ALFONSO XIII, ESE FRANQUISTA
Artículo de Arturo Pérez-Reverte en “XL Semanal” del 28 de abril de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Si es
que te la dan hecha. La página, quiero decir. Con la náusea adjunta. Igual que
si te metieran los dedos en el gaznate. Luego escriben cartas a XLSemanal, quejándose cuando los llamas gentuza y te
refieres a sus muertos. Como una tal señora Cunillera,
creo que se llamaba, o llama, que se descolgó una vez por el buzón de nuestro
cartero con grititos de dignidad ofendida. Cómo se atreve, etcétera. El rufián.
Hoy me
relamo con otra perla parlamentaria, y no me resisto a compartirla con ustedes.
Especialmente porque, si no me equivoco, pasó casi inadvertida en la prensa:
media tímida columnita en un rincón, y poco aire de la clase política. Entre bomberos,
supongo que se dijeron, no vamos a pisarnos la manguera. La soltó un pavo
llamado Joan Herrera, diputado de Iniciativa por Cataluña Verde, me parece que
es, pero podía haberla facturado cualquier otro individuo de los que frecuentan
el garito. O buena parte de ellos. De esos a los que alguna vez encuentro en la
rotonda o los restaurantes del Palace –yo pago allí
con mi dinero, y ellos también pagan con el mío y con el de ustedes–, y me veo
obligado a oír sus conversaciones telefónicas o de viva voz. Como ya apunté en
esta página alguna vez, España debe de ser el único país de Europa, o de por
ahí cerca, donde para sentarse en las Cortes no hace falta tener ni el
bachillerato.
En
pregunta parlamentaria, hace un par de semanas, ese tal Herrera inquirió, muy
serio, si bajo los supuestos de la ley de Memoria Histórica de 2007, que impone
la retirada de objetos, monumentos o menciones conmemorativas que exalten la
sublevación militar de 1936, el Gobierno tiene previsto cambiar el nombre de la
Base Alfonso XIII de Melilla: que a su juicio, y de acuerdo con la citada ley,
«supone una exaltación franquista». Respondió el Gobierno que, aunque se han
tomado muchas medidas acordes con lo establecido en esa ley, la figura de
Alfonso XIII no está incluida en ella, puesto que el abuelo del actual monarca
dejó de reinar en España con la proclamación de la II República, que fue
anterior a la Guerra Civil y a la dictadura del general Franco. Lo que, dicho
en bonito, venía a significar que el diputado Herrera se había tirado un
planchazo de órdago, mezclando dictaduras –la de Primo de Rivera sí fue bajo
Alfonso XIII– y liándose más que el tobillo de un romano.
No
vayan a creer ustedes que Herrera, azote implacable –y verde– de dictadores y
dictaduras, pidió disculpas por meter la gamba hasta la ingle, o en sincero
auto de fe salió al día siguiente en el telediario admitiendo: soy un
indocumentado y un cantamañanas. Nada de eso. Se dio por satisfecho, y con la
solemne impavidez del tonto, supongo, miró al soslayo, fuese al bar y no hubo
nada. Quede claro de todas formas, diría su gesto seguro y la sonrisilla
satisfecha, que aquí mis votantes y yo no dejaremos pasar ni una. Faltaría más.
A esa puta y facha España.
Opino,
sin embargo, que el Gobierno, aunque diligente, anduvo escaso en la respuesta.
Mañana mismo, algún otro insobornable martillo de dictadores puede sentir
curiosidad por franquismos parecidos, y esta clase de cosas es mejor
prevenirlas. Lo de Alfonso XIII es más que una simple anécdota: delata caudales
de rancia estupidez nacional, aliada con ignorancia y oportunismo político.
Individuos que hacen preguntas como ésa, indigentes intelectuales de semejante
calibre, votan leyes y deciden, con sus pactos, alianzas y pertinaz
desvergüenza parlamentaria, nuestro presente y el futuro de varias
generaciones. Habría convenido, por tanto, aprovechar la respuesta
gubernamental para explicar a los vigilantes de la playa, y compañía, que
Franco fue un dictador culpable de muchas cosas; pero que España es un lugar
complicado y viejo, con tres mil años de verdadera memoria histórica, donde
antes de la Guerra Civil, fecha a la que aquí se remite toda referencia y clave
de nuestros males, ocurrieron otras cosas. Aunque despachara a moros y
cristianos, por ejemplo, el Cid no era franquista. Ni Cervantes, aunque
escribió en castellano. Tampoco los Reyes católicos, que expulsaron a los
judíos, o Felipe III, que echó a los moriscos. Y la bandera roja y amarilla,
pásmense todos, no la impuso Franco en 1936, sino Carlos III –que era un rey
ilustrado– en 1785, inspirada en la antigua señal del reino de Aragón. Todo eso
está en los libros de Historia, explicado muy clarito. Los hay de bolsillo,
baratos. Cuando hagan otro de esos caros viajes protocolarios internacionales
con avión en clase preferente, hotel y dietas a que tan aficionados son
nuestros diputados, en vez de ponerse ciegos a canapés en las salas Vip de los
aeropuertos, podrían leer alguno.