LA LENGUA COMO INGENIERÍA SOCIAL
Editorial
de “La Razón” del 25 de mayo de
2008
Por su interés y relevancia he
seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web.
La imposición lingüística propicia otros éxodos ciudadanos en el País Vasco
La realidad sociolingüística del País Vasco apenas ha variado en las últimas
décadas. Los datos más recientes sobre el uso social del euskera, de 2006,
señalan que sólo un 14 por ciento de los residentes en esa Comunidad Autónoma
lo emplea como lengua de relación habitual. Por provincias, Guipúzcoa presenta
un mayor porcentaje de euskaldunes, con el 32,7 por
ciento; mientras que Álava, con el 4,7 por ciento, es el territorio en el que
menos se utiliza el vascuence de manera cotidiana. Es sobre esta realidad
social, tozuda, donde se propone operar, en clave nacionalista, el Gobierno
vasco. Entre los instrumentos elegidos, el Departamento de Educación ha
aprobado un decreto que otorga al euskera la condición de lengua vehicular
principal en la enseñanza, y que exige a todos los alumnos que acrediten al
final del periodo formativo un conocimiento de esta lengua similar al «first certificate» del inglés.
Dado que, según los propios datos oficiales del Gobierno autónomo vasco, ni
siquiera los estudiantes matriculados en el «modelo D» (todas las asignaturas
en euskera, menos una de lengua castellana) son capaces de alcanzar al sesenta
por ciento el nivel exigido, muchos colegios concertados están derivando hacia
el monolingüismo las aulas que antes se ofertaban en las dos lenguas. Es una
vuelta de rosca más al sistema educativo, que se une a las denuncias sobre la
arbitraria redistribución territorial de las plazas escolares públicas, casi
siempre en perjuicio de la opción en castellano que, no lo olvidemos, es la
lengua materna de la mayoría de la población del País Vasco.
Pero la presión no se circunscribe a la enseñanza. Como ha revelado LA RAZÓN,
el vascuence se está convirtiendo en el factor determinante para el acceso a
los puestos de la Administración autonómica, con situaciones tan surrealistas
como en la sanidad pública, en donde un doctorado puntúa doce veces menos que
el conocimiento medio de la lengua. Por supuesto, sin que exista una demanda
real por parte de la inmensa generalidad de los usuarios.
Estamos, pues, ante un clásico ejercicio de «ingeniería social» desde el poder
político, que intenta cambiar una realidad que no le gusta. No se trata tanto
de la legítima promoción del euskera, cuestión que nadie discute ni en el País
Vasco ni en el resto de España, como de relegar el castellano en la vida
oficial. Como toda transformación que se opera desde el poder, los inevitables
perjuicios recaen en el sector de la población incómoda para ese mismo poder.
De ahí que muchos ciudadanos no encuentren otra salida que la emigración, ya sea
para obtener un puesto de trabajo, ya sea para poder dar a los hijos la
educación deseada, como se recoge con nombres y apellidos en la información que
hoy publica nuestro periódico. Es un proceso largo, doloroso para muchos y, a la postre, tal vez inútil: la lengua de la mayoría de los
vascos ha sido, es y lo seguirá siendo durante mucho tiempo el castellano.
Pero, incluso de tener éxito, la presión sólo conseguirá el empobrecimiento
humano, económico y cultural de la sociedad vascongada. Es, por lo tanto,
obligación del Gobierno de la nación, a través de su facultad de alta
inspección, que se garantice en el País Vasco, como en otras regiones españolas
con lenguas cooficiales, el derecho de los ciudadanos a elegir el idioma que
prefieran en sus relaciones con la Administración. Tal y como hacen, por
cierto, en su vida normal.