CATALUÑA SOMOS TODOS

 Artículo de Albert Rivera en “El Mundo” del 08 de noviembre de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

El oasis catalán deberá hacerse el haraquiri y aceptar que no pueden seguir existiendo dos Cataluñas: la oficial y la real. Para ello necesitaremos que en 2010 se constituya un Ejecutivo que abandone la construcción nacional y gobierne pensando en todos los ciudadanos catalanes


Se van a cumplir en breve 30 años de autonomía catalana, y hasta hace unos días que conocíamos los escándalos de corrupción política Palau y Pretoria, aún se llevaba esa vieja costumbre de repartir carnets de catalanidad; una práctica que instauró el presidente Pujol, que lamentablemente continuó Maragall y de una forma casi surrealista ha aplicado a rajatabla el presidente cordobés José Montilla.

Durante estas tres décadas, la Generalitat ha utilizado todos los resortes públicos para intentar crear un imaginario colectivo, el de la Cataluña oficial, que justificara primero la existencia de un hecho diferencial catalán, después de una nación cultural para acabar demandando ahora la existencia de un Estado catalán. A todos aquellos ciudadanos que han comulgado con ese credo se les ha concedido el carnet de buen catalán, y a todos aquellos ciudadanos que no hemos pasado por el aro y hemos demandado respeto a la identidad individual y al pacto constitucional se nos ha colgado la etiqueta de malos catalanes.

Desde los medios de comunicación públicos catalanes se ha trabajado a la perfección: hablar de «Estat espanyol» en lugar de España; instaurar el mapa del Païssos Catalans como espacio de referencia -hasta en el mapa del tiempo- al estilo de las siete provincias vascas, en vez de hablar de la comunidad autónoma; o no permitir que los profesionales y colaboradores hablen en castellano para ocultar el bilingüismo natural y oficial de nuestra sociedad ha sido parte de la estrategia.

En la educación no se han quedado atrás. Basta con leer un libro de texto de Historia o la exposición de motivos de la LEC para observar cómo han trabajado la «Formación del Espíritu Nacional».

El dirigismo cultural les ha permitido consolidar el equívoco de que cultura catalana sólo es aquella hecha en catalán, excluyendo a todos los artistas catalanes que realizan sus obras en castellano. Es decir, excluyendo a la mayor parte de la cultura catalana del apoyo o reconocimiento institucional, como ya vimos en el vergonzoso capítulo de la Feria de Fráncfort.

Y el clientelismo político se ha utilizado para callar todas las voces que pudieran romper esa Cataluña virtual que estaban construyendo. Las casas regionales, las entidades que representan a colectivos de inmigrantes, los sindicatos o buena parte de los medios de comunicación han sido objeto de premio o castigo en forma de subvenciones en función del apoyo o la crítica al poder, eliminando así cualquier obstáculo que pudiera entorpecer ese proceso de construcción nacional.

Pero los casos de corrupción descubiertos en las últimas semanas han desmontado de un plumazo buena parte de esa Cataluña oficial. Ellos mismos han hecho jaque mate al oasis catalán, y si para muchos ciudadanos aquellos que impartían lecciones de catalanidad nunca tuvieron legitimidad, ahora ya no la tienen para la mayoría de catalanes. Ya no podrán decir clásicos del nacionalismo como «España ens roba» ni «expolio fiscal», porque quienes nos roban y nos expolian están entre sus filas. Ni Pujol ni Montilla podrán acusar a Ciutadans de crear catalanofobia cuando digamos que el nacionalismo es negocio para unos pocos, porque los hechos y las cifras son inapelables. El president ya no será creíble cuando dé sermones de esfuerzo y austeridad en el discurso de la Diada a familias, trabajadores y empresarios, porque su Gobierno no ha controlado el expolio de Millet en el Palau o a altos dirigentes de su partido en Santa Coloma u otros municipios.

Es el momento de abrir una nueva etapa y acabar con esa dualidad entre la Cataluña oficial -que sólo se representa a sí misma, a una clase política desdibujada y enrocada en mantener el statu quo-, y la Cataluña real que está en la calle. Una Cataluña real en la que sus ciudadanos tienen como principal prioridad superar la crisis económica o educar mejor a sus hijos, y en la que éstos no ven incompatibilidad alguna en ser catalán y español, no quieren aventuras independentistas, y en la que hablar dos lenguas es una virtud y no un problema.

Cataluña sólo podrá superar esta grave crisis institucional y de confianza en sus representantes públicos si los que nos sentamos en un escaño conocemos, aceptamos y somos capaces de representar a esa Cataluña real y plural. El día en que las prioridades de los representantes sean las mismas que las de los ciudadanos, el día que ese stablishment en decadencia entienda que su proyecto político no sirve para el siglo XXI, y acepte la pluralidad catalana, ya no tendremos dos Cataluñas cada vez más alejadas, tendremos sólo una, la Cataluña de todos.

Albert Rivera es presidente de Ciutadans.