Artículo
de Francisco Rubiales en “Voto en Blanco” del 18 de octubre de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
La
masiva manifestación de ayer en Madrid demuestra que los ciudadanos se están
rebelando y quieren mandar. No se fían de sus dirigentes y consideran que la
política, de la que dependen sus destinos, es algo demasiado importante para
dejarla en manos de políticos sin altura ni solvencia. El poder, convertido en
"casta", se siente amenazado y reacciona considerando al ciudadano
como enemigo, sustituyéndolo por una nueva "especie", la de los
"BMT" (Botarates Manipulables Televidentes), incapaces de debatir,
discernir, criticar y ser libres.
Más de
un millón y medio de ciudadanos se rebelaron ayer en las calles de Madrid
frente a un gobierno que desprecia el criterio de las mayorías y que, violando
la democracia, quiere imponer una ley del aborto rechazada por la sociedad, sin
atreverse a convocar un referéndum que, sin la menor duda, perdería de manera
humillante.
Ante
la arrogancia del poder, que se impone ilícitamente a la voluntad popular,
muchos ciudadanos, decepcionados ante el mal gobierno, ya no se fían de los
políticos y quieren tomar el poder. A lo largo del siglo XX han comprobado que
el mal gobierno ha llevado a la Humanidad hasta niveles de infamia
intolerables, con Estados capaces de generar la guerra, los gulags, los hornos
crematorios y otros mil métodos para acabar con la libertad. Tan sólo en el
siglo XX los gobiernos han asesinado, a sangre fría y en las retaguardias, a
más de cien millones de ciudadanos. Ahora, en el siglo XXI, muchos hombres y
mujeres libres creemos que la política es algo demasiado importante para
dejarla en manos de los políticos y sentimos el deber de regenerar la
democracia y de erradicar a unos representantes e intermediarios que se han
vuelto demasiado arrogantes e inútiles.
Seamos
optimistas y pensemos que esa rebelión cívica contra el mal gobierno, cuyo
epicentro es el deseo de transformar la actual democracia representativa,
demasiado degradada y desequilibrada, en una democracia auténtica, de
ciudadanos que controlan a sus representantes, se convertirá, poco a poco, en
la fuerza dominante del siglo, hasta alcanzar la fuerza de un tornado. Los gobiernos
que no sepan interpretar a tiempo esa corriente libertadora, serán arrasados
por los ciudadanos indignados y cansados del abuso de poder. Algunos escritores
y expertos en prospectiva han dicho que la próxima guerra mundial será la de
los ciudadanos indignados contra sus gobiernos corruptos y degenerados.
El caso de España es paradigmático: arropado por millones de fanáticos que le
votarían siempre, incluso si nos llevara hasta el fracaso y la derrota como
nación, y apoyado por los cientos de miles de militantes de su partido, muchos
de ellos enchufados en el poder y dotados de privilegios, y por otros cientos
de miles de familiares y amigos del poder, José Luis Rodríguez Zapatero se
siente lo bastante seguro para esperar una nueva reelección en el año 2012, a
pesar de sus mentiras, engaños y reiterados fracasos como gobernante, los
cuales están llevando a España hasta la ruina y la derrota como pueblo.
La
actual democracia española es un bodrio de ciudadanos marginados y de poderes
controlados por los partidos políticos, que no cumple ni siquiera una de las
reglas fundamentales del sistema. Esta democracia degradada ni siquiera habría
servido para los tiempos de la Guerra Fría, cuando el mundo, dividido en dos
bandos irreconciliables, el comunismo y la democracia, armados hasta los
dientes, amanecía cada día sorprendido de que los misiles no hubieran salido de
sus silos y arrasado el planeta. Hoy, cuando los dos grandes desafíos de las
sociedades son la decencia y la prosperidad, esta democracia es indigna.
En
aquellos tiempos de guerra, tal vez tuviera cierto sentido que las democracias
estuvieran controladas férreamente por una clase dirigente capaz de tomar
decisiones de manera autónoma en situaciones de emergencia. Sin embargo, tras
la caída del Muro de Berlín y la desaparición del enemigo soviético, ese
concepto de "democracia de guerra" carece de sentido. Los ciudadanos
se sienten estafados por sus dirigentes y con derecho a recuperar la soberanía
que la democracia les otorga y los políticos le niegan.
Los
partidos políticos y las castas dominantes se resisten a abandonar el dominio y
el poder abusivo que ejercen sobre la sociedad e inventan nuevos enemigos que
justifiquen su control absoluto de los recursos y de las decisiones. El
terrorismo está siendo inflado y magnificado para que sea el nuevo gran enemigo
y la civilización islámica está siendo "esculpida" mediáticamente
para que parezca una amenaza atroz que justifique una nueva "democracia de
guerra" en Occidente.
Pero muchos ciudadanos siguen confiando en la democracia, se resisten a caer en
el engaño de los gobiernos y siguen firmes en el deseo de controlar el poder.
En
estos momentos la cultura occidental vive una especie de situación de empate
entre una ciudadanía que todavía no consigue convertir en mayoritario y ganador
sus deseos de controlar a los muchos ineptos que les malgobiernan
y de reformar el sistema democrático, que ha sido envilecido y transformado por
el poder en una vulgar oligocracia, y una casta
profesional y elitista de políticos profesionales muy poderosos, decididos a
frustrar los deseos ciudadanos de reforma para mantener sus ilícitos
privilegios y ventajas.
La clave del problema reside en el concepto de representatividad. Los políticos
defienden que los representantes elegidos por el pueblo tienen libertad total
para tomar decisiones y gobernar, sin tener en cuenta nada más que su libertad
de criterio y de acción, como ocurre con la reforma de la actual ley española
del aborto, mientras que los demócratas rebeldes creemos que la
representatividad debe entenderse de otro modo y que los representantes, para
seguir siéndolo, deben ser sensibles al deseo de las mayorías y ganarse
constantemente la confianza de los ciudadanos que les han elegido y que poseen
el derecho a controlarlos.
Es
obvio que tienen razón los demócratas, que la política, entendida como un
monopolio de los partidos y de sus élites profesionales, es bastarda y que el
concepto de representación que hoy defienden los políticos es un abuso antidemócrata que debe ser abolido.
Los
demócratas quieren controlar a los políticos y los políticos quieren controlar
a los ciudadanos. Es una lucha simple por el poder donde los buenos son los
ciudadanos y los malos son las élites afincadas en el poder y el privilegio,
acostumbradas a someter a los demás y a contemplar el mundo desde las alturas.
Si al
menos los poderosos hubieran sido eficaces, si al menos pudieran exhibir una
hoja de servicios brillante o un balance respetable, quizás podríamos
permitirles que siguieran mandando, pero ocurre que el balance de los políticos
es un desastre porque, a pesar de disponer durante siglos de todo el poder y de
todos los recursos, prácticamente sin límites, no han sido capaces de
solucionar ni uno sólo de los grandes problemas de la Humanidad: la pobreza, el
hambre, la desigualdad, la violencia, la injusticia, la inseguridad....