ANIVERSARIO
AL BAÑO MARÍA
Artículo de José Luis Requero,
Magistrado, en “La Razón” del 08 de diciembre de 2009
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
Otra coincidencia. La
incertidumbre que mantiene el Tribunal Constitucional a costa del Estatuto y
las presiones explícitas que está recibiendo nos devuelven a épocas no
precisamente gloriosas de nuestra Historia. Se ha insistido en comparar lo que
ahora vivimos con la declaración de inconstitucionalidad de la Ley de Contratos
de Cultivos catalana por el Tribunal de Garantías Constitucionales, en 1934.
Fue el pretexto para proclamar el Estado Catalán: la sentencia de su predecesor
se vio un atentado a la autonomía catalana.
Ahora un numeroso
grupo de abogados catalanes han suscrito un manifiesto reclamando respeto hacia
el Tribunal Constitucional, lo que recuerda a los abogados que, en 1932,
salieron en defensa de la independencia judicial frente al Gobierno
republicano. Pero hay diferencias: entonces esa defensa la asumieron los
propios colegios de abogados; ahora es el Colegio de Abogados de Barcelona
quien se ha adherido al tristemente manifiesto-editorial «La dignidad de
Catalunya» que el pasado 26 publicó la prensa catalana.
Y así llegamos a un
aniversario más de la Constitución que no sé cómo tomarme, si como fiesta de
cumpleaños o funeral. El Tribunal Constitucional está inmerso en una suerte de
baño María social, político y periodístico, a la espera de que se reblandezca
la obstinación de algunos de sus miembros y acabe cociéndose al gusto de esos
intereses. Aunque indicios hay, y sobrados, de que tiene mucho de la culpa de
chapotear en ese cazo hirviente. Se explicaría así el
escandaloso retraso, máxime cuando se sabe que desde hace tiempo hay proyectos
de sentencias, en un sentido u otro, luego sólo faltaría votar. El resultado
que se espera de la lenta cocción sería una sentencia de consenso, con lo cual
es el propio tribunal quien reniega de ser eso, un tribunal.
En los últimos tiempos
he repetido que más que un tribunal de Justicia es un órgano político donde los
partidos continúan la lucha con otras armas, otro lenguaje y otros soldados.
Esto puede parecer exagerado, hasta irrespetuoso e impropio de mi condición
profesional, pero es el propio Tribunal Constitucional quien se empeña en
confirmarlo. El consenso es un instrumento lógico en la acción política,
terreno en el que manda la oportunidad; pero en un tribunal deben imperar los
criterios jurídicos. Un tribunal está para respetar y hacer respetar las reglas
del juego.
Se me podrá decir que
el papel del Constitucional es distinto; es más –puede añadirse–, en este caso
la búsqueda del consenso es una muestra de prudencia y responsabilidad cuando
está en juego la estabilidad de España. No lo niego, pero veamos:
responsabilidad, lo que se dice responsabilidad, es de quienes al propiciar el
Estatuto han desatado las más bajas pasiones políticas. Ellos han llevado al
Constitucional y, de paso, al Estado de Derecho, a una situación imposible,
luego es inaceptable que esos irresponsables, tras desencadenar semejante
crisis, apelen a la responsabilidad del Constitucional, le asusten con las
consecuencias de lo que ellos han provocado, para que les saque de apuros y
resuelva según sus intereses. A la primera irresponsabilidad –el Estatuto–
sumarían dos más: retorcer la Constitución y manipular al Tribunal
Constitucional.
Insisto: ¿fiesta de
cumpleaños o funeral? Me temo que lo segundo, pero no sólo de la Constitución
sino del Estado de Derecho. Una cosa es que la Constitución no sea un texto
petrificado, que deba evolucionar en su interpretación y aplicación y otra cosa
es que una norma joven –treinta y un años– se vea como si se tratase de las
Siete Partidas o el Fuero Juzgo. La Constitución no está aquejada de progeria o síndrome de envejecimiento prematuro. Lo que hay
es deslealtad, desprecio por el Derecho, por el Estado de Derecho y, sobre
todo, mucha irresponsabilidad.
Andamos por un camino
de muy difícil retorno: el de haberle tomado el gusto a ver en la Constitución
no un límite al ejercicio del Poder –ese es el origen del constitucionalismo–,
sino su instrumento de acción. Y si el Derecho es moldeable a gusto de quien
gobierna, no debe extrañar que exija a todo tribunal –ahora es el
Constitucional– que se someta a sus caprichos. Tan bajo hemos caído que hasta
un club de fútbol, acostumbrado a concebir todo desde la lógica del balompié,
se ve con autoridad y legitimidad para dar punterazos al Tribunal
Constitucional y, de paso, al Estado de Derecho.
En la apertura de los
Tribunales de 1948, el Presidente del Tribunal Supremo, Castán,
disertó sobre el sentido jurídico –el «genio», decía– del pueblo español. No
era el mejor momento político ni histórico para presumir de ello, pero dejó
constancia de un sentido que parece ir reblandeciéndose. Ahora quien está al
baño María es el Tribunal Constitucional, pero no está solo: le acompañan todos
los españoles. El Poder político se siente omnipotente, nadie puede
obstaculizar sus planes y si el Estado de Derecho –o los tribunales– se cruzan
en su camino puede cocerlos hasta ablandarlos. Como este pueblo no recupere ese
genio y, con él, el sentido de su dignidad, no sabrá poner límites a un poder
político tan ensoberbecido como irresponsable.”