estado en el paulatino contagio de una gran epidemia de sensatez. ¿Y a quién sino al Jefe del Estado le debe corresponder poner la primera ficha de ese dominó integrador?

Para que el gran problema que tenemos se encauce de manera positiva, es imprescindible que tanto el PP como el PSOE abdiquen de las fantasías que de forma sucesiva les han llevado a pensar que por sí solos podían encontrar y aplicar una terapia adecuada frente a los nacionalistas. Es hora de pedir a sus máximos, y no tan máximos, dirigentes que se bajen de las nubes y aterricen en la cruda realidad. Y si alguno de ellos continúa en la inopia, que desde arriba suene la campana, con el certero mensaje de Rosa Díez: muchachos, «se acabó el recreo». Porque ni el palo del PP de la pasada legislatura, ni la zanahoria del actual PSOE tienen, por separado, el nivel de eficacia soñado por sus patrocinadores.Sólo la combinación inteligente de ambos ingredientes puede sacarnos de este atolladero.

Recuerdo bien la reacción de Aznar aquella noche de la primavera de 2001 en que Mayor Oreja y Redondo Terreros, pese a obtener el mejor resultado jamás cosechado por las fuerzas constitucionalistas, quedaron lejos de sus quiméricas expectativas. «La sociedad vasca todavía no está preparada para que cale nuestro mensaje», me dijo entre decepcionado y sorprendido. ¿Tendrá que recurrir Zapatero en mayo a una variante parecida de la fábula de la zorra y las uvas, tendrá que vivir un desvanecimiento similar de sus sueños de seductor, si pese a su desquiciado plan -o incluso gracias a él- Ibarretxe afianza la hegemonía de los nacionalistas en el Parlamento de Vitoria? De momento el presidente se revuelve ante el «fatalismo antropológico» de quienes dan por hecho que a la hora de la verdad será la irracionalidad del llamamiento tribal lo que una vez más decante allí el veredicto de las urnas.Pero al optimismo de su voluntad no se opone en este caso el pesimismo de la inteligencia, sino el aún más desolador de la experiencia.

Hace cuatro años, tras aquella ducha de agua helada, quedó claro que el PP de la mayoría absoluta no tenía otro plan B sino el de convertirse en una especie de guardián en el centeno de las incomprendidas esencias patrias, persiguiendo con el mismo brío que las propias conductas heréticas de los nacionalistas, las deserciones -en algunos casos, ciertamente, repudiables- de parte de los socialistas catalanes y vascos. De la eficacia de la concertación antiterrorista que culminó en la ilegalización de Batasuna se pasó entonces a una fase en la que el PSOE se enteraba por los periódicos de lo que el PP le pasaría a la firma al día siguiente y en la que desde La Moncloa se prefería la fraternal filtración a la prensa adicta de la entrevista entre Carod y ETA antes que la leal advertencia a Maragall sobre lo que acababa de ocurrir.Fue en ese caldo de cultivo -y sobre los castillos en el aire de la relación privilegiada con Washington- en el que se cometieron los graves errores de percepción y comunicación que antecedieron a la, por lo demás, inmerecida derrota del 14-M.

Ahora ha sido ZP el que ha creído que podía volar solo o, peor aún, mal acompañado por unas minorías radicales, tan vociferantes como chanchulleras. Matemáticamente a él podían salirle las cuentas, pero la ecuación para el país era desastrosa. De ahí la atmósfera sombría que ha envuelto a nuestra vida pública durante el mes que media entre la intervención del presidente en la Comisión del 11-M y su fructífera reunión de anteayer con Rajoy. Justo en su epicentro se produjo la aprobación del plan Ibarretxe y la inmediata asociación de ideas entre ese desafío y el que viene gestándose en Cataluña. Aunque exagerara en el diagnóstico, Mayor Oreja no se inventaba nada. Un día Carod decía que lo cocinado en Vitoria sólo era el «entremés» del guiso que se preparaba allí; el siguiente advertía que si a Ibarretxe se le contestaba con un «no rotundo», pues «se acabó la legislatura»; y el de más acá precisaba que eso del «estado asociado» a Cataluña le sabría a poco, porque su verdadero proyecto es separarse totalmente de España.

En condiciones normales, estas bravatas sólo hubieran despertado piadosas sonrisas, acompañadas de un dedo índice dirigido hacia la sien, pero en boca de quien en la encrucijada de los Presupuestos ha esgrimido la llave de la gobernabilidad, obteniendo significativos peajes políticos a costa de la identidad valenciana o del amor propio de los salmantinos, es natural que dispararan todas las alarmas. Incluso -por primera vez desde que Zapatero es presidente-, en el interior de un PSOE, en el que las pretensiones de Maragall empiezan a pesar como una losa que deja sin resuello a cualquier discurso sobre la solidaridad. No en vano, en medio de un sinfín de cínicas falacias, lo mejor argumentado de la perorata monclovita de Ibarretxe fueron los puntos en común entre su propuesta y la del Gobierno tripartito catalán, incluida la amenaza de celebrar una «consulta popular» si el Parlamento español no accede a sus pretensiones.

El riesgo de que un Zapatero entre iluminado y engreído pudiera pretender sustituir un cuarto de siglo de políticas basadas en la búsqueda de la centralidad por una loca excursión en pos de una mayoría social alternativa que excluyera al PP y diera todas las bazas a las minorías nacionalistas, había llevado la inquietud durante estas últimas semanas a los sectores más dinámicos de nuestra sociedad civil. Máxime cuando los principales pasos en falso que ha dado el presidente en estos meses iban todos por ahí: a ZP no le preocupaba que Cataluña se definiera como «nación», ZP se comprometía a dar por buena cualquier reforma del Estatut que obtuviera un alto consenso en Cataluña y cupiera en la Constitución, a ZP le parecía «conveniente», pero no «imprescindible» que el PP apoyara esa reforma en el Congreso de los Diputados

De ahí el alivio general que está impregnando la encrucijada española durante este fin de semana tras el buen clima y los mejores resultados de su entrevista con Rajoy. Es de justicia subrayar que el líder del PP llegó a La Moncloa con los deberes hechos, al haber logrado convencer en el encierro de las dos jornadas previas en Sigüenza a los dirigentes más recalcitrantes de su partido de la necesidad y conveniencia de ofrecer un pacto de estabilidad al Gobierno. Menos el detalle de comprometerse a no votar en contra de los futuros Presupuestos para liberar a Zapatero de la dependencia de los nacionalistas, todos los demás ingredientes planteados por Rajoy fueron incluidos. Lo cual tiene un mérito enorme teniendo en cuenta que el PP continúa siendo un partido en carne viva, doblemente traumatizado por las dramáticas circunstancias en las que perdió el poder y por la campaña de infamias que le persigue desde entonces. Por eso, este viraje estratégico, perfectamente compatible con el ejercicio de la oposición en todas las demás áreas, va a marcar un antes y un después en la maduración del liderazgo de Rajoy.

También Zapatero dio la talla. El presidente tuvo la habilidad de aparentar que de todo lo que le proponía Rajoy lo de la «estabilidad» era lo que menos le importaba y, después de decir sí a la petición de los populares de crear una comisión para el seguimiento de la respuesta conjunta al plan Ibarretxe, casi fue quien desenfundó primero la idea clave -incluida en el documento del PP a ver si colaba- de elevar a dos tercios la mayoría necesaria para que el Congreso de los Diputados apruebe la reforma de cualquier Estatuto. Eso significa que, por marginal que pueda ser su posición en una autonomía, cualquiera de los dos grandes partidos podrá bloquear la aplicación de lo que allí se cocine. En la práctica eso significa que ni Cataluña tendrá un nuevo Estatut si el PP no forma parte del consenso, ni un hipotético acuerdo entre nacionalistas y socialistas bastaría para cambiar el statu quo en el País Vasco, pues Zapatero se ha comprometido a aplicar esa norma aún cuando, lógicamente, no pueda entrar en vigor hasta que no se reforme la Constitución.

Es muy alentador comprobar cómo de forma más rápida y nítida de lo que yo mismo pensaba comienza a aplicarse la terapia propuesta desde nuestras páginas para hacer frente a la gravedad del momento.Si esta colaboración cuaja, España podrá afrontar sin excesivos riesgos unas reformas moderadas de la Constitución y los Estatutos a las que terminarán sumándose, como siempre, los sectores más posibilistas del nacionalismo periférico.

El nuevo clima en la relación entre el PSOE y el PP ha llegado, además, justo en el momento en que la carta de Batasuna a Zapatero parece abrir una nueva ventana de oportunidad, por exigua que sea, para obtener el definitivo adiós a las armas de ETA. Si hubiera que fiarse tanto del tono como de la literalidad de la misiva que el presidente se encontró sobre la mesa justo al término del encuentro con Rajoy -acentuando así la trascendencia de la jornada-, su percepción de que se trata de algo de la «máxima importancia» sería correcta y adecuada. Sin embargo, la secuela de amagos de transigencia, empleados en realidad por la banda terrorista para engendrar las expresiones más monstruosas de su vileza, es ya suficientemente conocida y elocuente como para que la credulidad adquiera en estos casos tintes de autoengaño.

Dicho lo cual Zapatero tiene no ya el derecho, sino el deber de explorar la vía del diálogo con los criminales y su entorno para intentar hacerles desistir de su delirio y requerirles la entrega de las armas. Así lo hicieron todos sus antecesores y, aunque el resultado siempre haya sido el mismo, antes o después el mundo de ETA tendrá que darse cuenta de que su debilidad ante el Estado no tiene vuelta de hoja. Paradójicamente podría haber más de lo que hablar con una Batasuna que cumpliera el requisito de condenar la violencia etarra planteado por Fernández de la Vega -mucho más firme y clara que la víspera-, que con un PNV que ha llegado a Madrid con un bebé prematuro que en realidad ni el propio Ibarretxe quería que naciera.

«¿Y ahora qué se hace con el niño?». La pregunta burlona es de Zapatero, pero el problema es entero de Ibarretxe. Si el jueves quedó claro que debe abandonar toda esperanza de que su plan le lleve a ningún sitio, desde el viernes cuenta ya con el peligro adicional de que el verdadero padre de su criatura termine dejándole de lado en un envite en el que ofrezca al Estado más a cambio de menos.

La ocasión la pintan calva, pero Zapatero no puede dejarse arrastrar por el vértigo de un sucedáneo de aceleración histórica. Cada paso que dé debe contar con el conocimiento y aquiescencia de la oposición y con la sensibilidad de las víctimas. Acertó al percibir el día de Nochevieja que había llegado «la hora de los hombres de Estado» y su acercamiento al PP indica que ha urdido una estrategia más consistente de lo que inicialmente parecía.Ahora surge esta tentadora oportunidad de darle la vuelta a la tortilla y convertir al patético Ibarretxe en un burlador burlado.Explorémosla, pero sin olvidar nunca la certera frase de Callaghan que tanto le gustaba a Joaquín Garrigues: «Gobernar no es ceder».

 

Muy breve comentario:

ENROQUE,MANDANGAS Y TREGUA  (L. B.-B., 17-1-05 12:30)

Realmente, parece que se puede permitir uno un suspiro de alivio después del enroque del Gobierno gracias a la oferta del PP: frente a la amenaza de jaque de Ibarretxe y ERC, el enroque permite un cambio de escenario mucho más favorable para los valores constitucionales. Habrá que observar cómo se desenvuelve la situación, y pedir al Gobierno y al PSOE que sigan por ese camino. Pero también es preciso alertar sobre las mandangas-trampa y treguas-trampa que tiende el nacionalismo vasco en el camino hacia las elecciones vascas. Y uno le recomendaría al Gobierno que no se vaya a la ambigüedad, que no basta con decir que es preciso que cese el ruido de las armas y ponerse a escuchar mandangas abertzales. La exigencia tiene que ser muy precisa: que ETA entregue las armas y se disuelva ---ya no valen treguas-trampa--- , y que Batasuna rechace la violencia y acepte la democracia. A partir de que se den estas condiciones, ya se verá en qué términos se plantea una negociación.

Incógnitas: ¿cuáles serán las consecuencias del pacto PP-PSOE en Cataluña, si es que éste va en serio ya ahora? ¿elecciones anticipadas una vez que ERC se plante? ¿qué harán CDC y UDC?

¿Se formará una nueva coalición  parlamentaria en las Cortes?¿un nuevo Gobierno de unidad? ¿por cuánto tiempo? ¿se pondrá en marcha un conjunto de reformas para cerrar la transición y fortalecer la democracia española?

Parece que en Euskadi comienzan a moverse todos los parámetros de la situación. Es preciso estar muy alerta para no dar un paso en falso, ni dejarse llevar, ni dar oportunidades a adversarios o enemigos: ¡alerta con el exceso de optimismo y la confianza sin cautelas en una victoria de los constitucionalistas en las elecciones próximas! Es preciso conseguir que el nacionalismo se modernice, desde la oposición o desde la coalición, una vez que se haya conseguido vencer a ETA. Pero ni un paso atrás, ojo con los síndromes de debilidad y complejos, es preciso vencer el victimismo y el clientelismo con firmeza y proyecto alternativo elaborado.