LOS ESPAÑOLES YA NO NOS SENTIMOS REPRESENTADOS
Artículo
de Francisco Rubiales en “Voto en Blanco” del 02
de octubre de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
En
España están pasando cosas muy importantes sin que nuestros dirigentes lo
adviertan. La gente se está alejando de los políticos no por desencanto sino
por algo mucho más profundo. Las élites intelectuales del país están dejando de
creer en el sistema, tras haber adquirido la conciencia de que la corrupción no
es ya un problema periférico, sino el núcleo mismo de la política. El pueblo
comienza a dar un importante salto cualitativo y, por primera vez desde que
murió Franco, se cuestiona seriamente el orden establecido. El inconformismo y
la rebeldía están creciendo de manera exponencial en la sociedad española y el
descontento trasciende ya los ámbitos de la política y se adentra en el propio
marco legal.
La
clave del problema no es ya el convencimiento de que los políticos y sus
partidos no son trigo limpio. Esa fase de la crisis se ha superado rápidamente.
El problema, ahora, es que el ciudadano está dejando de sentirse representado.
Ese sentimiento, todavía minoritario pero que ya florece en las élites más
conscientes e influyentes de la sociedad, abre las puertas, de par en par, a la
enfermedad más grave de la democracia, la desconfianza, la única que es mortal,
un mal que dispara el recelo ciudadano en el sistema político, el cual, sin
apoyo de las masas, deja de ser legítimo.
El foso que separa a los ciudadanos del sistema político no deja de agrandarse
en España como consecuencia de dos factores decisivos: el primero de ellos es
que en realidad nunca se hizo la transición desde la Dictadura a la Democracia,
sino que, simplemente, el poder de los partidos se superpuso a la vieja y
agotada estructura franquista, ocupando el poder sin que los ciudadanos
participaran en el cambio, sin que nadie tuviera la honradez de explicar al
ciudadano que era el protagonista del nuevo sistema. El segundo es que los
partidos políticos españoles y sus dirigentes han ido demasiado lejos en su
obsesión por acaparar poder y han perpetrado contra la democracia agresiones
letales, entre ellas la marginación del ciudadano de la política, el acoso a la
sociedad civil, el nulo respeto a la independencia de los poderes básicos del
Estado y, en general, la voladura de las cautelas y limitaciones que el propio
sistema posee para controlar al siempre insaciable poder político.
El
sistema está tan dañado que ya es casi imposible recuperarlo. Lo realmente
dañino no es que los ciudadanos piensen que la mayoría de los políticos son
deshonestos, sino que la gente se siente engañada y no ve ya garantías ni
seguridades en el propio sistema.
Los
sondeos e investigaciones sociológicas arrojan resultados cada vez más
alarmantes. El número de descontentos con el sistema crece constantemente, pero
crece todavía más la cifra de los que han perdido la confianza en la
democracia, lo que es mucho más grave.
No se
trata ya de disentir con respecto a medidas de los gobiernos, como haber
participado en la guerra de Irak contra la opinión pública mayoritaria, haber
otorgado un estatuto privilegiado e inconstitucional a Cataluña, negociar desde
el entreguismo y la debilidad con una banda de asesinos como ETA o haber negado
la existencia de la crisis y mentido sin escrúpulos para ganar las elecciones
del 2008, sino de algo mucho peor: tomar conciencia de que la democracia,
secuestrada por los políticos y sus partidos, ha dejado de existir en España.
La
gente no es tonta y empieza a darse cuenta que los privilegios del rey y de la
clase política no son democráticos, como tampoco lo son el irrespeto a la
independencia de los poderes legislativo, judicial y ejecutivo, o esas listas
cerradas y bloqueadas que arrebatan al ciudadano su derecho constitucional a
elegir a sus representantes, o las abismales desigualdades que separan, cada
día más, a ricos y a pobres, o la constante pérdida del poder adquisitivo de
los trabajadores, o la ocupación de la sociedad civil por parte de los
partidos, o la manipulación y el engaño que se practica desde el poder, o la
desaparición de la prensa libre, o la descarada e inmoral pugna por el poder, a
cuchillo corto, que practican sin pudor los partidos políticos españoles, o el
bochornoso espectáculo de la corrupción generalizada, o el todavía más
insoportable espectáculo de una Justicia que opera de un modo con los poderosos
y de otro muy distinto con los humildes.
Los
ciudadanos más conscientes saben ya que la democracia ha sido trucada y está
siendo manipulada por los poderosos para incrementar sus privilegios. La gente
sabe que la burocracia se multiplica sólo porque los políticos necesitan pagar
favores a diestro y siniestro. El pueblo sabe que España, con la décima parte
de su actual estructura de poder, podría funcionar incluso mejor. Todos sabemos
que las instituciones crecen innecesariamente, que el Senado es un geriátrico
de lujo y que este país está plagado de instituciones innecesarias y sumamente
costosas que sólo cumplen el papel de grandes apeaderos de lujo para políticos
decadentes, para premiar lealtades inconfesables o pagar silencios
vergonzantes.
Mucha gente no está dispuesta a seguir soportando la indecente falta de
austeridad que practican los poderes públicos frente a una crisis que exige
ahorro y sacrificio, ni el enriquecimiento descarado de los altos cargos, ni
esa ostentación impropia de una democracia ciudadana, ni la sustitución del
servicio por el privilegio en la función pública.
Los ciudadanos más conscientes e informados sienten bochorno al contemplar el
triste e inmoral espectáculo del poder, de los bailes de comisiones, del
enriquecimiento veloz, del urbanismo corrupto, del blindaje de los gestores,
que jamás reconocen fallos ni saben dimitir, del incumplimiento sistemático de
las promesas electorales.
A todo
este tétrico panorama pueden agregarse actuaciones del poder todavía más
miserables y rastreras, como son el incumplimiento permanente de la
Constitución, de la supresión descarada y delictiva de derechos
constitucionales como el acceso a una vivienda digna, el derecho a tutela
judicial efectiva, el de la inmediata puesta a disposición de la justicia, la
práctica de malos tratos a detenidos, la impunidad con la que el sistema
judicial se pliega a los intereses políticos de turno y hasta presiones que se
traducen en censura a periódicos, emisoras de radio y televisión, páginas de
Internet y autores de libros.