Artículo de Arturo Pérez Reverte publicado en “Amigos Unidos por el Progreso y la Democracia en Ourense” el jueves 13 de agosto de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
A los españoles nos destrozaron la vida reyes, aristócratas,
curas y generales. Bajo su dominio discurrimos dando bandazos, de miseria en
miseria y de navajazo en navajazo, a causa de la incultura y la brutalidad que
impusieron unos y otros. Para ellos sólo fuimos carne de cañón, rebaño listo
para el matadero o el paredón según las necesidades de cada momento. Situación
a la que en absoluto fuimos ajenos, pues aquí nunca hubo inocentes. Nuestros
reyes, nuestros curas y nuestros generales eran de la misma madre que nos
parió. Españoles, a fin de cuentas, con corona, sotana o espada. Y todos,
incluso los peores, murieron en la cama. Cada pueblo merece la historia y los
gobernantes que tiene. Ciertas cosas no han cambiado. Pasó el tiempo en que los
reyes nos esquilmaban, los curas regían la vida familiar y social, y los
generales nos hacían marcar el paso. Ahora vivimos en democracia. Pero sigue
siendo el nuestro un esperpento fiel a las tradiciones. Contaminada de nosotros
mismos, la democracia española es incompleta y sectaria. Ignora el respeto por
el adversario; y la incultura, la ruindad insolidaria, la demagogia y la
estupidez envenenan cuanto de noble hay en la vieja palabra. Seguimos siendo
tan fieles a lo que somos, que a falta de reyes que nos desgobiernen, de curas
que nos quemen o rijan nuestra vida, de generales que prohíban libros y nos
fusilen al amanecer, hemos sabido dotarnos de una nueva casta que, acomodándola
al tiempo en que vivimos, mantiene viva la vieja costumbre de chuparnos la
sangre. Nos muerden los mismos perros infames, aunque con distintos nombres y
collares. Si antes eran otros quienes fabricaban a su medida una España donde
medrar y gobernar, hoy es la clase política la que ha ido organizándose el
cortijo, transformándolo a su imagen y semejanza, según sus necesidades, sus
ambiciones, sus bellacos pasteleos. Ésa es la nueva aristocracia española,
encantada, además, de haberse conocido. No hay más que verlos con sus corbatas
fosforito y su sonriente desvergüenza a mano derecha, con su inane gravedad de
tontos solemnes a mano izquierda, con su ruin y bajuno descaro los
nacionalistas, con su alelado vaivén mercenario los demás, siempre a ver cómo
ponen la mano y lo que cae. Sin rubor y sin tasa. En España, la de político
debe de ser una de las escasas profesiones para la que no hace falta tener el
bachillerato. Se pone de manifiesto en el continuo rizar el rizo, legislatura
tras legislatura, de la mala educación, la ausencia de maneras y el
desconocimiento de los principios elementales de la gramática, la sintaxis, los
ciudadanos y ciudadanas, el lenguaje sexista o no sexista, la memoria histórica,
la economía, el derecho, la ciencia, la diplomacia. Y encima de cantamañas, chulos. Osan pedir cuentas a la Justicia, a la
Real Academia Española o a la de la Historia, a cualquier institución sabia,
respetable y necesaria, por no plegarse a sus oportunismos, enjuagues y
demagogias. Vivimos en pleno disparate. Cualquier paleto mierdecilla, cualquier
leguleyo marrullero, son capaces de llevárselo todo por delante por un voto o
una legislatura. Saben que nadie pide cuentas. Se atreven a todo porque todo lo
ignoran, y porque le han cogido el tranquillo a la impunidad en este país
miserable, cobarde, que nada exige a sus políticos pues nada se exige a sí
mismo. Nos han tomado perfectas las medidas, porque la incultura, la cobardía y
la estupidez no están reñidas con la astucia. Hay imbéciles analfabetos con
disposición natural a medrar y a sobrevivir, para quienes esta torpe y
acomplejada España es el paraíso. Y así, tras la añada de políticos admirables
que tanta esperanza nos dieron, ha tomado el relevo esta generación de trileros profesionales que no vivieron el franquismo, la
clandestinidad ni la Transición, mediocres funcionarios de partido que tampoco
han trabajado en su vida, ni tienen intención de hacerlo. Gente sin el menor
vínculo con el mundo real que hay más allá de las siglas que los cobijan,
autistas profesionales que sólo frecuentan a compadres y cómplices, nutriéndose
de ellos y entre ellos. Salvo algunas escasas y dignísimas excepciones, la
democracia española está infestada de una gentuza que en otros países o
circunstancias jamás habría puesto sus sucias manos en el manejo de
presupuestos o en la redacción de un estatuto. Pero ahí están ellos:
oportunistas aupados por el negocio del pelotazo autonómico, poceros de la
política. Los nuevos amos de España.
Arturo Pérez Reverte. Periodista, escritor y guionista