CONTAMINACIÓN POLÍTICA

 

 Artículo de Ignacio SÁNCHEZ CÁMARA  en  “ABC” del 30/01/05

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

  

EL ambiente público en España se está enrareciendo, casi envenenando. Acaso la responsabilidad incumba a muchos, pero, si no me equivoco, en primer lugar y en grado sumo, al Gobierno. Urge recuperar la concordia básica entre el Ejecutivo y la oposición sobre lo fundamental. Ni la dureza de los debates ni la firmeza en la crítica son males. Por el contrario, constituyen parte esencial de la democracia. No se trata de gobernar mediante consenso, pero sí de mantener las cotas mínimas de respeto. Entre el pasteleo y la indigencia ideológica, por un lado, y la discordia civil por otro, caben términos medios. El aire público puede llegar a ser irrespirable. Los excesos críticos de la oposición y de los medios de comunicación nunca pueden ser equiparables a los abusos del poder. Lo normal es que el Gobierno gobierne y la oposición se oponga y lo hostigue. Lo que no es democráticamente normal es que sea el Gobierno, que es de todos, el que hostigue a la oposición y a los sectores sociales que no le son adictos. Por ese camino, la democracia se corrompe. Pretender arrojar al primer partido de la oposición extramuros del sistema y deslegitimarlo no es sólo un abuso de poder; es también una vía abierta hacia el totalitarismo.

La reacción gubernamental ante las inaceptables y muy minoritarias agresiones verbales al ministro de Defensa durante la manifestación convocada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo constituye un acto más en esa equivocada dirección. Todo parece indicar que se ha tratado de hacer culpable al Partido Popular, sin dudar para ello en utilizar de manera ilegítima a la Policía. La arbitrariedad del poder está censurada por la Constitución. Es un abuso imputar gubernativamente la comisión de un delito a dos militantes del PP, cuando la imputación sólo compete a los jueces. Por lo demás, el Gobierno no ha aclarado por qué se les detuvo como imputados y no como testigos, o por qué sólo se les ha detenido a ellos y no a otras personas que más cercanamente rodeaban a Bono. Se diría que la función de la oposición se deba limitar a aguantarse y a colaborar, si acaso, en la defensa de la Constitución y en la aprobación del referéndum constitucional europeo. Para lo demás, sobra. La actitud del Gobierno contrasta con la que exhibió en la oposición. Entonces, la mayoría absoluta del PP no impedía, no ya la crítica, cosa razonable, sino el insulto y la voluntad de deslegitimación.

Es un grave capítulo más que se añade a otros. El Ejecutivo discrimina entre las víctimas del terrorismo de ETA y las del 11-M, convoca de manera maniquea e injusta a los fantasmas de la guerra civil, hostiga a la Iglesia católica, fomenta el radicalismo izquierdista y la intolerancia y gobierna en coalición o con el apoyo de fuerzas políticas que aspiran a la destrucción de la unidad nacional y del orden constitucional. Acaso lo peor sea ese empeño por invocar la herencia de la Segunda República, época en la que la discordia nacional alcanzó el paroxismo que condujo a la guerra civil. Hay que purificar el ambiente. Aún hay tiempo para combatir esta asfixiante contaminación política. Luego puede ser tarde.