UNA FOTO ANALGÉSICA
Artículo de Arturo Pérez Reverte en “XL Semanal” del 14 de septiembre de 2008
Por su interés y
relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web.
Con
un breve comentario al final:
UN
ARTICULO ANALGESICO
Luis
Bouza-Brey, (14-9-08, 10:00)
Hay una fotografía que me gusta mucho. La tengo delante mientras le pego a la tecla. Fue tomada en París el 26 de agosto de 1944, al día siguiente de la liberación de la ciudad por la 2ª División Blindada del general Leclerc, donde figuraban antiguos combatientes republicanos españoles. El día anterior, la división había entrado en la ciudad llevando en cabeza a la 9ª Compañía, tan llena de compatriotas nuestros que varios de sus vehículos tenían pintados los nombres de Brunete, Ebro, Belchite, Teruel, Guernica, Don Quijote y Guadalajara; y en los partes de combate con las órdenes que el capitán de la 9ª, Raymond Dronne, dio ese día a sus unidades de vanguardia, figuran los nombres de los jefes de algunas de éstas: Montoya, Moreno, Granell, Bernal, Campos y Elías.
La foto a la que me refiero es típica de la Liberación: arco de Triunfo,
vehículos con soldados y la multitud entusiasmada. El semioruga que se ve en el
centro de la imagen se llama Guernica y lleva a bordo a siete soldados: cinco
de pie, el conductor y otro que va a su lado, también de pie. De los siete,
este último es el único que no lleva puesto el casco. Es bajito –les llega a
los otros, altos y apuestos, casi por los hombros–, lleva la camisa
arremangada, y en vez de mirar al frente impasible y marcial como sus
compañeros, mira a la gente con una gran sonrisa y un pitillo en la boca. Con
esa foto suelo bromear, poniéndosela delante a los amigos: «Ejercicio de
agudeza visual. Adivina quién es el español».
Hay fotos que queman la sangre y fotos analgésicas. Ésta es de las últimas.
Cuando el telediario, el titular de periódico, la mirada que diriges alrededor
o el espejo mismo te recuerdan con demasiada precisión en qué infame sitio
vives, de qué peña formas parte y qué pocas esperanzas hay de que este patio de
Monipodio llegue a ser algún día un lugar solidario, culto, limpio y libre, esa
foto y algunas otras cosas por el estilo, que uno guarda en esa imaginaria lata
de galletas parecida a la que usaba de niño para guardar tesoros –canicas,
cromos, un tirachinas, una navaja de hoja rota, un soldadito de metal–, ayudan
a soportar las ganas de echar la pota. Permiten mirar en torno buscando, más allá
del primer y desolador vistazo, al fulano bajito y sonriente que, ajeno al
protocolo solemne, mira a la gente, orgulloso, feliz de protagonizar tan
espléndida revancha, cinco años después de haber pasado los Pirineos con el
puño en alto, y en ellos quizá, apretado, un puñado de tierra española.
No sé cómo se llamaba el soldado del Guernica. Sólo sé que fue uno de los que
cantaron ¡Ay Carmela! por las calles de París –el capitán Dronne lo cuenta en
sus memorias– tras llegar hasta allí desde Argelia y el Chad, y luego siguieron
peleando en Francia, Alsacia y Alemania hasta Berchtesgaden, la residencia
alpina de Hitler. Él y los otros, que se echaron al monte al invadir Francia
los alemanes o se alistaron en la Legión Extranjera, combatiendo en Narvik, Bir
Hakeim, Montecassino, Normandía y la Selva Negra, llenando Francia de lápidas
donde todavía hoy se lee Aux espagnols morts pour la liberté, consuelan la
memoria cuando uno piensa en el modo miserable en que la Segunda República se
fue al diablo; no sólo por la sublevación del ejército rebelde, sino también
–qué mala información tenemos en este país idiota e irresponsable– por la
vileza de una clase política mezquina, sin escrúpulos, capaz de convertir una
oportunidad espléndida en un espectáculo siniestro. En una sangrienta
cochinera.
Por eso me gusta tanto esa foto. Como digo, todos necesitamos analgésicos para
ir tirando. Cada uno para lo suyo. Algunos, para hilar fino sin que el
malestar, la náusea, te hagan meter a todo cristo en el mismo cazo. Es cierto
que, en los últimos tiempos, en España ha tomado el relevo una nueva casta
política irresponsable, infame sin distinción de ideologías, pegada a la ubre
de los aparatos de sus partidos. Gente sin contacto con la vida real, que ni ha
trabajado nunca de verdad ni tiene intención de hacerlo en su puta vida.
Parásitos de la vida pública, profesionales del camelo y el cuento chino. Los
que, amos de un tinglado nacional rehecho a su medida, ya nunca irán al paro. Y
es cierto, también, que esa gentuza medra con la complicidad de una sociedad
indiferente, acrítica, apoltronada y voluntariamente analfabeta, que sólo se
acuerda de Santa Bárbara cuando le afecta a cada cual. Cuando truena. Esto es
así, y el impulso, la tentación de mandarlo todo al diablo, ametrallando a
mansalva, resulta lógico. Casi inevitable.
Por eso consuela tanto recordar, gracias a esa foto de París, que pese a todo,
entre tanta basura y tanta chusma, siempre es posible dar con alguien que no se
resigna. Que ni se rinde, ni traga. Tipos como el anónimo español de la
División Leclerc: bajito, valeroso, descarado, sonriente. Con su pitillo. Capaz
de recordarnos a todos, sesenta y cuatro años después, que siempre son posibles
la dignidad y la vergüenza.
Con
un breve comentario final:
UN
ARTICULO ANALGESICO
Luis
Bouza-Brey, (14-9-08, 10:00)
El
artículo de Pérez Reverte me produce a mí la misma sensación que a él su foto
del miliciano: encontrarte repentinamente, en un país aborregado por la epidemia
de estupidez que sufrimos, a alguien que ama la libertad y sabe decir la verdad
sin pelos en la lengua. A alguien que personifica el efecto catártico de la
autenticidad cuando un pueblo despierta.
Desde
hace unos cuantos años, en muy contadas ocasiones me he sentido reconfortado
por experiencias semejantes: cuando he contactado con ciudadanos entregados a
la defensa del proyecto democrático en el CCCB o en el Tívoli; cuando escuchaba
o leía a Rosa Díez antes de UPyD, o después, haciendo abstracción de la
estructura pegajosa que la entrampa; o cuando leo los artículos recientes de
Pérez Reverte, a quien me prometo visitar cada semana en XL Semanal.
Me
queda la esperanza de que estos granos de mostaza comiencen a fermentar:
últimamente, hasta “El País” parece estar levantando la censura previa, aunque
siguen ahumando rescoldos de conciencia carbonizada por el sectarismo; el TC
sentencia lo obvio después de dos años de escuchar cantos de sirena; emergen
chispas de resistencia popular al aborregamiento…
¿Esperanzas
infundadas? Ya veremos: se me había ocurrido hace algún tiempo situar en el
2011 el término hipotético del despertar del país. Quizá vaya acertando.