ZAPATERO Y SU NEGLIGENTE GESTIÓN DE LA CRISIS
Artículo
de Francisco Rubiales en “Voto en Blanco” del 14 de abril de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
El
Parlamento de Islandia acaba de culpar de "negligencia grave" al ex
primer ministro Geir H. Haarde
por el colapso sufrido por la economía islandesa en octubre de 2008, a raíz del
hundimiento de su sistema bancario.
Ante esa condena, muchos españoles sentimos envidia de Islandia y de su
democracia. Allí es posible condenar nada menos que a un ex primer ministro por
haber gestionado con negligencia la crisis económica, pero en España ni
siquiera es posible avergonzar a los cientos o quizás miles de políticos que
con su negligencia permanente están condiciendo el país hacia la ruina y el
fracaso.
No tenemos datos suficientes para comparar la "negligencia" del ex
premier islandés Haarde con la negligencia de
Zapatero, pero cabe pensar que la mayor diferencia entre una y otra es que
mientras en Islandía saltó por los aires el sistema
financiero, en España eso no ha ocurrido, al menos por ahora.
Muchos observadores creen que la negligencia de Zapatero es de tal tamaño que
es muy difícil de superar. Se negó a reconocer la crisis para no perder votos y
mintió al afirmar ante el pueblo que la crisis no existía y que nunca afectaría
a España, a pesar de que él tenía ya en su poder datos fehacientes del derrumbe
de la economía española y de la sangría de puestos de trabajo. Su negativa a
reconocer la crisis en 2008 fue la causa principal de que España perdiera todo
un año y que tardara todavía más en reaccionar y adoptar las primeras medidas,
siempre tímidas, cobardes y nada traumáticas porque el presidente no quiere ser
impopular y perder votos. Su negativa a adoptar medidas está causando daños
terribles a la economía española. Su negativa a introducir las reformas
urgentes que las grandes instituciones internacionales, los expertos y hasta la
Unión Europea le aconsejan, está llenando España de víctimas, entre las que
destacan los casi cinco millones de parados, las oleadas de nuevos pobres que
comen de la caridad o duermen en las calles, sin más protección que los
cartones y plásticos, los centenares de miles de empresas, comercios y talleres
que han tenido que cerrar y la destrucción de un tejido productivo español que
tardará décadas en recuperarse. El endeudamiento descontrolado, el despilfarro,
la negativa a asumir un programa de austeridad y sus maniobras para retrasar
medidas que, como la reforma del mercado laboral, son urgentes e
imprescindibles, completan el mapa de su inmensa y estremecedora
"negligencia" ante la crisis.
Pero Zapatero puede sentirse seguro y no debe temer condena alguna del
Parlamento español, ni de la Justicia, ni del pueblo, porque en España todos
los recursos del poder, incluyendo los grandes poderes del Estado, que deben
ser independientes en democracia, están controlados por los partidos políticos,
lo que obliga a concluir con certeza que España es cualquier cosa menos una democracia.
Sin embargo, la gran diferencia entre España e Islandia ni siquiera es la
inmensa diferencia de calidad entre un sistema político y otro, sino dos
factores todavía más preocupantes: la impunidad casi total de los políticos
españoles y la cobardía de la sociedad española, dos fenómenos que, unidos al
de la corrupción imperante, ya infectada en las venas, arterias y capilares de
la nación, convierten a España en una de las democracias más degeneradas y
prostituidas de todo el Occidente.
Islandia es un país cuyas libertades son añejas y están garantizadas por un
sistema claramente democrático en el que el gobierno está bajo constante
vigilancia por parte de una ciudadanía que ocupa el papel soberano que le
corresponde en las democracias, mientras que España es una partitocracia
donde los partidos políticos ejercen una casi dictadura, en la que los
ciudadanos están excluidos de los procesos de toma de decisiones y donde la
desprestigiada e inepta "casta" política controla plenamente los
resortes del poder, sin prácticamente control alguno. Para terminar el cuadro
comparativo, los islandeses son un pueblo orgulloso, rebelde y celoso de sus
deberes y derechos, incapaz de delegar su voluntad política, mientras que el
español es un pueblo acobardado, sometido y casi envilecido por una
"casta" política sin altura ni méritos, un pueblo que no solo es
incapaz de rebelarse, sino que tampoco tiene arrestos para exigir a los
políticos que gobiernen por lo menos con decencia.