ESPAÑA Y SU PLAGA DE "PARÁSITOS"
Artículo
de Francisco Rubiales en “Voto en Blanco” del 18
de junio de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Después
de los malos "políticos", los "parásitos" son la peor plaga
de España. Unos y otros explotan y esquilman al Estado y son los principales
culpables de los grandes males de España. Erradicar ambas plagas es cuestión de
salud pública y de supervivencia.
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En
España hay parásitos en todos los rincones y de todos los colores y pelajes. En
los partidos políticos y en las administraciones públicas son auténticas
legiones, pero han proliferado tanto que apenas quedan espacios libres de esa
infección. Son, junto con los malos políticos, la peor plaga de España y
erradicarlos no sólo es cuestión de supervivencia, sino también un deber para
todo demócrata.
Su denominador común es ser borregos cobardes que viven de la sumisión y de
explotar al Estado, pero tienen más rasgos comunes: carecen de ética, son
egoístas, se envalentonan cuando se sienten manada, tienen avidez de poder y de
privilegios y, cuando pueden, aplastan a sus semejantes para que la ración de
botín que reciben nunca merme. Los parásitos son parte de la fauna degradada de
España y son también criaturas víctimas y generadas por los malos políticos,
que son la peor y más dañina de las especies predadoras que pueblan los suelos
de España.
Las administraciones públicas son su refugio preferido porque desde allí pueden
parasitar al Estado con gran facilidad, sin esfuerzo y con seguridad, pero son
también muy numerosos en las organizaciones sindicales y patronales,
atiborradas de dinero público y con privilegios y poderes cedidos por "la
casta" a cambio de sometimiento, renuncia a la decencia y colaboración en
la rapiña. También son una terrible plaga, cada día más numerosa, en el mundo
empresarial, donde viven en empresas parásitas, acostumbradas a las
subvenciones públicas, incapaces de competir en libertad y adictas a la ventaja
y a los contratos públicos arbitrarios. Pero los territorios españoles
infectados de parásitos se extienden por casi todos los ámbitos de la nación:
obreros rurales envilecidos que obtienen favores y dinero de los partidos
políticos, de los sindicatos y de las bandas de alcaldes y concejales
corruptos, artistas y cineastas, verdaderos "yonkies"
de las subvenciones, intelectuales comprados a cambio de propagar mentiras,
periodistas sometidos a los partidos y al gobierno, que reciben raciones de
poder, dinero y privilegios a cambio de manipulaciones, mentiras y silencios,
docentes que entregan su libertad de cátedra a cambio de vulgares privilegios y
dinero público, directivos de instituciones y fundaciones que se han envilecido
pidiendo subvenciones a los políticos, funcionarios corruptos, trepas, la gran
masa de los fanáticos y de los proletarios sin principios, siempre serviles
ante los poderosos, maleantes, vagos y otros muchos miembros de la fauna
rastrera del país, útil solo para una política que se ha olvidado del bien
común y del servicio y que se siente enemiga mortal de todo ciudadano libre que
sea capaz de pensar y de discernir entre el bien y el mal que ellos
representan.
Es importante conocer al océano de parásitos que ha infectado la sociedad
española, convirtiéndola en una de las más enfermas del mundo próspero, porque
es necesario erradicarla si es que España quiere salir algún día del pozo
indecente al que ha sido arrojada por los políticos envilecidos. Hay que ser
conscientes de que no bastará con cambiar la Constitución, ni con reformar la
Ley Electoral, eliminando traiciones a la democracia, como las listas cerradas
y bloqueadas, ni bastará siquiera con quitar poder a los partidos políticos y a
la "casta", convertidos en el principal obstáculo para alcanzar la
decencia, la dignidad y la justicia.
España, para completar su regeneración, tendrá que desparasitarse, rociar la
sociedad con abundante DDT ético y reeducar a los millones de españoles que,
bajo la falsa democracia, en lugar de aprender a estudiar, a esforzarse, a
respetar el derecho ajeno, a convivir en libertad, a ayudar a sus semejantes y
a luchar por un mundo mejor, se han acostumbrado a
ordeñar el erario público, a ser esclavos del poder, a ser delatores al
servicio de "la casta" política, a odiar al adversario y a defender a
los suyos al margen de la razón, con un fanatismo delictivo y letal.