CARTA ABIERTA A RODRÍGUEZ ZAPATERO
Por Francisco Rodríguez Adrados en “ABC” del 03/01/05
Por su interés y relevancia, he seleccionado la carta abierta que sigue para incluirla en este sitio web. (L. B.-B.)
Señor Rodríguez Zapatero, presidente del
Gobierno: No le conozco, pero le conozco un poco porque mi padre también era de
León y también se llamaba Rodríguez: Rodríguez Rodríguez Rodríguez. Decía que él
venía de don Rodrigo Díaz de Vivar, no del del Guadalete. Era de la Maragatería,
de un pueblo no lejano a Astorga, Prada de la Sierra, hoy abandonado, una
especie de Pompeya, pero menos.
Era, como usted, cazurro; supo capear el temporal y salir indemne, aunque por
poco, de la guerra civil. Además de esta herencia, he estudiado mucha historia y
tengo una idea de cómo funcionan las cosas en las sociedades humanas, en las
naciones ¡vade retro, ya están las naciones! Por esto me atrevo a escribirle, en
un momento crítico de la vida de nuestra nación -sí, nación- española. A la que
algunos quieren devolver a los años treinta o a Atapuerca.
No quiero entrar ahora en sus relaciones con los nacionalistas y separatistas
catalanes, que estoy muy feliz con no compartir. Son las mismas que los
socialistas tuvieron con ellos en los años treinta y ya ve cómo salió. Pero hoy
me contento con los vascos, con la gama que va del PNV a ETA.
Ya sé, ya sé, que usted es cazurro como mi padre, yo mismo a ratos. Ya sé que
intenta que sus aliados no le retiren su apoyo, a base de tolerarles algunas
distorsiones semánticas como eso de la nación, algunos desafueros que arropan
los «expertos» (no en archivística) y de insuflarles un poco, no tan poco, de
dinero. Pero, en fin, dejo en paz a los catalanes, usted los necesita, quizá
tenga razón y acabe por apaciguarlos. No al pueblo catalán, por favor, a unos
pocos agitadores.
Pero, ¿qué me dice de los nacionalistas y separatistas vascos, que usted,
estrictamente, no necesita? Confía, evidentemente, en desgastarlos y llegar a un
acuerdo conveniente.
Créame, soy viejo, he leído mucho, he visto mucha historia y carezco de
ambiciones (querría ayudar, tan solo, un poco a la enseñanza): el apaciguamiento
es un error, piden cada día más al que ven como adversario blando. Recuerde a
Hitler y Chamberlain. Y si guarda la dureza para el momento oportuno, temo que
llegará tarde.
Yo encomio su buena voluntad, mezclada con la ambición comprensible de lograr la
paz (que sólo ellos rompen) y conservar el poder. Pero hay errores.
Coja un librito llamado Constitución y lea. La conozco bien, he dado
conferencias sobre ella, la tengo en varios formatos desde el de miniatura al
grande, en hermosa letra manuscrita, del mismo 78. La conoce usted también.
Pero, antes, un inciso.
¿Cómo se puede tolerar la burla electrónica de la democracia por un señor Atucha
(que en tiempos parecía honorable)? Lea, lea los periódicos del día 29, del ABC
a El País. ¿Cómo puede tolerarse que ese señor se burle del Tribunal Supremo,
que una juez le dé la razón? ¿No está primero España? Lea, lea.
¿Y cómo puede tolerarse que se organice un plebiscito o referéndum con
propuestas anticonstitucionales? Ha errado, señor Zaptero, despenalizando ese
atentado.
¿Van, de verdad, ustedes a tolerar ese plebiscito o referéndum o consulta o lo
que sea? Si así es, van a ir al ostracismo para muchos años.
Yo soy helenista, como tal me conoce todo el mundo. En Atenas se inventó la
democracia, he escrito libros sobre ella. Con una Constitución que nunca se
escribió, pero que se respetaba (cuando dejó de hacerse, se acabó la
democracia). Atenas era una. Cada uno de las diez tribus o distritos tenía tres
divisiones o «demos» en lugares diferentes. Como si dijéramos, una en Gerona,
otra en Almería, otra en Lugo. Se sumaban los votos de las tres.
¿Entiende? Y si alguien presentaba a la Asamblea una proposición, se cuestionaba
antes su legalidad. Rechazada, no llegaba a la Asamblea. Y la pena era muy, muy
grave. Ningún espacio de juego político para ninguno de esos brujos que sabemos.
Esto los atenienses, que algo han representado en democracia. Más que nosotros,
desde luego. Pero vuelvo a nuestra Constitución. El artículo 6 dice que los
partidos políticos «son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley».
Y el artículo 2 habla de la «indisoluble unidad».
Entonces, los partidos que sabemos violan la Constitución, quieren partir a
España. Todo partido, para ser legal, debe acatarla. Jamás, jamás de los jamases
debió tolerarse que partido alguno se saliera, en su programa, de ella. Habría
que haberles pedido formal acatamiento. Pero ya que no se hizo, hay que
arreglarlo, aunque sea tarde.
Aplique, de una vez, de acuerdo con el Senado, el artículo 155, que establece la
manera de obligar a una Comunidad Autónoma al cumplimiento forzoso de sus
obligaciones. Mejor es tarde que nunca. Cada vez será más difícil, si se deja.
Su compañero Blair va más lejos: suspende la autonomía de Irlanda del Norte
hasta que los rebeldes entran en razón. No pasa nada.
Créame, señor Zapatero: todas las vías son peligrosas, pero este juego suyo es
el más peligroso de todos. Usted se juega el que la Historia le llame el
pacificador de España o el nuevo don Rodrigo, el del Guadalete, no el de Vivar.
O consigue una paz definitiva, haciendo renunciar a esos señores a lo que creen
que se les viene ya a las manos, o debe romper con ellos de una vez.
Aplicando la ley. Rompiendo el juego de los compromisos. Después de todo, España
es más importante que el poder ocasional de unos o de otros y que las pequeñas
ambiciones personales. La alianza, por un tiempo, con el Partido Popular, con el
cual las diferencias no son tan importantes, sería, políticamente, la salida más
clara. Es una opinión, quizá haya otras.
No es cuestión de socialismo o no socialismo. Todos somos, hoy, socialistas, hay
tan solo pequeñas diferencias de matiz. La lucha no es por el socialismo, es por
el poder. Legítima, no dudo. El socialismo ha renunciado, de otra parte, a
ciertas irracionalidades, aunque algunas le quedan, creo que negociables. Pero
hay límites: tolerar que España se disuelva como un azucarillo y creer que esa
disolución va a contenerse con pequeñas propinas y favores, unas piltrafas de
semántica, unos trozos de archivo y unas bolsas de doblones, es un error.
Quieren partirlo todo. A España, a usted y a mí.
La situación es crítica, créame. Lea los libros de Historia, hoy se lee poca
Historia y hay quienes se dedican a falsificarla. España no la hemos inventado
ahora, como dicen, no la imponemos, viene de largos años, de largas guerras de
independencia, de largos procesos de interpenetración, de varios
condicionamientos recíprocos. Como Francia o Italia o Alemania.
Es un bien para todos, también para los que no la quieren y prefieren ser cabeza
de ratón. Dañino para sus propios pueblos.
Créame, señor Zapatero: ese camino es malo, asusta a todos, a los socialistas
también. Algunos lo dicen bien alto. No deje que vaya más lejos. Un golpe de
timón, democrático, sí, es necesario. Nada me gustaría más que su éxito. O el de
cualquier otro que recondujera el proceso de progreso del país. De un país uno.
Perdóneme, pero creo que era el momento. Después de todo, yo sé, me temo, más
Historia que usted y sus falsos aliados y sus amigos los mitómanos. Pero
recuerdo aquello de Heródoto: lo más doloroso para un hombre (no para mí, para
muchísimos) es saberlo todo y no poder nada. Ayúdenos. Ayude a su partido. Ayude
a España. Es una de las cumbres de Occidente, en fase de crecimiento con tal de
que se cierre el paso a las intoxicaciones.
Y disculpe.
Francisco Rodríguez Adrados, de las de las Reales Academias Española y de la Historia