¿ESPAÑOLISMO?
Artículo de Francisco Rodríguez Adrados, de las Reales Academias Española y de la Historia, en “ABC” del 19.02.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
... Que no hablen de viejas
naciones soberanas que no existieron. No hubo una Cataluña, un País Vasco, una
Galicia independientes. Lo que sucede ahora no viene de ahí...
SE habla mucho de españolismo, sin duda como paralelo a catalanismo y demás.
Recuerdo que Julián Marías decía que él no era españolista, era simplemente
español. Se hablaba, simplemente, de patriotismo, del de todos. Lo cual no era
obstáculo para el amor de cada uno a su tierra.
Desde el 1900 más o menos, surgieron en España los nacionalismos, por imitación
de los movimientos de independencia en América y Europa. Jugaban al equívoco
entre los dos sentidos de nación, recogidos en el DRAE: el antiguo y
etimológico, referido a un conjunto de personas del mismo origen y que
generalmente tienen un idioma y una tradición común; y el más reciente, desde la
Revolución Francesa, que implica el concepto político de soberanía.
España sería, entonces, la nación de naciones. Y habría un españolismo, referido
tan solo a una de esas naciones, lo que queda si se restan las otras. Más
reducido que el patriotismo, que se refiere a la España total. Las palabras son
importantes, se juega con sus acepciones. Se aplican a cosas a las que antes no
se referían.
Pero estas revoluciones del uso implican, a su vez, una versión de la historia:
la que desemboca en el presente que quieren implantar. La nación en el sentido
de estado soberano sería ahora, en varias regiones de España, una simple
continuación de lo que ya existía desde tiempos antiguos. Ahora se recuperaría
de sus opresores. Habría que liberarla de la huella lingüística, política y
demás de esos opresores.
Opresores cuya antigua historia sería, a su vez, la de una nación más, cuyas
fronteras terminarían en las de las otras naciones. Más que una historia de
España, habría las varias historias de las varias naciones de España. Una de
ellas, Castilla o poco más.
En suma, la creación de una nación soberana necesita de una antigua nación que
la prefigure en el tiempo: real o mítica, es igual. Y lo que quede de España
cuando se resten de ella las otras naciones tendría a su vez su historia, la de
Castilla. España en su total, no. Todo muy lógico, aunque históricamente falso.
Recientemente, en un artículo de «El País», Alvarez Junco tomaba una posición un
tanto diferente. Desmitificaba el nacionalismo catalán y vasco (vendría de
mitos, entiendo), pero también el español -el españolismo. Los Reyes Católicos
no habrían unificado a España, eso sería un mito. Simplemente, Castilla habría
conquistado Granada porque era lo que más cerca le caía, también lanzaba sus
tropas a Italia.
Solo que esto no es así. La Historia de España no es un mito. Hubo la España al
nivel geográfico de las tribus y de los pueblos - fenicios, griegos, romanos-
que les ayudaron a formarla. Pero hubo, luego, la España única, la diócesis de
Diocleciano y el reino de los godos. Reino de España, encuadrado por sus cuatro
esquinas. Y, uniéndolos, los Pirineos, los mares Atlántico y Mediterráneo. Era
la única entidad soberana.
No hay, en el caso de España, un pasado mítico: hay un pasado real. Y, sobre
este pasado, un proyecto: reconstruirlo. Estaba destrozado por la invasión
islámica. No se trataba de crear una nación soberana sobre la falsilla de un
pasado mítico, ese pasado era real.
La única unidad política con continuidad. Otra cosa es la continuidad de gentes
y tradiciones, esta es cierta. Se trató, en el caso de España, de reconstruir
conscientemente, desde el mismo don Pelayo, aquello que se había perdido.
Sobre ese pasado se creó un proyecto. La idea de la España perdida y en trance
de reconstrucción era común a todos, de Alfonso X a los diferentes reinos de
España que reconocían al rey de León como Emperador. La Reconquista fue una
empresa común, todos ayudaron, también Barcelona. Los Reyes Católicos no
hicieron más que culminar una empresa de todos. La islamización fue parcial y
pasajera. Miraba a Oriente, era otra cultura. España nunca la aceptó, se
consideraba europea y cristiana. Se consideraba una. De Galicia al País Vasco, a
Aragón y los condados catalanes.
No establezcamos igualdades inexactas. No hubo otros reinos que Castilla y León,
luego fundidos, y Aragón, que incluía a Cataluña (nunca tuvo un rey, menos el
País Vasco). La fusión de todos en algo viejo y nuevo ahora, España, fue
gradual. Cosa de herencias, bodas y tratados, que si tenían vigencia era porque
daban expresión al sentir del pueblo.
Había, en todos, un patriotismo español (término que, curiosamente, entró por
Cataluña desde Provenza). Antes, sin duda, un patriotismo romano: griegos y
romanos entraron en Hispania por Cataluña, crearon sus lenguas, salvo el vasco,
lleno por lo demás de términos latinos.
Esta es la historia, no conviene que sea manipulada para servir de base a
modernos proyectos independentistas. El nacionalismo catalán puede hablar de
lengua y tradiciones, aunque no es justo que rechace las que le unen a España.
Pero no de una antigua nación soberana. Y España no se basa sólo en Castilla,
por importante que sea: el mérito de Castilla fue, simplemente, el haber hecho
posible reconstruir esa antigua unidad anhelada, haber expulsado al musulmán.
Haber hecho que Europa pasara a América.
Cierto que ha habido, también, tendencias divisivas. Y Castilla carga con
algunas culpas: no haber abierto América a todos los pueblos españoles. Los
catalanes, con otras: haber sido insolidarios cuando se lo pedía el Conde Duque,
cuando la pérdida de Cuba. Me callo otros momentos más recientes.
Y tampoco se les atribuya a los catalanes el mérito o la culpa de la guerra de
sucesión. Apoyaban al candidato austriaco al trono, no abogaban por la
independencia. Ni los carlistas tampoco, en el XIX.
Todo esto es historia escolar, elemental, segura. España viene de una unidad
que, recordada, creó otra unidad. Elementos de ruptura hubo también; ya desde el
siglo XV, Portugal. Otros luego. Pero en el XIX, con sus problemas políticos,
apenas hubo problemas nacionalistas. Y el español era la lengua de escritores y
científicos de cualquier región. Nadie lo impuso, lo buscaban todos. Y desde
fecha antigua, porque era un lazo de unión, de solidaridad social, para
progresar. Otras lenguas convivían con él. En resumen: el proceso de unificación
continuaba.
Y ahora hay quienes niegan la historia de España, la sustituyen por una suma de
pequeñas historias de supuestas naciones soberanas. Y la lengua española se ve
reducida, donde bien se sabe, sin que nadie la defienda, a una lengua
socialmente minusvalorada, tolerada si acaso. Se aplica violencia legislativa
contra ella. No, no se trata sólo de que respeten los derechos individuales de
un niño: se trata de que es, sigue siendo, la lengua común de España, la que
hace de trabazón entre todos, de argamasa.
Paso a paso, estatuto a estatuto (el tercero, amenazan con más), ley a ley, esa
argamasa se está destruyendo, e igual las otras argamasas: el hecho de que todos
seamos iguales en todas las regiones, como personas, profesionales, sujetos de
derecho. Sufrimos, casi en silencio, todo eso.
Es triste. Pero que no hablen de viejas naciones soberanas que no existieron. No
hubo una Cataluña, un País Vasco, una Galicia independientes. Lo que sucede
ahora no viene de ahí.
Había las tradiciones y las lenguas, eso es otra cosa. Pero lo que hay ahora es
un contagio independentista extendido paso a paso desde hace un siglo más o
menos. Algo dañino para todos.
No es el españolismo el problema, ni necesitamos defenderlo tampoco.
Necesitamos, solo, patriotismo y comunidad. De todos. Y no explotar pretextos y
mitos, ceñirnos a una realidad antigua y actual que a todos interesa. España no
es sólo un estado, es una patria para todos. Españolismo junto a otros -ismos no
es lo aceptable. España es de todos.