¿UNA NACIÓN DE NACIONES?

 Editorial de  “La Razón” del 21/11/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

La postura que mantiene el Gobierno ante la posibilidad de cambiar la Constitución para designar con el término «nación» lo que ahora son «nacionalidades» es ciertamente inquietante. En una entrevista que hoy publica LA RAZÓN, la vicepresidenta primera del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega, asegura que, «en principio», no será necesario hacer esta modificación, pero a su vez señala que en caso de que haya que acometerla «no pasa nada». «La Constitución tiene la suficiente fortaleza como para que no pase nada respecto a cualquier reforma que se propusiese», agrega. No parece lógico modificar un texto constitucional con el argumento de que «nunca pasa nada», ya que hay variaciones que van mucho más allá de un simple cambio sintáctico y alteran la esencia misma del documento. De hecho, tal y como expresó ayer con nitidez el presidente del PP, Mariano Rajoy, hacer esa modificación supone en la práctica que «España deje de ser lo que es: una nación con nacionalidades y regiones».
   Dice el controvertido artículo 2 que «la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas». Resulta difícil explicar cómo puede haber «naciones» dentro de una «nación», a no ser que se inscriba todo dentro de una forma de hacer política en la que ni siquiera el presidente del Gobierno tiene claros los conceptos. Esta postura queda aún más en evidencia cuando se compara con la nitidez con la que se ha expresado Rajoy: «Si la reforma va a servir para que España deje de ser lo que es, que no cuenten con el PP». Al menos queda el consuelo de que el Ejecutivo cumpla la promesa que formula Fernández de la Vega en la entrevista: «La reforma de la Constitución debe suscitar el mismo consenso social que cuando se suscribió».
   Los malabarismos que pretende hacer el Gobierno en esta materia contrastan con la firmeza que transmite en materia antiterrorista, y que queda perfectamente reflejada en la entrevista de la vicepresidenta. Afirma de forma tajante la número dos de Zapatero que con ETA «no hay nada de que hablar», que no habrá cambios en el pacto antiterrorista, que no se va a reagrupar a los presos, que Batasuna debe hacer una condena «absoluta y expresa» de la violencia, que mientras nada de esto ocurra la única vía posible es la de la Ley de Partidos, la unidad de los demócratas, la eficacia policial, la cooperación internacional... Expresiones todas ellas que huyen del lenguaje ambiguo al que nos tienen acostumbrados muchos políticos (dignamente liderados por Odón Elorza) y merecen el aplauso de todos los que desean el fin de la pesadilla etarra.