UNA SOCIEDAD BLANDA
Artículo de Francisco Rodríguez Adrados, de las Reales Academias Española y de la Historia, en “ABC” del 12.06.05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
No es despectivo: se puede
llamar también de varias maneras, liberal o progresiva, por ejemplo. También
consumista. Contiene valores. Pero ante ciertas amenazas, el terrorismo por
ejemplo, esta sociedad reacciona mal.
Claro, estoy pensando en su variante española. A base de pancartas, de «guerra
no», de gritos en vez de razones, se derribó al Gobierno. Y si hubo que
abandonar al aliado, encogerse de hombros ante el terrorismo, etc., a muchos les
traía sin cuidado, parece. La reacción fue la contraria de la de EE.UU.,
Inglaterra, otros países. La huida, el abandono, la pura ilusión. Increíble.
Igual en el otro conflicto, el movido por ciertos vascos: Zapatero pide la paz,
ese es el centro de sus alegatos. Pero solo había una rebelión ante la Ley, en
trance de ser yugulada.
Es una situación anómala. Un país que reaccionó mal ante el terrorismo islámico,
ahora intenta con ETA algo que ningún gobierno ha hecho. Francia, Alemania,
Japón, otros países se enfrentaron a sus respectivos terrorismos y triunfaron.
¿Y qué decir de Estados Unidos? Ciertamente, España estaba fatigada de una lucha
tan larga, por causa de los paños calientes, del abuso contra la democracia.
Pero estaba en el buen camino. Con ayuda del PSOE. Ahora, ¿quién sabe?
Se intenta el diálogo, la negociación. Muy peligroso: si se cede, es el
descrédito y la ruina moral y política para el país, el éxito de nacionalistas y
separatistas (no de todos los socialistas, desde luego). Si no se cede, se dará
pretexto a ETA y a otros muchos más para hablar de intolerancia, fascismo, etc.
Una palabra que ya es un simple insulto.
Es decir, España repite, en el tema de ETA, un vuelco, ni más ni menos que
cuando el 14 de marzo. Responde con blandura, ante la palabra «paz» todo se
borra. Se aísla a los que no están de acuerdo como tremendistas o interesados. A
10.000.000 votantes y otros muchos que votaron socialista, sin saber dónde se
metían. La apuesta es muy grave. De su éxito o fracaso depende el futuro de
España.
Entonces, la cuestión es esta: el problema no es el Gobierno Zapatero y sus
increíbles alianzas (paralelas a las de Azaña y Allende, ya se vio el
resultado). El problema es que todavía cuenta con más de un cincuenta por ciento
de aprobación, si se cree a las encuestas. Y que si alguien, digamos Rajoy,
defiende los valores nacionales, las encuestas dicen que pierde. O sea: que hay
un número importantísimo de ciudadanos que pasan por que el Gobierno
semicapitule o juegue bazas arriesgadas. Con «paz» y «diálogo» les basta. Sin
duda llegará una reacción, pero ¿a tiempo?
La situación es grave. Muchísimos tenemos extraordinario temor ante la política
del brazo tendido a los nacionalistas o separatistas y de la negociación ante
ETA, cosas que van de la mano. Que haya habido antes otras negociaciones no es
una justificación, sino lo contrario, fueron un fracaso. Y la unidad de España
es absolutamente importante. Pero ¿cómo hacerlo llegar a la gente? Una parte muy
importante de la nación ni siquiera escucha. O ni se entera.
La experiencia histórica hace ver que la política de las concesiones ante
fuerzas subversivas -la política de Chamberlain ante Hitler- está condenada,
antes o después, al fracaso. Y a tener que volver a empezar en circunstancias
peores.
No solo ante el tema vasco: también ante todos los nacionalismos y ante tantas
cuestiones graves. Demasiados españoles se lavan las manos ante el trasvase del
Ebro, la Ley de Calidad, la demolición del Pacto Antiterrorista, etc. Aceptan
que grupos marginales se coloquen en el centro de la escena. La noción de la
Historia de España y de la misma España parece quedar en el baúl de los
recuerdos. Algo inaudito, increíble en otras naciones. Aquí ni se habla de ello,
es molesto el que lo menciona. Ahora sí que España es diferente.
Quizá sea un mal sueño y salgamos a flote de ilusiones y olvidos, que haya una
reacción todavía a tiempo. Pero resulta extraño que a tanta gente le traiga sin
cuidado, parece, todo eso. O que el Gobierno acepte la burla hecha al Tribunal
Supremo, se inhiba ante un nuevo partido filo-ETA, deje que sigan adelante las
propuestas para recortar la Constitución y buscar otra con menos igualdad, con
menos poder para el Estado, más poder, casi independencia, para las Autonomías
que sabemos. Con menos atención a los intereses generales.
Ya se verá, piensan, pero huyamos de los conflictos, pactemos como sea. Diálogo,
talante. Esta es la sociedad blanda de que hablo. Que la dejen tranquila es lo
que quiere, viendo la televisión, comiendo y viajando. Que no traigan programas
conflictivos. En definitiva, se trata de la sociedad de consumo, de la
permisividad, el olvido de los valores.
Todo ello deriva, quizá, de la libertad y del dinero, cosas preciadas que crean
progreso humano, a todos nos atraen. Pero, llevadas al extremo, ofrecen el
terrible riesgo de la inhibición, de la aceptación de lo inaceptable. Del mirar
a la vida de cada día y olvidar el entorno más amplio y el futuro. Viviendo
bien, se olvida el riesgo. Parece.
El problema, pues, es el de lograr la persuasión. Decir verdades como puños
parece que no llega. Al contrario, pone incómoda a la gente, que ve a los que
las proponen como tremendistas o algo así.
La oratoria (o retórica o propaganda o como quieran) es el arte de persuasión,
eso ya lo dijo Gorgias de Leontinos, en el siglo V ateniense. Y dijo también que
esa oratoria (igual que la propaganda comercial) tiene que adaptarse a las
circunstancias: al público. Hoy un discurso en las Cortes no va dirigido a las
Cortes: por obra de la televisión, va dirigido a toda la nación. Y el estado de
espíritu de una parte importante de ella hace que los argumentos frontales o
históricos no le lleguen. No está en estado receptivo.
Naturalmente, Zapatero y sus aliados hacen lo posible para cerrar el paso a
cualquier argumento que no sea el del diálogo, la paz, el talante. Mucha gente
no escucha otro: no lee otros periódicos o cierra los oídos a la televisión en
los pocos momentos en que pueden oírse en ella verdades. Eso no nos interesa,
piensan, o es cosa «de los otros». A esto hemos llegado.
Es un ejercicio de irracionalidad. Y eso que el diálogo tranquilizante es, hoy
por hoy, inexistente y la paz puede perderse, precisamente, con las concesiones.
El talante no es nada: mejor es evitar el gesto amargo, pero ninguna nación ha
ido adelante a base de sonrisas. Muchísimos lo saben. ¿Pero cómo convencer a los
demás, cuando se mezclan partidismos, mitos, intereses, esperanzas, puras
palabras? Socavar el Estado de Derecho y la nación española es peligroso, a la
larga, para todos. Pero parece que tronar contra toda esa palabrería o ilusa o
interesada con ayuda de los valores históricos, generales, racionales, es, hoy
por hoy, insuficiente.
Este es el fondo del problema, creo. El Gobierno Zapatero y toda su actuación no
son sino el simple resultado. A los apoyos tradicionales del socialismo se ha
sumado esta nueva ola. Y ha desequilibrado la balanza. La cuestión es que se
reequilibre antes de que lleguemos a un momento en que ya no sea posible un
equilibrio.
Hay ya una reacción: no todo es blando. Recuerden la manifestación de las
víctimas, el sábado 4. Y eso no es sino la punta del iceberg: el terrorismo no
es sino un epifenómeno, el problema de fondo es el nacionalismo. Hay ya reacción
en Cataluña. Pero aquí, en Madrid, al día siguiente de la gran explosión de
dolor, vino la explosión de los cohetes y la fiesta por todo lo alto por los
supuestos Juegos Olímpicos de 2012. La ciudad colapsada. ¡Qué país!