EL FERROCARRIL DE TRESPADERNE

 

 Artículo de Pedro J. Ramírez en  “El Mundo” del 06/02/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Puesto que el lehendakari Ibarretxe inició su intervención ante el Congreso de los Diputados, presentándola como continuación de la que su antecesor José Antonio Aguirre pronunció en esa misma Cámara el 5 de diciembre de 1935, no he podido resistir la tentación de acudir al Diario de Sesiones de las Cortes para comparar lo que sucedió entonces con lo que ha ocurrido ahora.

En principio, el contraste entre la agresividad, crispación y tensiones personales que rezumaba aquel debate y el versallesco ejercicio de esgrima del martes no puede ser más alentador para la causa de la modernización de nuestra cultura política. Pero hace 70 años, en medio de la rebatiña, se puso sobre la mesa un argumento clave que yo he echado de menos ahora.

La del 35 fue una sesión bronca, plagada de interrupciones, palabras apocalípticas e insultos. El aún alcalde de Getxo que pronto sería conocido como Napoleontxu Aguirre, defendió lo que en teoría sólo era una propuesta de Estatuto de Autonomía, disertando sobre cómo le había «llegado al alma» comprobar en una reunión internacional que junto a Inglaterra estaban también representadas Irlanda, Canadá y Nueva Zelanda.

Tal referencia al proceso descolonizador del imperio británico, que enseguida contrapuso a los fracasos de la derrocada monarquía española, dio pie a los primeros incidentes, en los que destacó un diputado de la derecha llamado Bau, empeñado una y otra vez en exigir al peneuvista navarro Irujo que gritara «¡Viva España!» para probar su lealtad.

Tomó luego la palabra José Calvo Sotelo quien desplegó uno de sus celebrados derroches de oratoria hasta desembocar en un dictamen de los que hielan la sangre: «Sabemos que ese Estatuto será en vuestras manos un arma homicida». Irujo replicó que el jefe conservador les había negado el saludo cuando fueron a estrecharle la mano, pero que «la mayor honra, el mayor prestigio para un vasco es ser combatido por un godo». Arreciaron entonces los pateos, Bau volvió a la carga con lo del «¡Viva España!», Irujo le preguntó si quería obligarle a decir lo que no sentía y el pandemonio fue total.

Nada de esto ocurrió esta semana, pues tanto los miembros del Grupo Popular como los del Socialista siguieron a rajatabla la consigna de no exteriorizar en ningún momento la indignación que sin duda suscitaron en sus conciencias muchos de los planteamientos de Ibarretxe.

Fue un acierto, pues lo contrario habría alentado el victimismo que el lehendakari estaba ya presto a explotar desde antes de que comenzara la sesión. Pero esa corrección en el trato era compatible con la contundente disección de cuanto de disparatado tiene el proyecto aprobado por el Parlamento vasco e incluso al mejor Rajoy de toda su ya brillante trayectoria como tribuno -no digamos nada al Zapatero erigido en apaciguategui que dejó en manos de Rubalcaba la refutación que le correspondía hacer como jefe de Gobierno- se le quedó un argumento definitivo en el tintero.

Entre mandoble y mandoble, referencias a Polonia y Checoslovaquia, a las Navas de Tolosa y la Guerra de Cuba, Calvo Sotelo dio en la diana hace 70 años, cuando antes de alcanzar su clímax, planteó una pregunta aparentemente ingenua, pero llena de la elocuencia que caracterizó a los últimos meses de su vida: «¿Qué dirá el país de vuestra falta de lógica y sindéresis cuando vea que hoy, aquí, a las siete de la tarde de este día memorable, trágicamente memorable en cierto modo, hacéis una pública profesión de separatismo y que hoy o mañana vais a defender una proposición oponiéndoos a que se construya el ferrocarril que desde Burgos va directamente a Santander, alegando que es Bilbao el puerto natural de Castilla?».

El líder conservador se refería así a la polémica suscitada por el trazado del llamado ferrocarril de Trespaderne, pequeña localidad burgalesa que debía servir de punto de apoyo y gozne para uno u otro recorrido. Pero Calvo Sotelo quería ir de lo particular a lo general: «No juzgo el fondo de este problema porque no lo conozco en detalle Enjuicio sólo la postura política de contradicción violenta en que os situáis los nacionalistas, porque vosotros, si fuerais lógicos, deberíais apoyar todo lo que escindiese y separase a Vasconia del resto de España y si no lo hacéis así en el orden económico, pretendiéndolo en el político, entonces sois unos verdaderos farsantes».

Ciñéndonos al ejemplo, Ibarretxe debería sentirse satisfecho ante la suma de tres circunstancias que diferencian este 2005 de aquel 1935. En primer lugar nadie le ha dirigido ad hominem un epíteto semejante. En segundo lugar el no del Congreso a su plan no le deja a la intemperie sino al frente de la comunidad autónoma con más competencias de Europa.

Y en tercer lugar, así como el ferrocarril de Trespaderne nunca llegó a Bilbao, su equivalente en la era de la alta velocidad, es decir la tan anhelada «Y» vasca que permitirá plantarse en Madrid en poco más de dos horas, está incluida en el Plan de Infraestructuras y, al margen de tiras y aflojas sobre los ritmos de licitación y plazos de ejecución, la realidad es que cuenta con una multimillonaria dotación en los Presupuestos Generales del Estado de este año.

En un riguroso estudio firmado hace dos o tres semanas por Carlos Cuesta en Expansión se ponía de relieve la aparente paradoja de que así como el plan Ibarretxe pone patas arriba todos los aspectos de la relación política entre el País Vasco y el Estado, prácticamente deja intacta la regulación de su actual relación económica.

 Y eso me lleva a servir de eco de aquella certera pregunta del pasado, yendo un paso más lejos: ¿En el escenario de divorcio unilateral que quiere poner en marcha el lehendakari, qué interés íbamos a tener los españoles en seguir manteniendo un vínculo económico basado en el concierto y el cupo que en la práctica supone que el Estado entrega más de lo que recibe a un territorio cuyos habitantes disfrutan de un nivel de renta claramente superior a la media, gracias a la plena apertura del mercado nacional a sus productos y a todas las infraestructuras que hacen del conjunto de España una formidable plataforma para el comercio internacional?

La pretensión del PNV es la del cónyuge que humilla a su pareja con una separación impuesta a la vista de todos en un contexto de violencia doméstica, pero pretende seguir presentándose a comer y cenar todos los días tanto en el domicilio familiar como en el de todos los amigos de su ex.

Cuando el lehendakari viene a decir en Vitoria y en Madrid que éste «no es un proyecto para romper» sino que «seguiremos llevándonos bien de otra manera», está engañando miserablemente a todos los vascos, pues parte de la base de que el Estado español y los demás estados europeos van a ser tan estúpidos como para recompensar la deslealtad constitucional pavimentada por mil asesinatos, permitiendo que el que rompe las reglas del juego siga disfrutando de las mismas ventajas de los restantes socios del club.

Puede que los españoles que han aupado hasta el poder al campeón mundial de la ética indolora no sientan el menor entusiasmo ante la idea de tener que suspender la autonomía vasca o menos aún -uff, qué pereza- ante la perspectiva de utilizar la fuerza para impedir la secesión, pero que no le quepa la menor duda a nadie que si eso se produjera las siguientes elecciones las ganaría por aplastante mayoría absoluta quien propusiera poner fronteras en Cantabria, Navarra, Burgos y La Rioja, establecer prohibitivos aranceles sobre los productos vascos y exigir a nuestros socios de la UE idéntica conducta.

¡Qué disparate, qué delirio! No, señores jelkides, el disparate y el delirio es pretender comportarse en la Europa del siglo XXI, en la Europa de la alta velocidad, Internet y el mestizaje de culturas, de acuerdo con las pautas etnicistas medievales, regurgitadas por lo peor del siglo XIX. Euskadi sólo podrá perpetuar su actual prosperidad y su actual identidad si sigue siendo lo que siempre ha sido, una parte indisociable de la España que ha hecho valer su Historia y su Derecho para participar en la construcción europea. Y fuera de ese modelo, sólo queda el de la Albania herméticamente acantonada durante la Guerra Fría.

¿Albania dice? ¡Qué pesadilla idiota, qué tonta alucinación! No, señores jelkides, la pesadilla idiota, la tonta alucinación es la que les está llevando a ustedes a hacernos perder tiempo, energías y dinero a todos los españoles para, armándonos de paciencia, hacerles bajar por las buenas del caballo desbocado que les lleva al precipicio. Porque lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible.

 Por eso, en el mejor supuesto, en el menos dramático e incruento de los escenarios, dando incluso por hecho que nuestros gobernantes fueran a abandonar a su suerte al millón y pico de vascos que no quieren perder ni una sola de las varillas que despliegan el paraguas protector de la Constitución -lo cual está por ver-, la simulación de la culminación de sus empeños sólo puede llevarles al modelo albanés. ¿No quieren Arcadia pastoril? Pues Arcadia pastoril tendrán, contestaría la voz coral de 40 millones de españoles y 450 millones de europeos.

Algo parecido a esto es lo que le hubieran advertido durante el debate parlamentario Adolfo Suárez, Felipe González o José María Aznar a Ibarretxe. Según mis noticias Zapatero lo ha hecho en privado con total claridad, pero en público ha preferido alfombrar lo que para el lehendakari debió haber sido un vía crucis dialéctico con referencias a su «buena fe» y «convicciones democráticas» e incluso con la promesa de un «acuerdo histórico y definitivo» si vuelve a la senda constitucional.

Teniendo en cuenta que lo que se le presentaba era un proyecto tramitado ilegalmente y teñido de sangre por los votos proetarras, no es de extrañar que tanta complacencia causara un estupor indescriptible en gran parte de la ciudadanía. Por eso fue Rajoy quien, según nuestro sondeo de hoy, ganó el debate del martes.

Pero el sondeo también dice -o más bien sugiere- que la mayoría anhela que los políticos arreglen el entuerto sin tener que recurrir a las «tortas». Zapatero tiene un plan A que es dejar al PNV en minoría tras las elecciones vascas.

Aznar lo intentó esgrimiendo el palo del frente constitucional formado por Mayor Oreja y Redondo Terreros y él lo hace enarbolando la zanahoria de la reforma estatutaria que predica Patxi López. Aunque a mí me parece que lo inteligente sería combinar ambos resortes porque tanta cordialidad, si no va acompañada de una minuciosa descripción del infierno que aguarda a quienes rompan las amarras, sólo puede favorecer a Ibarretxe, lo cierto es que en La Moncloa se respira un moderado optimismo, alentado por los últimos datos demoscópicos.

En todo caso, España no puede jugarse su futuro a una sola carta.Zapatero asegura tener un plan B, pero su contenido es el secreto más celosamente guardado desde que llegó al poder. El tiene más información y elementos de análisis que nadie, pero no puede seguir pidiendo a los demás un mero acto de fe. En todo caso yo quiero hacerle hoy dos peticiones tan modestas como concretas.La primera, que no vuelva a decir eso de que «puesto que estamos juntos, decidamos juntos», tan fácilmente replicable con el «tenemos derecho a decidir si seguimos juntos».

Los titulares de los derechos no son ni los territorios ni los pueblos, sino los ciudadanos.Y los ciudadanos no «estamos» sino que «somos». Y como el origen de esos derechos no está ni en la antropología, ni en la geografía, ni en la lengua ni en la coyuntural correlación de fuerzas fruto de unos comicios de alcance bien tasado, sino en la Historia y en el Derecho -sí, señor presidente, en la Historia y en el Derecho- los vascos y el resto de los españoles no es que estemos juntos, sino que somos una misma cosa, aunque entre nosotros existan distintas formas de entender y asumir tal identidad, incluida la de «esos españoles que se creen no serlo», que decía Madariaga. Los que «están juntos» pueden separarse con mayores o menores traumas, pero para arrancar un brazo o una pierna de un cuerpo sano hay que causarle daños irreparables y eso sencillamente no se puede consentir.

Mi segunda petición es mucho menos filosófica. Bien está que aunque sea con 70 años de retraso le lleve usted al lehendakari el ferrocarril de Trespaderne y bien está que entre usted en la estación de la campaña vasca cortejando a los nacionalistas con los amables pitidos de su locomotora audaz. Pero procure, por si acaso, señor presidente, que el convoy de su talante no incluya ningún tipo de mercancía o combustible que ellos puedan utilizar contra el resto de la nación española el día que no le quede más remedio que aplicar su nada deseable alternativa B.