¿SOMOS UNA DEMOCRACIA MADURA?
Artículo de J. M. Ruiz Soroa en “El Correo” del 03.02.08
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Según han referido los periódicos,
el presidente del Gobierno lanzó en su balance de legislatura la idea fuerza de
que la española es ya una «democracia madura», lo cual permitirá en el futuro
diseñar y aplicar las políticas correspondientes mediante la utilización
sistemática de la regla de la mayoría. El tiempo del respeto al consenso cruzado
entre progresistas y conservadores habría ya cumplido su misión histórica,
habría sido algo así como una útil andadera para llegar a la mayoría de edad,
pero no sería ya necesario para continuar, precisamente por la madurez alcanzada
por el sistema. El único núcleo intangible sería el contenido en la
Constitución, pero fuera de él la mayoría que apoya el gobierno puede avanzar
según sus propias convicciones ideológicas e intereses pragmáticos, sin atender
al criterio de la oposición.
Esta idea merece, a mi juicio, una máxima atención y análisis por varias
razones. En primer lugar, porque con toda probabilidad su autor será el próximo
presidente de Gobierno. Y en segundo, porque no se trata de una idea más, sino
del eje que estructura la visión política de Rodríguez Zapatero para el futuro a
medio plazo de España, como se ha demostrado los últimos cuatro años. En efecto,
más allá del contenido concreto de las diversas políticas que ha impulsado a lo
largo de la legislatura, la inspiración siempre subyacente a ellas ha sido la de
apuntalar una mayoría de progreso al margen del principal partido de la
oposición, crear un bloque mayoritario estable que permitiese apartar a la que
él considera derecha retrógrada de cualquier influencia determinante en el
ejercicio del poder político. Lo cual, si tenemos en cuenta el volumen de
población representado por esa derecha (prácticamente un tercio del país) sólo
puede realizarse sin grandes convulsiones si contamos con un sistema estable que
permita absorber los enfrentamientos inevitables que se van a producir. La
madurez del sistema es una condición de posibilidad para la nueva política. Por
ello, la cuestión a plantearse es la de si el diagnóstico del presidente es o no
ajustado a la realidad. Y la respuesta nos interesa a todos, porque todos
sufriremos si se equivoca.
En este sentido, lo primero que llama la atención es el carácter voluntarista
del diagnóstico, hasta el punto de que se fundamenta en un alto grado en la
peripecia personal de quien lo emite. Quiero decir que para Rodríguez Zapatero
la sobrevenida madurez del sistema se apoya esencialmente en la circunstancia de
que es él precisamente quien ocupa su dirección desde el Gobierno. Mientras
estuvo en la oposición, su análisis y consiguiente recomendación era la del
pacto universal gobierno-oposición en todos los temas conflictivos, de lo que se
deduce que entonces no veía signos de sólida madurez en el sistema. ¿Qué ha
cambiado? Nada sustancial sino su llegada al poder. Pero confundir la propia
peripecia con el estado objetivo de la sociedad es un paso bastante aventurado,
que sólo desde un cierto optimismo solipsista se puede dar.
Yendo a datos más objetivos, conviene indagar en el contenido de este concepto
de 'madurez' tal como lo aplica el presidente. Indudablemente, conecta con la
tipología que teorizó Arendt Lipjhart sobre las democracias 'tipo Westminster' o
'tipo consociativo', dos modelos ideales o polos extremos entre los que se
mueven los diversos casos reales. Mientras que en los modelos consociativos
(típicos de la Europa continental) los grandes temas se deciden por consensos
cruzados entre las fuerzas políticas opuestas, en el modelo anglosajón de
Westminster se priman los gobiernos mayoritarios que desarrollan con plena
autonomía sus programas propios, reduciendo a la oposición a un puro papel
negativo hasta que le llegue su turno de gobernar. Se supone que España se
habría desplazado hacia este modelo Westminster gracias a su adquirida madurez,
luego podrían comenzar a practicarse entre nosotros políticas apoyadas en la
mayoría sin miedo a las tensiones resultantes. Es de notar, sin embargo, que los
politólogos han subrayado que esta forma de gobierno se corresponde con unas
sociedades muy concretas, en las que existe un consenso social básico muy amplio
y asentado sobre el modelo de sociedad y de país, así como sobre los objetivos
generales que debe perseguir la acción pública. Las sociedades anglosajonas
(británica, estadounidense o australiana) no están sometidas a las fracturas
ideológicas o culturales de las continentales y, precisamente por ello, pueden
soportar un estilo de 'adversary politics' sin riesgo para su cohesión.
¿Es éste el caso español? Cabe dudarlo. Cierto que existe un consenso estable y
básico en el modelo socioeconómico a mantener, lo cual es un dato favorable.
Pero subsisten otros desestabilizadores, como son los siguientes. Uno: en
nuestra democracia existen actores políticos de relevante importancia
(representan al más del 20% de la población y dirigen subgobiernos
territoriales) que no aceptan el marco constitucional y se declaran partidarios
de 'cambiar de ley' a corto plazo (no cambiar la ley, sino cambiar de ley, que
es algo auténticamente revolucionario). Existe una línea de fractura territorial
u horizontal que hace que España esté como nación en permanente 'carne viva'.
Otro: nuestro sistema democrático no ha sido capaz de absorber y procesar con
razonable eficacia unas elecciones celebradas bajo condiciones especiales y toda
la legislatura ha estado envenenada por esa incapacidad de procesar y digerir
una anomalía (compárese con la facilidad con que el sistema de Estados Unidos
resolvió la crisis de las papeletas mariposa en las elecciones de 2000). Da
igual quién tenga la culpa de ello, el dato relevante es que el sistema no ha
sido capaz de procesar una crisis puntual. Otro más: en nuestra democracia, las
instituciones arbitrales más importantes (desde el Poder Judicial hasta el
Tribunal Constitucional, pasando por los organismos reguladores sectoriales)
están exhibiendo un serio déficit de funcionalidad debido al tironeo partidista
a que se han visto sometidas, de manera que el sistema completo está perdiendo
aceleradamente sus frenos y contrapesos. Para terminar: un testigo fiable e
imparcial como su presidente ha definido el clima generado en el Parlamento por
la política adversarial de la última legislatura como «insoportable».
En estas condiciones, definir nuestro sistema político como uno ya maduro para
aventuras westminsterianas parece más un 'wishful thinking' que un diagnóstico
correcto. Lo demuestra una circunstancia añadida: la de que el presidente se
queja, precisamente, de que la oposición no ha apoyado al Gobierno en ningún
asunto relevante durante su mandato. Lo cual es parcialmente cierto, como es
patente. Pero es que, precisamente, en el modelo mayoritario puro la función de
la oposición es oponerse a todo y todos, nunca la de colaborar. Con lo que
resulta que la queja de Rodríguez Zapatero desmiente su propio diagnóstico.
Combinar políticas de consenso y políticas de mayoría es un arte difícil, al
alcance sólo de los prudentes. Reivindicar o idealizar el consenso como receta
universal carece de sentido, sobre todo cuando quienes lo reclaman son quienes
lo rompieron a su conveniencia en el pasado más próximo. Pero reclamarse de
repente tan maduro como para emprender una singladura mayoritaria puede ser
arriesgada presunción. Un filósofo como Michael Oakeshott escribía que para una
comunidad lo importante no es tanto avanzar rápido o muy lejos, como avanzar
todos juntos. Claro que era un conservador confeso, y nuestro presidente no lo
es. Pero las buenas ideas, a veces, no tienen color partidista.