POLÍTICAMENTE CORRECTO
Artículo de MIQUEL ROCA I JUNYENT en “La Vanguardia” del 18/01/2005
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Nunca, en mi memoria, lo
políticamente correcto había estado tan precisamente definido como ahora. Ni
nunca, en mi memoria, había existido tanto miedo de manifestarse en términos que
no coincidan con lo políticamente correcto. Mucha gente dice en privado lo que
no se atreve a decir en público. Es más, mucha gente dice en público lo
contrario de lo que dice en privado.
Pero, ¿quiénes son los definidores de lo políticamente correcto? No constituyen
ninguna academia, no se les reconoce -ni a veces se les conoce- como
intelectuales de primera línea, no figuran entre los dirigentes sociales o
políticos más respetados. Son, simplemente, una mezcla entre contundencia de
expresión, demagogia elemental, simplismo primario y mucha, pero mucha,
capacidad de denunciar actitudes y comportamientos fascistoides en sus
adversarios. Quien se opone a lo políticamente correcto está bajo sospecha de un
ramalazo reaccionario.
De la inmigración, lo políticamente correcto es que deben darse papeles a
todos los que los pidan; que todos deben tener derecho a voto; que el mestizaje,
por definición, es bueno; que los valores identitarios no deben ser preservados;
que la integración respetuosa es la que se practica renunciando a ser lo que
somos. Y, todo ello, sin debate, sin reflexión, sin ni un menor espacio para la
duda.
Lo políticamente correcto antes de la victoria de Bush era ser, simplemente,
anti-Bush; ahora, es ser antiamericano. No hay valores en la sociedad
norteamericana: es un monstruo que cuando no aterroriza es, en todo caso,
ridículo. Y en relación con Europa, lo políticamente correcto es denunciar la
Europa de los mercaderes, la Europa que ha olvidado su dimensión social; una
Europa que sólo nos interesa porque es menos mala que Estados Unidos.
Lo políticamente correcto es dar por sentado que la Iglesia española está en
manos de los ultramontanos; que los fascistas cabalgan de nuevo; que hurgar en
el pasado es lo necesario, aun cuando los que lo sufrieron no lo quieran. Que lo
progre es estar en contra -de lo que sea-; que lo antiguo, lo carroza, es
defender la estabilidad, el orden, la convivencia. Que la calle es de los que la
ocupan, porque alguna razón tendrán; y que siempre los okupas son las víctimas
de un orden injusto.
Puede ser que en todas estas cosas el progreso marque líneas parecidas a las que
se defienden. Pero no sería bueno que lo políticamente correcto sustituyera al
debate ni se definiera por miedo. La democracia tiene sus debilidades, pero
ninguna de sus limitaciones sería suficiente para justificar el miedo a opinar.
La libertad de expresión no es sólo para unos cuantos, a todos alcanza su
amparo.
Sólo la mayoría podría -y no debería- definir lo políticamente correcto. Lo
mejor sería no definirlo jamás.