ALMAS HERMÉTICAS
Artículo de Ignacio SÁNCHEZ CÁMARA en “ABC” del 09/11/04
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Pocas veces
tantos se equivocaron tanto en tan poco tiempo. Erraron en el pronóstico, pues
pusieron su fe de carbonero en la derrota de Bush. El progresismo, hace dos
siglos cosmopolita, es hoy la encarnación del aldeanismo. Como confunden su
patio de vecindad con el universo, son maestros en las extrapolaciones
arriesgadas. Ignoran la realidad americana y toman la parte por el todo. El
fenómeno es psicopatológico y conocido: la confusión entre el deseo y la
realidad. Como tampoco se molestan en estudiar las propuestas de los candidatos,
creyeron que se trataba de opciones radicalmente diferentes. La victoria de
Kerry no habría tardado en mostrarles su error. Con su psicología de niño
mimado, reaccionan a la contradicción de sus deseos con la pataleta. Y
diagnostican la escisión irreconciliable de Estados Unidos. Si se hubiera
invertido el resultado electoral, ya no habría división en la sociedad sino
clarividente rectificación de una política genocida. Algunos compatriotas
parecen abonados a la desmesura. Pues si el apoyo de Aznar a la guerra de Irak
pudo ser excesivo y más fotográfico que efectivo (España no participó en la
guerra sino que apoyó la intervención de los aliados), la apuesta del Gobierno
socialista por Kerry fue tan errónea como irresponsable. Un partido en la
oposición puede, aunque no debe, hacer apología de la consigna, el partidismo y
la pancarta, pero en el gobierno no conviene jugarse todo a rojo o negro. El
Gobierno ya puede dedicarse a su juego favorito: desdecirse y rectificar.
La derrota progresista ha llevado a algunos a replantearse su concepción de la
democracia. Y no es mala cosa, ya que, en general, está equivocada. Quien
defiende una concepción oracular de los dictámenes de las urnas, no puede luego
a su antojo oponerles una verdad moral previa e independiente de la soberanía
popular. Quienes no pensamos que las elecciones decidan cuestiones morales,
estéticas, científicas y religiosas, sí podemos hacerlo. De repente, proliferan
demócratas que aceptan los resultados electorales a beneficio de inventario.
Naturalmente que la democracia permite y aún exige la crítica de la mayoría. Lo
malo es que fueron tan lejos en sus campañas de derribo de Bush, que sólo les
queda ahora el anatema moral de la mayoría y, si son americanos, el exilio de
salón.
Lo malo no es equivocarse. Lo malo es no aprender de los errores. Pero no puede
aprender quien, como el hombre-masa orteguiano, padece el hermetismo y la
obliteración de su alma. El hombre excelente, e incluso el vulgar que no se ha
envilecido, mantiene su espíritu alerta y su alma abierta. Para eso es necesario
una dosis, aunque sea pequeña, de duda y de humildad intelectual: creer que es
posible que uno pueda estar equivocado. Pero los nuevos bárbaros se caracterizan
por la satisfacción consigo mismos. Están orgullosos de haberse conocido y de
ser como son y de pensar como piensan. Viven excluyendo la posibilidad de
equivocarse. Por supuesto que abunda esta especie a la derecha y a la izquierda,
pero en esta última la excepción es aún más excepcional. Quien no cree en Dios,
ya se sabe, termina por creer en cualquier cosa, y elevar a la categoría de
absoluto a la nación, la ideología, el dinero, o simplemente, a su capricho.
Incluso no cabe descartar que, si alguno leyera estas líneas, me atribuya
falsamente la opinión de que el triunfo de Bush debiera obligarles a cambiar sus
preferencias políticas. Pueden tranquilizarse. Sólo aspiro a que no destierren
de sus vidas la manía de pensar y a que no descarten la posibilidad de que
quienes no piensan como ellos no tengan que ser por ello granjeros ignorantes,
reaccionarios recalcitrantes o criminales desaprensivos.